Frida: «Sabía que la canción La llorona interpretada en el bar por Chabela Vargas era perfecta para transmitir la pasión de Frida».
Miles de cinéfilos ansiosos colmaron el legendario Cine Yara, en el corazón de El Vedado, para disfrutar la biografía que la protagonista Salma Hayek soñó durante ocho años. Allí, la realizadora Julie Taymor lloró por dentro -dijo-, conmovida por el entusiasmo del público que le brindó una de las más cálidas ovaciones que recuerde esa vieja sala cubana.
Frida Kahlo, ícono de la cultura mexicana, notabpintora notabilísima, entrañable camarada de izquierdas y baluarte de la libertad sexual, y de los derechos de la mujer, halló, inesperadamente, en una realizadora estadounidense que también pinta y esculpe, y en una pequeña y hermosa estrella del sétimo arte, un lienzo propicio para dibujar otro de sus numerosos rostros, con énfasis en la dignidad y la pasión.
El filme es un largo y colorido fresco, fotografiado brillantemente por Rodrigo Prieto («Amores perros») donde la vida trágica y espléndida de la artista se teje entreverada con su arte testimonial. Julie, que no temió transgredir a Shakespeare ni recrear a Mozart, dirigió con pulso seguro, pericia técnica y un respetuoso cariño, este delicioso relato hecho para un gran público. Empero, original y sugestivo como es, elude mayores densidades y sacrifica lo más ambiguo, para trazar con vigor su retrato. No tiene la concentrada y abstracta riqueza del «Caravaggio» de Dereck Jarman, por ejemplo, mas su estilo descriptivo, sabroso y retador no le resta interés.
Es una gran oportunidad para acercar a muchas personas -prisioneras de héroes insípidos como los deportistas millonarios de hoy- a una figura que, azotada por la desgracia (enfermedades y un pavoroso accidente), víctima de mojigatos y abusadores, halló su redención fiel a sí misma. Ella tomó la vida por los cuernos, bebió la copa hasta el último sorbo y se expresó con una mezcla de genio y autenticidad que trasciende la muerte. A Salma se le reconoce su empeño, más allá del papel, por encarnar a Frida. No nos sorprende el talento de Alfred Molina como su enamorado Diego Rivera (un ególatra bonachón, un admirador tan sincero como caprichoso, un artista monumental y contradictorio). Otros célebres intérpretes componen un reparto bien orquestado, entre ellos, Patricia Reyes Spíndola, Edward Norton y Diego Luna).
La música, de Elliot Goldenthal se entrelaza con las imágenes y enriquece la experiencia. Que de eso se trata, un elogio al placer de vivir, llevados por la mano firme y tierna de una mujer que abofetea los prejuicios e impone su condición humana, cueste lo que cueste. Por eso me gustaron tanto la presencia y la voz de Chabela Vargas, con quien nos une, más que una relativa nacionalidad, la empatía con sus batallas y sus auténticos logros.