Cronista hasta el último aliento

El 31 de enero pasado, día de su muerte, apareció en diario El País de España, su último artículo periodístico que no pudo escribir

Tomás Eloy Martínez deja un extraordinario legado en el periodismo y en la novela latinoamericana.

El 31 de enero pasado, día de su muerte, apareció en diario El País de España, su último artículo periodístico que no pudo escribir directamente, porque su enfermedad no se lo permitió, sino que tuvo que dictarlo palabra por palabra para honrar así la vocación de toda su vida: la de escritor y cronista.

Tomás Eloy Martínez (Tucumán, Argentina, 1934) fue uno de los más destacados cronistas de América Latina, incluso cuando buena parte de su vida la pasó fuera de su amada Buenos Aires, pues entre 1975 y 1982 debió exiliarse por la persecución de la dictadura que gobernó Argentina.
Sus crónicas, como fue el estilo de los grandes cronistas que le precedieron en ese largo caminar del periodismo, se encuentran desperdigadas en diarios de Argentina, México, Venezuela, Chile y Estados Unidos.
Su incansable labor periodística la combinó de manera extraordinaria con la de novelista, aunque para él siempre fueron lo mismo, dado que la única puerta que separaba a una y otra era la ética.
Rodeado de sus familiares y con una novela a mitad de camino (Olimpo), Tomás Eloy murió en Buenos Aires al cuidado de sus familiares, tras despedirse de sus amigos en New Jersey, donde coordinó de 1995 hasta el 2010, la cátedra de estudios latinoamericanos en la Universidad de Rutgers.
Santa Evita, La novela de Perón y el Vuelo de la Reina (premio Alfaguara, 2002) fueron sus novelas más conocidas, las cuales cuentan con traducciones una veintena de idiomas.

“VOLVERÉ Y SERÉ MILLONES”

En sus seminarios, talleres y clases siempre repitió que él lo único que quiso en la vida era contar historias y que por eso llegó al periodismo para luego dar el salto a la novela. Para él, – y en esto se adelantó junto con García Márquez y Robert Arlt, entre otros, al Nuevo Periodismo de Truman Capote y Tom Wolfe- el periodismo y la ficción eran aguas de un mismo río, con la única diferencia de que en el primero la realidad obligaba a una ética innegociable, porque por lo demás las técnicas eran idénticas.
Esa premisa la puso a prueba de manera magistral en Santa Evita, que cuenta las peripecias del cadáver errante de Eva Perón.
En el libro, aseguraba Martínez, hizo una inversión y puso todas las técnicas periodísticas al servicio de la ficción. El resultado fue asombroso, a tal punto de que se dieron episodios solo imaginables en esta América Latina demencial.
En uno de los pasajes de la novela, Evita pronuncia la siguiente frase: “Volveré y seré millones”. El narrador sostiene que copió la frase tras descifrarla de un vídeo en el que Evita habla pero hay problemas de audio y entonces debió aprender a leer los labios para poder concluir que ese era el mensaje.
Tiempo después, los sindicatos bonaerenses se apropiaron de la frase y salieron a las calles a pelear por sus reivindicaciones. Cuando Martínez se dio cuenta, escribió un artículo en el que explicó que la frase era invención propia y que Evita nunca la había pronunciado.
La aclaración desató un torbellino, hubo más pancartas y los líderes sindicales reivindicaron una y otra vez la afirmación novelesca, y arremetieron contra el escritor infame que negaba la memoria de la santa argentina.

EL MÁS PERIODISTA

El escritor  Carlos Morales reconoce que entre los narradores latinoamericanos de la segunda mitad del siglo XX, Martínez era el más periodista de todos.
“Su obra está siempre a horcajadas entre el dato periodístico y la metáfora, y diría que es más poderosa la labor que realizó como cronista, como reportero, como maestro de periodistas que su novelística; sin dejar de admitir que Santa Evita es una gran estructura literaria completamente inventada con los instrumentos del New journalism”.
En su criterio, “Tomás Eloy es heredero directo de los grandes cronistas latinoamericanos que inventaron aquí, y antes que Truman Capote y Tom Wolfe, el famoso periodismo de aquella nueva onda de mediados de los 60 en Estados Unidos”.
Para Morales, Tomás Eloy asentó en los diarios de Buenos Aires y de otras partes de esta América Latina una tradición que partía de “José Martí y que prosiguieron Darío, Gómez Carrillo, Wals y Arlt. Cada uno, desde luego, a su tiempo.  Eso le permitió establecer las bases de ese periodismo subjetivizado que a la postre revolucionó la novelística en la década del 60”.
Entre las características del estilo literario de Martínez, destacó “su discurso fluido, convincente, rico en alusiones culteranas y ejercía el periodismo como un acto de servicio, como un sacerdocio y por eso clamó siempre contra el descenso de ese quehacer a los niveles del raiting vulgar y frívolo de la tele”
Con base en las afirmaciones anteriores, Morales, ganador del Premio Nacional de Novela 2008, por La Rebelión de las Avipas, consideró que Martínez dejó un legado más firme en el periodismo que en la ficción.
“Buen novelista. Mejor periodista. Me hubiera gustado conocerlo antes y que no hubiera sufrido tanto como sufrió por sus convicciones y sus tragedias personales. Su obra seguirá circulando como el cadáver de Santa Evita”.
Entre esas tragedias a las que alude Morales está no solo el exilio que padeció, sino que en el 2000, su esposa y crítica literaria Susan Rotker, autora de La invención de la crónica, fue arrollada en una gasolinera en New Jersey, lo que le causó la muerte.
Pocos días antes de morir Martínez, el periodista, amigo y escritor Jorge Fernández, del diario La Nación de Argentina, lo encontró en su casa de Buenos Aires con  un libro de tapa roja, en el que estudiaba el impacto del narcotráfico en América Latina.
Precisamente ese fue su último título: Los desafíos de la cultura narco, un análisis de cómo los narcotraficantes penetraron todos los estratos sociales y se adueñaron en buena medida del poder en esta nuestra América.
Ese artículo ya no lo pudo escribir directamente, sino que lo dictó pese a todas las limitaciones que le imponía el tumor cerebral que lo atormentaba.  Sin embargo,  Tomás Eloy jamás cedió a los embates de la enfermedad que lo fue venciendo poco a poco, pero que no pudo, ni siquiera en el último aliento, arrebatarle su compromiso con el periodismo y su voluntad sobrehumana de cronista.

 

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