Donde duerme el horror

Detrás del pleito que ha provocado que la mayoría de críticos y blogueros juzguen mal el filme Donde duerme el horror, se esconde cómo

Varios escollos debe sortear el cine costarricense como la deficiente gestión estatal y la dudosa distribución de los escasos recursos, la falta de infraestructura y la estrechez del mercado.

Detrás del pleito que ha provocado que la mayoría de críticos y blogueros juzguen mal el filme Donde duerme el horror, se esconde cómo el dominio hollywoodense, expresado en distribuidoras y exhibidoras locales, perjudica donde más daño hace, como pasó con “Gestación”, que la sacaron de varias salas para programar obras extranjeras con menos espectadores.

Asimismo, el darle relevancia a la opinión de un puñado de especialistas desvía la atención de los verdaderos problemas y necesidades.

Esto dicho, repasemos los géneros. Surgieron hace un siglo debido a la doble necesidad de tipificar y diferenciar las películas, para predecir y a la vez satisfacer el gusto del público, en una industria tan costosa como sujeta a riesgo. Reconozco 10 principales conforme la historia del cine: aventura, bélico, comedia, fantástico, histórico, melodrama, musical, oeste, policial, terror.

 

Este último infunde miedo e incluso pavor mediante las amenazas o las desgracias constantes que sufren los protagonistas. El subgénero horror (gore) muestra gráficamente las desgracias que sufren estos, especialmente tortura, mutilaciones y muerte. El subgénero suspenso enfatiza los peligros constantes que acechan a los protagonistas, usualmente inocentes e inermes, cuyas vidas están  como suspendidas.
El filme en cartelera se anuncia como la primera exploración del género, aunque “El sicópata” es un antecedente. “Donde duerme el horror” despierta mayor interés, pese a sus muchos defectos. Se acerca a ser “parodia de sí mismo” y con esto tienta la risa.
El relato de la pata de mono es brillante, lo que se adivina pese a la pobre adaptación. El de las brujas se redujo a una imagen recurrente sin densidad ni sentido. La mezcla de ambos funciona a medias, con problemas de tono y ritmo. Se crea algún suspenso en torno a los deseos que el talismán satisface, y el final, donde horror y suspenso se unen, está mejor logrado que lo anterior. Lo de las brujas no pasa de ser un cuadro de erotismo vulgar, subrayado por la cámara lenta. Los pillos ni son inocentes ni simpáticos; no nos identificamos con ellos. El filme no asusta ni entusiasma; a mí me dejó impávido.
Hay una mezcla de tratos y estilos que incomoda, con alusiones comerciales obvias y forzadas (el deporte extremo, la línea aérea). Algunas situaciones, como la maldición inicial que facilitan los tres criminales alelados (dejando hacer a una bruja nada convincente) o las dos veces que el empresario destruye el dinero, o el asegurador corre a pagarle, son despropósitos que impiden tragarse el cuento.
Conocemos la extensa trayectoria de Óscar Castillo, que ahora se aventura a producir un filme de terror, lo que me parece bueno pues expande las posibilidades de nuestra industria en ciernes. Contrató a dos argentinos que han realizado varios largos, mas entiendo que éste es el primero que estrenan en salas de cine (Canal 15). Con algunos logros, el resultado es pobre. El trabajo se siente chapucero. Si no fuese nacional, este filme interesaría casi nada. En lo formal, está muy lejos de la calidad que tiene “Vuelo nocturno” (Craven), por ejemplo, y también lejos del rigor estético de “Del amor y otros demonios” y “Gestación”. El argumento se queda en lo más superficial; un rejuntado de gags usuales hecho sin pasión ni originalidad. No hay entretenimiento inocente ni necesidad natural de diversión. Sí se puede hacer cine sencillo, fácil de entender, bien hecho y con categoría intelectual: Hitchcock es el ejemplo obvio. Mas no se trata de pedir “Vértigo”, ni tampoco “El resplandor” (Kubrick). Creo que en el país hay talento para hacer mejor cine –de terror, y el público lo merece.
La edición falla en lo conceptual y chirría en los cortes. El sonido lamentable (a veces cuesta entender los parlamentos), la música satura las escenas, y algunas ideas audaces pero mal hechas, no calzan en la mediocridad general (música clásica para una violación –Kubrick-, madre amamantando a su hija adulta –Bergman-). El formidable tema de las brujas como curanderas y como libertinas (Olea) aquí se pierde en retazos de piel sucia. La fotografía tiene algunos aciertos y bastantes yerros. Hay un empeño en usar la iluminación con sentido dramático, pero varios encuadres pudieron ser mejores. Los intérpretes son desiguales, algunos contenidos –y a veces acartonados- y otros teatrales o hasta en clave de animadores. Un joven que estuvo en “El cielo rojo” logra mayor naturalidad y solvencia, otro (Dionisio) sugiere un potencial interesante. Hyder va por su lado y se divierte. Rosibel y María son de las más adecuadas. Rocío, pese a su singular belleza y carisma, la siento desperdiciada y perdida. Las brujas aparecen como relleno sexista. El erotismo está mal escenificado, con planos abiertos, poca verosimilitud y alargues innecesarios.
Los personajes carecen de solidez, psicológicamente no se sostienen; su vestuario tampoco ayuda, aunque hay algunos logros en el maquillaje.

 

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