El espectáculo de la intimidad

Quizá usted recuerda la película The Truman Show, protagonizada por el actor Jim Carrey, que presenta la historia de un hombre cuya vida era

Quizá usted recuerda la película The Truman Show, protagonizada por el actor Jim Carrey, que presenta la historia de un hombre cuya vida era transmitida por televisión; solo Truman no sabía que todo a su alrededor era «un mundo creado».

Con la aparición de los «reality shows», esto dejó de ser parte de la ficción del Holywood. En estos programas, los participantes, voluntariamente, muestran su intimidad ante las cámaras o se exponen a situaciones donde hay peligro sobre su integridad física.

¿Pero cómo empezó todo? Autores como el mexicano José Ignacio Varela, coinciden en que el precedente más importante de los «reality shows» fue la serie An American Family («Una Familia Americana»), creada en 1973 por la televisora PBS.

Durante siete meses el equipo de producción grabó la vida diaria de la familia Loud, en California. «Los momentos más memorables fueron la declaración del hijo mayor, Lance, de su homosexualidad, y la petición de divorcio de la Sra. Loud a su esposo. En su momento, fue el programa con mayor audiencia de esa estación», comenta Varela en un artículo publicado por la revista Razón y Palabra.

En 1992, el canal de vídeos musicales MTV, puso al aire The Real World («El Mundo Real»), una serie creada por Murray y Bunim, que sigue la vida de siete jóvenes, elegidos al azar, para vivir juntos durante cuatro meses, mientras las cámaras los filman permanentemente. El resultado se edita y se transmite.

Sin embargo, el verdadero «boom» de los «reality shows» llegó con el «Gran Hermano» (Big Brother), creado en 1999 por la empresa holandesa Endemol. Los participantes, sin ningún contacto con el exterior, convivían en una casa llena de cámaras de televisión que transmitían en vivo, las 24 horas del día, todos sus movimientos. Cada semana, dos habitantes eran escogidos para abandonar la casa. Los televidentes, vía telefónica, elegían cual participante desean se quede y, por ende, cual se retira. El ganador obtiene un «jugoso» premio en efectivo, entre otros reconocimientos.

LA INTIMIDAD EN JUEGO

Espiar en las vidas ajenas es socialmente prohibido, pero esto lo convierte en una tentación y en una práctica, hasta cierto punto, «excitante». El televidente, a través de los «reality shows», disfruta de observar la cotidianidad de personas comunes: cómo se depilan las mujeres, cómo se bañan, cómo son cuando se despiertan.

Para el sociólogo argentino Pedro Almeira, esto no es más que una «ilusión de realidad», pues los participantes tienen claro que millones de personas los están mirando. «Si hay voyeurismo (una curiosidad exacerbada por la intimidad ajena) de parte del público, hay necesariamente exhibicionismo de parte de los participantes, mirar y ser mirados son dos cosas complementarias. Esos chicos saben que hay una cámara de televisión y hay que ser muy profesional para, aun así, actuar con toda naturalidad», afirma en un artículo del  diario La Voz (Argentina).

Para Almeida, la popularidad de estos programas radica, precisamente, en esta apariencia de realidad. «Los participantes de los reality shows actúan para los espectadores. En el análisis de conflicto se demuestra claramente que una cosa es un conflicto a solas y otra muy distinta es uno delante de terceros. Los miembros comienzan a actuar no tanto para decirle al adversario lo que le quieren decir, sino para que el tercero oiga lo que es capaz de decirle al adversario. En suma, los participantes no hacen lo que normalmente harían», agrega.

Estos programas son básicamente un juego, y como en todo juego, hay competencia, hay ganadores y perdedores.

Según un artículo de los comunicadores argentinos Mariana Aranguren y Alfredo Caminos, «los participantes compiten por un premio, mientras las c*maras buscan en su humanidad la lucha por deshacerse del enemigo (…), porque al final solo uno quedará para el premio, ya que eso es lo que necesita el espectáculo de la televisión con ganadores. Se parece bastante a la lucha de los gladiadores en el circo romano. Pero además los participantes no saben que son como cristianos tirados a los leones de la producción televisiva, para espectáculo de millones de espectadores, quienes además por otros pocos dineros semanales, participarán pagando para elegir -como el César bajando el pulgar- quien debe ser «muerto» esa semana».

Para el sociólogo Néstor Ventaja, estos programas se basan en un sistema de exclusión, donde lo importante es sobrevivir a costa de eliminar a los demás. Naturalmente, este proceso de exclusión tiene efectos negativos en los participantes. Para muestra un botón: en la versión sueca de Survivors (cuya versión estadounidense se transmitió en Costa Rica), uno de los participantes se suicidó luego de su expulsión.

Nos guste o no, los reality shows llegaron. Mientras haya personas interesadas en «espiar» las vidas ajenas y otras dispuestas a mostrar su intimidad, estos espacios seguir*n teniendo éxito. En toda la amplitud de la frase… ¡el público es quien decide!



Un Estado orwelliano

Vinicio Chacón

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La entrega voluntaria de la privacidad y la obediencia a una autoridad omnipresente, son prácticas promovidas por el programa Big Brother, lo cual tiene consecuencias sociales, jurídicas y democráticas.

Así lo señaló Alfredo Chirino, abogado especialista en derechos humanos y autodeterminación informativa, quien analizó el fenómeno Big Brother desde el punto de vista jurídico.

El experto considera que se trata de un fenómeno social cuyas características no se han estudiado. «La relación actual entre las personas y los medios de comunicación no tiene precedentes. La gente está dispuesta a entregar todo a cambio de salir en televisión, y de un precio», señaló.

El jurista enfatizó en que la privacidad se devalúa al ser entregada por ese motivo pecuniario.

«Big Brother es sólo una parte de ese fenómeno, pero la más grave. Demuestra que el valor constitucional de la privacidad se ha convertido en un valor público», subrayó.

Manifestó su preocupación ante el hecho de que no sólo el ciudadano desvaloriza la privacidad, sino que los medios de comunicación «están interesados en su manejo, sin estar dispuestos a admitir ningún tipo de limitación».

«A la privacidad se le asigna un valor de cambio para venderla y comprarla. Además se da una desvalorización sustancial, al encontrar medios para que exista en términos en los que se pueda anular o limitar como un derecho humano esencial», destacó.

ESTADO POLICÍA

En su criterio, el Estado ahora se enfrenta al hecho de que la gente entrega su privacidad de manera voluntaria. «Así no establecerá limitantes, pues siempre ha querido entrar en la esfera privada en nombre de la seguridad y la definición de políticas sociales», sentenció.

«El Estado se aprovecha de esta coyuntura para promover políticas jurídicas que permitan a los agentes de seguridad entrar en la privacidad. Entonces, en aras de la seguridad, la convierte en un valor de cambio».

Esta última sigue teniendo valor como un derecho humano, pero si el actual proceso se mantiene, puede llegar a ser irreversible.

«Estamos construyendo un ideal de lo público donde todo valor humano tiene valor de cambio. En diez o quince años será una sociedad muy cercana a la que describe George Orwell en 1984», destacó.

Recordó la figura del Gran Hermano en esa novela, la cual tiene acceso a todo lo que la gente hace, se adelanta a los pecados y también a las desviaciones.

El abogado pronosticó que la esfera de lo público abarcará todo en detrimento de lo privado, al tiempo que denunció que «en términos de democracia, probablemente estamos entregando el último límite que quedaba y que define en nuestra sociedad democrática el tutelaje sobre la persona y sus derechos. La persona no está dispuesta a proteger sus derechos»

 

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