Patricia Reyes, la mamá de Frida en el filme, junto al suscrito.
Tan cerca y, sin embargo, poco conocida, la República Dominicana, además de ostentar su Caribe, su ámbar y sus magníficos peloteros, celebra el Festival Internacional de Cine en Santo Domingo.
Invitado de honor, el prolífico Arturo Ripstein (quien nos deleitó con su humor negro), fue Mejor Director por La virgen de la lujuria. Yo aproveché la ocasión para expresarle mi entusiasmo por El castillo de la pureza. De México lo acompañaron la risueña experta Laura Ruíz y la conocida actriz Patricia Reyes Spíndola.
De nuevo, Brasil, donde el petróleo financia el cine, dominó los premios: Ciudad de Dios, sobre la violencia en las favelas, ganó Mejor Filme, Premio del Público, y de la Crítica; Madame Satá, sobre un homosexual explosivo, Ópera Prima; y Susana Amaral -enérgica y divertida veterana que nos acompañó- el Especial por Una vida en secreto (retrato minimalista de una chica arrastrada del campo a la ciudad).
Allí compitieron los dos recientes filmes nacionales, Asesinato en el Meneo, obra del laborioso Óscar Castillo, bien presentado por su Coproductor Arnoldo Soley, y Password, la inquietud moral que Ingo Niehaus convirtió en cine denuncia, dirigida por el creador Andrés Heidenreich y presentada por el suscrito como Coproductor.
Venezuela mostró sus taquilleras Huelepega (que ve sin censura la niñez marginada) y Sicario, así como La pluma del arcángel, cuyo actor Roque Valero, también estuvo allá.
De Chile, El Leyton, del reconocido Gonzalo Justiniano, cuya protagonista Siboney Lo causó admiración por su belleza y simpatía, sin mengua de su talento. Otro invitado, el argentino Jorge Román, fue Mejor Actor por su debut en El bonaerense, notable y oscuro drama sobre el mundo de la policía, nuevo acierto del autor de Mundo grúa.
Al igual que en La Habana, causó sensación y ganó premio el documental Balseros, que recoge los anhelos de los cubanos que desesperados abandonan la isla y su decepción en la tierra del Tío Sam.
Entre el jurado, destacó un cineasta a carta cabal, el cubano Octavio Cortázar, a cuyo currículo suma una disciplina ética difícil de hallar.
El festival lo preside un artista legendario, Silvano Lora, cuya salud quebrantada no le impidió compartir. Al frente de la empeñosa organización Omar Narpier y su hija Karina en esta quinta edición con dos logros excepcionales: la gran calidad de la obras (también «El pianista» de Polanski, y más), y la excepcional hospitalidad que desplegaron; incluida la cena en la residencia del consagrado chef Mike Mercedes, un venerable artista culinario que sirvió a los Kennedy, al Rey Juan Carlos y a Juan Pablo II.
Tendido junto al azul reverberante del mar que siempre embriaga, Santo Domingo, donde es poco el cine que se logra hacer (Ángel Muñiz tuvo éxito con Nueba Yol) se vistió de gala para que el sueño de un puñado se hiciera imágenes en movimiento en la pantalla, y, por primera vez, los dos últimos largometrajes costarricenses coincidieran como útil testimonio de nuestra cultura.