El cine alumbra un futuro incierto

Monumental, longevo, pertinaz; también multitudinario, ubicuo, diverso. Pero, especialmente, esperanzador. Porque los testimonios rev(b)elados en pantalla, trascendentes en su vigor estético, y las riadas

Monumental, longevo, pertinaz; también multitudinario, ubicuo, diverso. Pero, especialmente, esperanzador. Porque los testimonios rev(b)elados en pantalla, trascendentes en su vigor estético, y las riadas de personas atentas a cada una de las numerosas funciones, nos renuevan la fe en la condición humana pese a ese Monstruo grande que pisa fuerte la pobre inocencia de la gente. (Gieco). Los artistas de América Latina, y de otros lares, cámara en mano, con el espíritu de Rosellini y Truffaut, de Glauber y Titón, de Piñeiro y Meiralles, observan, hurgan, construyen; y los espectadores replican desde sus butacas y visiones en un cine-diálogo inagotable que honra a Prometeo y al Reino de este mundo.

Otro tico -Esteban Richmond- estudiante de cine de singular talento, compartió conmigo en mi sétima visita a la isla. Visionamos 35 filmes, casi todos estupendos –entre uno que otro bodrio-, y gocé varias veces, como coproductor de nuestra muy tica Gestación, del aliento y el comentario vivaz de cientos de entusiastas espectadores –una película se produce para que la aprecie la gente, todo lo demás es accesorio-. La mediocre burocracia del Festival no la incluyó en competencia, pero fuera de ésta cosechó el aplauso y el elogio del que en el fútbol aquí llaman “el respetable”. Cuatro tandas y un éxito rotundo para el segundo largo de Esteban Ramírez, con quien presenté el filme, junto a la notable y bella actriz Adriana Álvarez.

 

La Habana es mucho más que la maravillosa fiesta del cine; es el malecón que subyuga, la parte Vieja que se acicala con las restauraciones, un museo de arte mundial deslumbrante, La Bohemia en el vetusto gran teatro, las largas caminatas por calles arboladas y gente parlanchina, daiquirí en El Floridita y mojito en la Bodeguita, Fresa y Chocolate en Copelia, una pizza horrorosa. La economía trabada, un imperio que amenaza tanto como las cadenas internas, valores socialistas que urge salvar (la enfermera del hotel El Vedado me mostró que el sueño del “hombre nuevo” está vivo), una urgencia libertaria cada vez más obvia en el discurso del venerable Alfredo Guevara –presidente del ICAIC- en el Teatro Karl Marx, la clara transparencia del Che que nos estremece, el futuro que se levanta a tientas…

Miradas subjetivas

José Martí: El ojo del canario fue la obra maestra del Festival. El cubano Fernando Pérez es mano de hierro en guante de seda, tan discreto y tan genial. Incluso su estupenda filmografía palidece ante esta maravilla. Martí en su niñez y adolescencia, con una precisa y preciosa reconstrucción de época y actuaciones impecables; un cuadro psicológico y social repleto de sentimientos profundos y reflexiones sagaces, el germen de un anhelo justiciero, un portento de claridad intelectual y moral forjado en la ruptura de los prejuicios, anclado a la naturaleza exuberante, al propio cuerpo recobrado, a la amistad prohibida, a las fuentes del saber. Corrimos a ver Submarino, de Vinterberg (danés de Dogma), gracias a su devastadora La celebración. Ésta es todavía mejor: dos hermanos condenados al calvario familiar bregan contra un destino que ni Zeus podría detener. Perdidos en un laberinto de errores y agresiones, una piedad a lo Bergman los ampara y su derrota no obvia la dignidad que los salva. Dolorosamente hermosa; Buonarroti redivivo. Medem toca el cielo con Habitación en Roma, cine de cámara, donde bastaría la desgarradora banda sonora para trastocar el alma. Relata con pleno desenfado y mucha gracia un viaje de cuerpo a cuerpo para atisbar el alma, de repente nuda, entre dos mujeres jóvenes asidas a la curiosidad, tanteando desde la mentira hasta la confrontación, dibujándose en la sensualidad, tan lejanas a la pornografía de lesbianas robóticas como del puritanismo necrófilo que nos persigue desde Abraham. Amigas.

La mirada invisible (Lerman) es una incisiva y original lectura de los caminos retorcidos que recorren los abusadores, víctimas y victimarios. Una maestra que enreda su frustración sexual con el discurso del orden y un torturador que igual abusa de progres que de mujeres, se topan en el precipicio de sus urgencias, en el contexto de un colegio convertido en virtual cuartel. El mexicano Carrera es un realizador formidable. Eso es obvio desde antes de las magníficas El héroe y El embrujo. Su Infancia es un complejo drama familiar que recorre el machismo y el crimen en barriadas interminables de nuevos (Los) Olvidados (Buñuel); más cruda que El callejón de los milagros (Fons). Nos gustó mucho el humor negro, tan latino -aunque Trapero me recordara a los Cohen-, con que en Carancho se muestra a un vivazo explotador de desgracias ajenas –el siempre convincente Darín-. Es asunto de seguros, abogados, tombos y otros pillos; en resumen, el crimen no paga. Vale.

Río de Janeiro, pedofilia, chicas que pese a prostituirse gozan la vida. Sueños robados es un retrato estimable, de tono optimista, de promiscuidades que se desbordan. El itinerario del haitiano Jean Gentil en Dominicana, pese a sus buenas intenciones, acabó por aburrirnos. Por tu culpa no pasa de ser una desordenada descripción de… casi nada. Chicos peleones, madre neurótica; puro humo.  ¿Quién dijo miedo? (Katia Lara). Horror, urgencia, solidaridad. El documental nos expone no solo el cruento golpe de estado en Honduras, sino el primitivo marco de explotación, miseria y brutalidad militar que asola esa nación, como, con otra máscara, ocurre en su vecina Nicaragua; los pueblos centroamericanos siguen sufriendo hasta el paroxismo.

Es muy satisfactorio que El amor y otros demonios (Hilda Hidalgo), de exquisita fotografía, mereciera el 3er Premio Coral de Ópera Prima, otro logro para Costa Rica en un 2010 pletórico de lauros. En esa sección también concursó Agua fría de mar, la que prefiero comentar después de su estreno nacional en marzo. Drama moral intenso y cautivante, Sin retorno, de Cohan, parece un relato de Benedetti, donde una pequeña tontería arrastra varias vidas intrincadas en la mentira, la injusticia y la venganza. Estupenda. El pasante es una floja versión (ésta en un hotel) de él y ella igual a química erótica. Drama es una pretenciosa disquisición sobre el ser actor que naufraga en ilustraciones homoeróticas anodinas. Afinidades, es el sonado cuento erótico de los consagrados actores Perugorría y Cruz, con una guapa Cuca Escribano (que Jorge conoció en “Caribe”), y la también sensual Gabriela Griffith. Interesa, pero su estilo a brocha gorda deja dudas.

Elvis y Madonna (Laffite) es una brillante historia de amor entre una motociclista lesbiana (¡qué guapa ella!) y un travesti. Tan ágil, tan llena de humor y sabiduría, tan bien hecha. ¿Por qué no concursó? Los programadores usualmente son un caso… Repito la queja respecto a la notable y simpática García, otro convincente personaje construido por Damián Alcázar. El recuento de los daños es un Edipo empresarial. No funciona. The Mission (Bratt), barrio latino de San Francisco que conozco bien, donde un estudiante sufre la homofobia de su padre en un filme de excelente factura y mejores valores humanistas.

Revolución (mexicana) ofrece diez cortos. ¿Los mejores? La bienvenida, Lindo y querido, El cura Nicolás colgado, La 7th y Alvarado. Cortos, asimismo, Blokes, de la chilena Rivas, es una metáfora fabulosa sobre sexo y violencia en el Chile de la dictadura, magistral; Retrovisor es un buen título para un notable corto sobre un encuentro insólito; Ring, ring llama a la ausencia por migración; y del teatral Lucero, lo mejor fue conocer personalmente a su autora, la actriz Hanna Schygulla, musa de Fassbinder. También vimos buen cine inglés (Glorious 39), italiano (La nostra vita), polaco (El mal menor); la perspicaz A propósito de Eli (Farhadi, Irán.); el grotesco clásico de horror Esta noche poseeré tu cadáver, y Chamaco, del atrevido genio de Cremata que pone el dedo en la llaga de las carencias afectivas y materiales. Y de nuevo, la obra del homenajeado Nikita Mihalkov, ahí presente.

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