“Para qué tractores sin violines” es quizás la frase más “quemada” del expresidente José Figueres Ferrer, recitada en 1972 en un discurso improvisado; como la mayoría de buenas frases, caló tan profundo en la memoria costarricense que ha sido casi imposible borrar su huella.
Esa frase ha rodeado al caudillo de un halo de benevolencia: Figueres (padre) poseía un interés vital por la cultura y la educación. Sin embargo, cabe preguntarse ¿de qué tipo de cultura se está hablando?
El músico e investigador José Manuel Rojas González ha llegado mucho más lejos. Su investigación ¿Para qué carretas sin marimbas? Hacia una historia crítica de la práctica de la música “clásica” en Costa Rica (1971-2011) busca desinflar ese mito musical costarricense.
Para este oboísta del Quinteto Miravalles, las investigaciones en música han sido monofónicas: no han hecho más que repetir el patrón del mito, como decenas de instrumentos en una orquesta repitiendo la misma nota una y otra vez.
UNIVERSIDAD conversó con este músico antes del lanzamiento de su investigación convertida en libro, publicado por la Editorial Arlekin.
¿Qué papel ha tenido la música en la construcción de la “identidad” de lo costarricense?
−Pasa mucho por el gusto musical. En Costa Rica ha habido un problema con la investigación en música y es que han dividido la expresión musical en dos partes: la música clásica por un lado y la música popular por el otro. El lenguaje más importante, al que se le da más importancia, es a lo que entre comillas se llama “música clásica”.
Esto se desprende de un concepto muy reaccionario políticamente y es el concepto de cultura superior. En Costa Rica en los años 70, el Partido Liberación Nacional decidió usar este concepto para “educar” a los campesinos, negando la cultura propia de ellos. El rol de la música fue clave, porque en esos momentos la disciplina artística más asentada dentro de la cultura hegemónica es la práctica de la música clásica. Fue así como sirvió como dispositivo de dominación.
¿Qué entendemos cuando hablamos de “música clásica”?
−Es un error que solemos cometer: llamar música clásica a la música europea, porque eso está pronunciando la exclusión; es convertir la música europea de concierto en el único discurso musical que existe. La Orquesta Sinfónica Nacional, en los años 70, sirvió como proyecto político, no como proyecto musical.
Es en los años 70 que se recita la famosa frase de Figueres. ¿Qué consecuencias trae eso?
−Son los dos temas que me inquietan a mí: la idea de cultura superior y el mito “¿Para qué tractores sin violines?”. Porque este mito está construido bajo el concepto de cultura superior, anula por completo expresiones de la cultura como la carreta y la marimba costarricense.
¿Usted identifica la marimba y la carreta con expresiones de la cultura popular?
−Más que de la cultura popular, con un discurso desde la cultura hegemónica. Pero que son formas que van quedando anuladas. Como yo pongo en el libro, el piano se comió a la marimba.
En su libro, usted relaciona la figura del director de orquesta con la del caudillo. ¿Cuáles son las similitudes?
−Tiene que ver con el tema del discurso único. En los años 70, Estados Unidos implantó su modelo cultural por todo el mundo, y en eso se monta el personaje del director de orquesta aquí en Costa Rica. Si usted se pone a investigar, la figura del director de orquesta dentro del imaginario costarricense tiene que ser alguien estadounidense. Además, es una persona que adquiere demasiadísimo poder porque dirige una única orquesta, que es la Orquesta Sinfónica Nacional. En el país no había otra orquesta con estas características. El director de orquesta no solo adquiere poder, sino que se monta en relaciones de poder; se maneja a niveles de presidencia, de ministros. El director de orquesta sigue reproduciendo esas características hasta el día de hoy.
¿Por qué en los repertorios de la Orquesta Sinfónica Nacional se le da tan poco peso a la música latinoamericana y nacional?
−El tema de los repertorios es lo que muestra más la colonialidad del poder, del saber y del ser. Se escoge un tipo de repertorio canónico, repetitivo y de compositores fallecidos. Es repetir el mismo patrón.
¿Cuál es el proyecto político que se desprende de su investigación?
−Esas prácticas de dominación se tienen que ir diluyendo con la descolonización. Para poder abrir un diálogo polifónico urge descolonizar el concepto de cultura superior. Sobre todo en un país como Costa Rica.
Usted ha tomado muchos conceptos de las ciencias sociales para analizar la música. ¿Cómo le han servido en su práctica como músico?
−La propuesta que hago es a través del Quinteto Miravalles. Todos los conciertos que hacemos tienen un nombre específico, porque nos gusta dar conciertos que tengan un tema y que estén enfocados dentro de nuestra realidad musical. Eso ha variado el repertorio, los espacios y la ideología de nosotros. De ahí parto yo, del Quinteto Miravalles.
Asusta mucho que ni en la Escuela de Artes Musicales de la Universidad de Costa Rica, ni en la Escuela de Música de la Universidad Nacional, o en el Instituto Nacional de la Música existan cursos sobre la historia de la música latinoamericana. Realmente asusta, porque en otros países eso ya se ha hecho mucho; por ejemplo, en las universidades más importantes de Estados Unidos el jazz es una carrera muy respetada. Aquí todavía la gente cree que uno es educado solo porque estudia a Beethoven y a Mozart, y eso es muy grave.
Presentación del libro
Cuándo: miércoles 5 de agosto.
Lugar: auditorio de la Facultad de Ciencias Económicas, UCR.
Hora: 6 p.m.
Invitados: Camilo Retana, Albino Vargas y Vanessa Fonseca. Modera: Alexander Jiménez.
Friso: José Manuel Rojas González (Costa Rica, 1959)
Oboísta del Quinteto Miravalles.
Máster en Oboe y Corno Inglés en la Escuela Superior de Música de Trossingen, Alemania.
Doctor en Estudios de la Sociedad y la Cultura, UCR.
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