Esta es entrevista inédita que le hizo el periodista Enrique Mora, quien fue corresponsal de la agencia Itar-Tass, de la entonces Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) a Carlos Luis Fallas.
Se destaca cómo el futuro escritor encontró en la lectura del Manifiesto Comunista (1848) una luz que le cambiará para siempre, al gestarse desde ese momento una conciencia social que ya nunca más lo abandonaría.
En la conversación, que debió de realizarse unos dos años antes de morir Calufa -el 7 de mayo de 1966-, se hace un recuento de los primeros años del autor de “Marcos Ramírez”.
Se nota cómo se pasa de un tema a otro sin ninguna transición, de modo que así se transcribe el texto para guardar fidelidad al encuentro.
La emoción se desborda en Fallas cuando hace alusión a la primera vez que el Partido Comunista interviene en la celebración del 1 de mayo en Costa Rica, y cuenta cómo en Alajuela se forjó una columna de personas que hizo el recorrido a pie hasta la capital, trayecto en el que muchos los veían como los hijos de Satán, por llevar banderas rojas y vitorear al comunismo.
Un Fallas auténtico, humano, sencillo y con una voz aguda que gustaba de enfatizar aquellos pasajes que guardaba en su interior se notaba en el tono; le despertaban viejos e inolvidables recuerdos.
El material fue facilitado por el periodista Ernesto Ramírez.
LOS PRIMEROS AÑOS
“Yo fui al primer grado a la escuela Mauro Fernández, en San José, lo cuento en ‘Marcos Ramírez’, y le pegué a la maestra, porque la vieja me iba a pegar. Le colmé las dos orejas con la regla, ella se llamaba Sofía Pochett.
El primer grado, segundo, tercero y cuarto lo hice en el Porfirio Brenes; repetí cuarto porque me comí unas higuerillas y me enfermé porque me dieron una paliza de la gran puta.
Cuando iba a entrar en quinto grado me fui para Las Tropas, a Panamá.
En San José vivía con mis tías paternas. Ellas me educaron, me enseñaron a bañarme y a esas cosas burguesas.
Después trabajé en el Ferrocarril al Pacífico como aprendiz en la sección de aire. Ahí conocí al papá de un compañero llamado Camachito, a quien un operario le había quitado la primera esposa.
Luego me fui para la zona bananera, me fui a Limón, esa es una parte que falta en Marcos Ramírez; trabajé en la aduana, de cargador; yo tenía muy poco cuerpo, me costaba conseguir trabajo; pasaba muchas hambres, verdaderas hambres.
Entonces decidí irme para adentro hacia Bananito, ahí estaban reparando la línea del ferrocarril y haciendo unas escuelas, y había una cantidad enorme de trabajadores, el jefe era un negro, vivía jumado, pero era muy bueno con la gente. Y ahí estaba todo el hampa de San José; esos carajos eran marihuanos.
Venían con los sacos llenos de marihuana y se hacían unos cigarros largos. Y había un tal Fallitas que era un gran marihuano, que lo confundían conmigo. Y me llamaban. Y mentira, nunca le di una chupada a un cigarro de marihuana.
Había un Cara de Leona, que fumaba mucho marihuana en San José, y yo decía, si uno le toca esa cara le explota el pus.
Me enfermé y me trajeron casi muerto a San José. Estuve tres días sin conocimiento.
A mí me trajo, casi muerto, Ramón Molina.
Posteriormente, estuve haciendo zapatos chiquitos, con la ayuda de un dueño de zapatería que me quería mucho, luego me volví para la zona. Eso lo cuento en ‘Mamita Yunai’.
Me acuerdo que allá estaban los compañeros Badilla, Erminio, Calero.
Estuve hasta donde terminaba el ramal, lo dije en ‘Mamita Yunai’, en Andrómeda.
Era un infierno de zancudos. En la bananera trabajé como ayudante de albañil, como barretero y como peón de chapia.
Estuve luego en Limón, en el tajo; después me encontré con Pancho Sobalbarro, me fui a Susanita y luego a Pejibaye, ahí llegué como peón raso, luego me treparon de categoría, a arreglar el concreto, fui armador y después manejaba la concretera, la limpiaba, me aburrí y finalmente me fui a trabajar de barretero otra vez.
Como me estaba muriendo, don Fernando Gallegos, que hoy lo vi en San José, me dijo que cogiera un tractor, porque me iba a morir en esa zanja, y me dieron el número cuatro, fue cuando llegó la enfermedad de mi mamá y estaba sin un centavo. Llegué a Alajuela y murió mi madre, y quedaron seis hermanillas; fijate vos, entonces me fui a Grecia, porque en ese entonces hacían la carretera a Puntarenas. Me ganaba cinco pesos al día.
ENCUENTRO CRUCIAL
Luego me fui a otro tajo, en Las Cañas, ahí estuve yo, y cuando estaba trabajando un domingo me tropecé en el parque de Alajuela con Claudio Alvarado, quien había sido compañero mío de colegio.
Él me llamó y nos sentamos en un poyito y me dijo: ‘vos no has oído hablar de comunismo’, y le dije, no, ¿qué es eso? Para mí y para los costarricenses, que desconocíamos de lucha de clases, burguesía, eso era nuevo.
Entonces, me dice ‘caramba, ¿pero siempre te gusta leer como antes? Te voy a prestar un libro’, se levantó y me prestó el ‘Manifiesto Comunista’ de Marx y Engels.
Esa noche cambió para siempre el curso de mi vida, porque para mí aquello sí fue una revelación.
Yo había leído bastante de historia, sobre todo historia antigua: Egipto, Roma, Grecia, y vainas de la India, no lo había sabido interpretar, todo, pero lo había leído.
En líneas generales entendía aquello del Manifiesto. Además, venía de trabajarle a la United Fruit Company y de haber vivido una serie de problemas.
En ese libro encontraba la explicación de todos los problemas, y era como si me fueran a quitar una venda de los ojos. No dormí esa noche, era una excitación tremenda y al día siguiente fui a buscar a Claudio Alvarado y le dije: ‘bueno, ¿y qué hay aquí en Costa Rica de esto?’
Me dijo, ‘bueno hay unos muchachos ahí en la Escuela de Derecho, y quieren formar un partido comunista’.
Estaban Manuel Mora, Rómulo Betancourt, Jaime Cerdas. ‘¿Y aquí en Alajuela, qué hay?’ ‘Bueno’, me dijo Claudio, ‘aquí no hay nada’. Bueno, tómenme en cuenta si hacen algo, le dije.
La primera reunión fue en una barbería. Era un comité que Claudio iba a ligar a lo de San José. El comité de la sección de Alajuela del Partido Comunista de Costa Rica me nombró secretario de actas y correspondencia.
Claudio y yo sabíamos de qué estábamos hablando. Los otros no sabían ni en qué diablos se estaban metiendo. En esos días había ocurrido un hecho político de gran importancia en Alajuela. Don León Cortés había organizado un partido político que se llamaba Regeneración. Claudio estaba metido.
Don León había llegado a un acuerdo con don Ricardo (Jiménez).
Los de Alajuela estaban furibundos con León Cortés y organizamos un movimiento, porque vieron que lo de León era una continuidad y alquilamos un salón.
Ramón Aguilar, que era el dueño del local, y otros viejos ayudaron con dinero para financiar toda la cosa.
Cuando se hizo la primera reunión estaban los señores ahí. Empezamos a hablar, sobre todo, Jaime y Manuel Mora, pero cuando comenzaron con aquel sectarismo y a hablar de la revolución y contra estos burgueses explotadores, la gente empezó a levantarse y se fue.
APRENDER A ESCRIBIR
Quedamos armados con el local, y yo tenía que mandar mis informes y las actas a San José, y ese era mi problema, porque yo no sabía escribir, no sabía nada de puntuación, ni nada de esas carajadas; bueno, pensaba yo, pero como son camaradas; bueno, que me corrijan.
Entonces me pidieron notas para el periódico y como era el secretario de actas y correspondencia, me tocaba a mí. Yo veía las correcciones que me hacían y me fui dando cuenta de que tenía mucha memoria visual.
Así comencé a escribir. El Partido me obligó a escribir y me dio una nueva moral, y esa moral no me ha fallado nunca. Fue la que me obligó a oponerme al fusilamiento de los prisioneros, eso para mí fue una escuela, no una escuela, no, fue la universidad: me gradué de hombre y de ciudadano.
Hay unas cosas muy interesantes de los primeros años del Partido, para el primer primero de mayo que celebramos, movilizamos doscientas o trescientas personas y las llevamos a pie hasta San José y no había una tradición.
Hicimos toda la campaña alrededor de las víctimas de Chicago. Hablamos en ventanas, y reunimos todo ese montón de gente. Unos durmieron en el Partido, otros en sus casas, salimos de madrugada y esa gran columna, eso fue un milagro, no me explico cómo hicimos semejante cosa. Eso fue como en 1931. Debió ser por esa fecha.
Recuerdo que en San Joaquín de Flores salieron dos viejitas y se hincaron y nos hicieron la cruz, porque los curas habían dicho que éramos satanás y el demonio, y bueno, habían hecho una gran campaña contra nosotros. Nunca se me olvida eso.
Cuando llegamos a Heredia, como a las diez de la mañana con tambores, clarines, y carteles, la policía nos quería quitar los carteles.
Y aquí entre paréntesis, no se agregó ningún herediano, eso no hay que decirlo, eso es aquí entre nosotros.
Cuando íbamos bajando la cuesta, del otro lado iba la columna que había mandado el Partido a recibirnos con la bandera roja, y yo sí recuerdo que nos abrazamos. Hicimos una gran columna, entramos por La Uruca, iba la columna muy linda, muy hermosa, y la gente salía y los obreros se iban arrimando y ya era una formidable columna que impresionó a todo el mundo, siempre lo he creído.
Eso fue un milagro de tesón, de fe, una coooosa, un entusiasssssssssmo, íbamos metiéndole ideas a la gente para poderla arrastrar. Eso fue en el año 1931.
Después, Claudio se marginó y se fue con los Cortés. Ha procurado no volverse a meter; hoy es juez de trabajo.
COOPERATIVA DE ZAPATEROS
Hicimos una huelga para que le pagaran a los zapateros, no aflojamos y pusimos una cooperativa. Algunos nos hicimos de hormas y hacíamos tales cosas con la ilusión de unos niños. No habíamos leído nada de la experiencia internacional.
Íbamos a hacer los mejores zapatos, íbamos a dominar la clientela, y metiendo los otros zapateros hasta pasarnos a otros ramos y así creíamos poder hacer la revolución.
En esa cooperativa se enterraron no sé qué cantidad de sacrificios y de hambres.
Estábamos metidos en la campaña electoral. Yo tenía muchos días de no comer, porque lo que comíamos era arroz, frijoles y banano, y los solteros éramos los que teníamos que aguantar hambre.
Un día vino Paco Urbina y me invitó a almorzar. Yo le tenía una gran estimación a su madre, entonces, yo fui al almuerzo, en un patio interior.
Hubo una buena comida y una botella de vino. Fue un verdadero banquete; yo estaba muerto de hambre y me di una comida feroz.
Al final, Paco me dijo: “Bueno Fallas, fíjate, estos también son ideales: poder comer bien, o beber un buen vino, fumar buenos cigarrillos”. Entonces le dije: ‘A no, Paco, no me fregués, no me invitastes a almorzar para que me salgás con eso. ¿Qué ideales pueden ser estos? Son los de un cerdo. Son ideales que se alcanzan con la mano izquierda; no jodás, esos no son ideales de un hombre’, y me fui molesto con él.
EL DESTIERRO
Me desterraron a la zona Atlántica. El comandante Paniagua nos perseguía mucho en Alajuela. Un día llegaron y me contaron que estaba diciendo que esos desgraciados comunistas ni siquiera podían pagar la casa donde se reunían. Al principio éramos muy violentos. Una babosada que no valía la pena. Me puse a recoger datos, porque él era un hombre con muchas cosas inconfesables. Yo sabía que a los Barrantes les debía una plata, que a un viejito Magdaleno Álvarez le debía una plata, que al carnicero no le pagaba, y así me fui a confirmar esas carajadas. Estaba Joaquín Barrantes con dos amigos, y le dije a Joaquín, ‘a la puta, ustedes sí que son derechos, Paniagua se sacó el segundo de la lotería’. Y me dijeron: ‘Vamos a ver si ese desgraciado nos paga’. Averigüé la suma y me despedí.
Me fui para donde Magdaleno, y le dije: ‘Vengo a hacer un negocio con usted, yo le debo una plata a Paniagua y le he estado pagando intereses, pero se me vencía el pagaré ahora, y le dije que me diera un chance más, que me diera unos cuatro meses, y me ha dicho que no.
Como yo sé que él le debe a usted un dinero, a ver si puedo arreglar con usted y yo le pago a usted’. Y entonces me contó: ‘ese bandido, en el año en que estábamos en el Bella Vista me pidió ¢100 pesos, con lo que valían ¢100 pesos, y pasó el tiempo y no me pagaba. Cuando me lo encontré le dije: ‘yo te presté con buena fe, pero me metió un cuento y tan enredado y tan convincente que me arrancó ¢100 más, hasta que se hizo la cuenta de ¢700, y entonces pensé que no iba a tocar ese asunto con él, porque se iba a llegar a ¢1400’.
Convoqué a un “mitin”, entonces, hicimos unas hojas sueltas, y el comandante Gilberto Paniagua va llegando en un caballo blanco, parecía un centurión.
Y le voy sacando todas esas cosas, porque él hablaba de nosotros que éramos unos obreros, y aquí están los recibos pagados, dije. En cambio, usted sigue pendiente de la teta del presupuesto nacional, no paga ni la carne, ni el pan, ni la leche que se come, y la gente comenzó ‘jajaaa, jaja, jaja’.Entonces, Gilberto le dio cincha a todo el mundo porque se estaban riendo.
Y al rato salí con mi paraguas, y pensando: ‘me van a dar una sonada’.
Por eso me desterraron un año, un mes y un día. Escogí la zona Atlántica.
La edición de la entrevista la realizó el periodista José Eduardo Mora ([email protected])