Marcia Saborío no descarta volver a tener un teatro propio.
«No puedo decir que fue un fracaso, simplemente un proyecto que no pudo continuar,» dijo Marcia Saborío al reflexionar sobre su recién cerrado teatro.
Su incursión en el negocio del teatro independiente comenzó en mayo pasado y culminó en aproximadamente tres meses por «circunstancias adversas,» entre las que ella cuenta la crisis económica que vive el país, la peligrosa ubicación del local y un trabajo de la Compañía Nacional de Fuerza y Luz que se convirtió en una molestia para los clientes durante mes y medio.
La sala ubicada en Barrio Amón debutó con la obra «Muy abierta al monólogo» de Luis Piedra y con la novedad de que en el local también había un café y habría un bar más adelante.
Pero las iniciativas fueron insuficientes, ya que el teatro Saborío le dejó una pérdida millonaria que dice no lamentar puesto que la experiencia le permitió construir la sala que había soñado.
Al igual que Saborío cada vez más personas se embarcan en la aventura de tener su propio teatro. Hoy, ella admite que asumirlo como pequeña empresa es un reto muy grande.
«Hay empresarios que lo han logrado. Es gente con mucha trayectoria y que han sabido de alguna manera darle lo que quiere escuchar al público. Hay cosas que definitivamente ya no quiero hacer, hay limites a los que como artista, como mujer y como ser humano ya no quiero llegar,» aclaró.
Agregó que «para que una sala pueda salir adelante tiene que tener un espectáculo bastante liviano, comercial y muy divertido. Ojalá que tenga mucho sexo, o mucho fútbol, o mucho doble sentido».
Y es que de acuerdo con Patricia Fumero en su ensayo «Teatro y política cultural en Costa Rica», en el país hubo un cambio en el consumo teatral a partir de 1990 palpable en el resurgimiento de una cartelera mayormente comercial.
«La variación entre el repertorio de la década de 1980 y la de 1990 se explica por la crisis económica producto del agotamiento del proyecto socialdemócrata, lo que repercutió en una creciente inflación, la devaluación de la moneda y la disminución en la inversión social por parte del Estado».
Esa disminución en la inversión social que menciona Fumero circunscribe el cese de las políticas de subvención estatales que le habían permitido al teatro independiente establecerse a partir de la creación de Ministerio de Cultura Juventud y Deportes en 1971.
La sobrevivencia desde entonces ha sido difícil, y muchos teatros han optado por montar «sexycomedias», pues éstas garantizan la afluencia de público.
OPINIONES DIVIDIDAS
Otra empresaria que tuvo la vivencia de establecer un teatro fue Claudia Barrionuevo, quien se dedicaba a poner en escena sus textos en el desaparecido Teatro de La Rosa.
«El dilema es hacer plata o hacer lo que uno quiere. Pienso que la única manera que funciona es haciendo comedias populares que paguen los gastos. La cantidad de concesiones que hay hacer para sostener un negocio relativamente bueno, son muchas,» señaló Barrionuevo.
Por su lado, Marcia Saborío afirma seguir creyendo en un público que «agradece espectáculos inteligentes» y que le gustaría contar con una sala propia en algún momento.
William Esquivel, que planea reabrir el Teatro Arlequín en un nuevo local, opina que el teatro es un negocio que se maneja con pasión y conocimientos empresariales. Hizo énfasis en que la clave está en conocer el mercado, tener «un ojo especial» para hacer una pieza de calidad que le guste al público.
«Los «dizque intelectuales» nos critican, pero si tenemos obras hasta año y medio en cartelera es porque hay calidad. No es basura como dicen,» manifestó.
Para Eduardo Zúñiga, de la Unión de Teatro Independientes (UTI), en este negocio se trata de explotar soluciones creativas.
«Hay diferentes maneras de enfrentar al teatro como pequeña empresa. Vivimos en un mundo con un sistema económico y político que estimula soluciones. Eso sí, el teatro es una alternativa de entretenimiento sobre todo. Debe ser primero eso y después puede ser negocio,» expresó.