Con una belleza elemental, un profundo sentido ético y una clara visión histórica, esta fábula moral es una sorpresa admirable.
Fui uno de los niños que se crió con los dibujos animados de Walt Disney; Las revistas ilustradas, la televisión y el cine nos sumergieron en un mundo precalificado de inocente. Luego vendrían los parques temáticos y acabé por conocer Disneylandia -allí aprecié el primer filme del Ratón Mickey. El genio multipremiado de Disney no admite dudas -«Fantasía», no cesa de cautivarme-, aunque su ideología requiere análisis más finos.
Los comentarios del chileno Armand Mattelart en pleno auge de la Unidad Popular, el rescate del desdichado pionero francés Emile Cohl (autor de Fantoche), el ejemplo de la censura administrativa de países escandinavos que prohibió al Pato Donald en la época en que trabajé para la junta de espectáculos públicos, el descubrimiento de las brillantes creaciones del Nacional Film Board canadiense, y de los sarcásticos «filminutos» de Frank Padrón -que llevamos a la Muestra de Cine-, así como las animaciones complejas como «El señor de los anillos» de Ralph Bakshi o las irreverentes como su pícaro gato Fritz, sin olvidar las bellezas belgas o checas y las series de peleas japonesas, me familiarizaron con otras expresiones de un cine que le otorga ánima (el alma aristotélica) o las cosas que no están vivas
En los últimos años, el gran público ha visto como la animación digital crece exponencialmente y espectaculares logros técnicos se vuelven éxitos de taquilla y pueblan su imaginación: los juguetes de «Toy Store», el pececito «Nemo», el ogro «Shrek».
Incluso en Costa Rica, algunos audaces se han lanzado con pasión y talento a la producción de animaciones digitales que hemos reconocido en artículos recientes.
CINE NUESTRO, ENTRAÑABLE
Lo que no es usual es hallar en cartelera un largometraje latinoamericano de dibujos animados. Y además, realizado con pericia y pensado con amor. Es decir, dos veces bueno.
Toda la producción de «Patoruzito» se hizo en la Argentina, gracias a una ambiciosa mezcla de dibujos animados y tecnología digital. José Luis Massa realizó con garbo el esmerado guión de Axel Nacher a partir de la historieta original creada por Dante Quinterno hace 75 años. La banda sonora acompaña constantemente las imágenes con presencia protagónica casi excesiva. Canciones de autores como León Gieco, Los Nocheros y La Mosca subrayan los valores de los diálogos y las imágenes. La obra es un canto de respeto y amor a la vida. Por eso las líneas son definidas y los colores son alegres. Es una propuesta que rezuma optimismo, que inspira ternura y alimenta la esperanza. El espectador se deleita ingenuamente con los paisajes y los personajes. Sin embargo, lo bonito de la apariencia está sustentado por una visión del mundo muy clara, que predica el respeto y la paz, que urge a la solidaridad y a la rebelión contra el opresor, que se identifica con la naturaleza y defiende la diversidad.
Las analogías con la política contemporánea y con la memoria del saqueo aquí y allende son evidentes. Precisamente, como en «La historia oficial», se insiste en la necesidad de preservar la memoria, en no olvidar ni dejarse engañar. El respeto al pasado y a los años vividos es virtud adicional, y la mujer no se limita a ser defendida por el varón; ella posee su propia fuerza física y mental. Como en la «Guerra de las galaxias», el héroe no solo desarrolla destrezas, su fuerza esencial es la fe en sí mismo y en sus valores (en comunión con los demás). Por eso puede ver sin necesidad de usar los ojos y lo anima la certeza de que prevalecerá la fuerza de la razón.
El filme tiene un prólogo que habla del mito fundacional de una cultura mestiza que une a egipcios y tehuelches en los orígenes de la Patagonia. Dice de un paraíso perdido en el pasado y convertido en utopía del presente, allá donde la tierra se encuentra con el glaciar.
Nuestro pequeño héroe contemporáneo crece en un entorno familiar que forja su bondad tanto como su disciplina. Luego, nos cuenta la gesta épica de este indio de 12 años de edad que supera las pruebas rituales y los nuevos desafíos históricos, tanto frente al extranjero codicioso (de apellido Ferguson, para más señas), como frente a otro indígena envidioso que reniega de su autoridad. En el clímax, los tehuelches harán de su libertad un estandarte invencible y reconstruirán lo que el invasor les quiso destruir. Tal vez la parte del Valle Perdido peca de algunas exageraciones y lugares comunes, pero no desmerece el conjunto.
Es un filme con emociones y aventura a raudales; con dosis enormes de buen humor, que satiriza los defectos y gracejadas de los personajes.