El poeta Derek Walcott estuvo en Costa Rica con motivo de la Feria del Libro y el Festival de la Diáspora Africana. (Foto: Brian Breness)
Con sus 82 años a cuestas y su imposibilidad para caminar, debido a su estado de salud, el pasado 22 de agosto llegó a Costa Rica el poeta Derek Walcott, galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 1992.
Como era de esperarse, un premio nobel siempre suscita interés y fue el caso de Walcott, quien arribó al país agobiado por el cansancio y el afán de dejar que fueran sus propios poemas los que se encargasen de conquistar al público costarricense.
En una entrevista con UNIVERSIDAD, el poeta fue escueto en sus declaraciones. Apenas si respondió a las consultas que al vuelo procuraban aprehender el alma del escritor, acicalada por sus orígenes antillanos, mezcla de la negritud de su madre y la sangre sajona de su padre.
Con su mirada azul y su pelo afro, y atrincherado en sí mismo, como un león enjaulado, Walcott tuvo sus primeros contactos con la prensa. Aunque nunca se mostró hostil u ostentoso, en cada encuentro dejó entrever su afán de aislamiento, de soledad, como si quisiera hacer una metáfora de la condición de donde viene, una minúscula isla del Caribe llamada Santa Lucía.
De ella salió para estudiar en la Universidad de las Indias Occidentales en Jamaica y, posteriormente, se trasladó a Trinidad y Tobago, donde desempeñó un marcado liderazgo en el Taller Trinitario de Teatro, fundado por él.
En la cita con este medio, se le preguntó sobre la situación de las letras caribeñas, cómo integrarlas a América Latina y su visión del poeta mayor de las Antillas: José Martí. En cada respuesta, apenas si se podía extraer una, dos, tres palabras al máximo, cazadas al vuelo por la premura del tiempo asignado.
“La literatura caribeña goza de muy buena salud y no solo la literatura caribeña, sino también toda la literatura latinoamericana en español”, estas fueron sus primeras palabras con este medio.
Para Walcott, reforzar la educación español-inglés y viceversa será una manera de conectar al Caribe con el resto de América Latina.
Cuando se le preguntó su opinión sobre la obra de Martí, vigente pese a que el pensador, ensayista y poeta, precursor del modernismo falleció en 1895, preguntó si nos referíamos al Martí poeta, mas Walcott prefirió responder con una sonrisa. Fue el único momento en que estuvo distendido en el brevísimo encuentro pactado primero a diez minutos, pero que se redujo considerablemente por su fatiga.
Al consultarle cómo fue ese primer acercamiento con la poesía, Walcott recordó que su padre escribía y que su madre había sido maestra.
Asimismo, con el fin de aprovechar su experiencia como profesor de literatura, se le preguntó sobre cuál debería ser la función de la crítica literaria, partiendo del crítico estadounidense Harold Bloom, que aconsejaba una crítica pragmática, en la que lo implícito tiene que hacerse explícito. En su respuesta, Walcott aseguró que no leía a Bloom y no se refirió a la pregunta en sí.
¿Por cuál obra debería empezar un lector en el caso de su obra? Esta fue otra interrogante que se quedó sin respuesta.
El nobel es autor de piezas de teatro y libros de poesía. Entre estos últimos, se encuentran “Omeros” (1990), quizá una de sus obras más ambiciosas y la mejor lograda, “El viajero afortunado” (1981), “Uvas de mar” (1976), “El reino del caimito” (1979) y “Otra vida” (1973). Además, la obra de teatro “Sueño en la montaña del mono” (1970) y el ensayo “La voz del crepúsculo” (1998).
PRIMER ACERCAMIENTO
A pesar del peso que puede tener un premio nobel de Literatura, la obra del poeta exprofesor en Harvard y en la Universidad de Boston es bastante desconocida por el público en general y poco abordada por la academia nacional.
Al margen de unos cuantos entusiastas, Walcott es un desconocido en Costa Rica y lo mismo podría decirse de América Latina e incluso en España. De hecho cuando le dieron el galardón en el 92, los periodistas españoles, así como la mayoría de los críticos de ese país, reconocieron que no había sido traducido a la lengua de Cervantes.
Por eso, su presencia en Costa Rica es una oportunidad inmejorable, y más en el marco de la Feria Internacional del Libro, para el primer encuentro con la poesía de Walcott; no obstante, su condición de salud atentó de alguna manera contra esta primera aspiración.
En la anunciada conferencia del viernes 24 de agosto, en la Antigua Aduana, Walcott se mostró amable con el público, agradeció la hospitalidad del país, pero de nuevo no se dirigió con un discurso como lo habían prometido los promotores del encuentro.
COSMOVISIÓN CARIBEÑA
Aunque su obra ensayística y académica la impulsó su estadía en Harvard y Boston, el núcleo de su producción poética la marcaron su infancia y sus primeros años de adulto en el Caribe.
Su condición de mestizo, en una tierra en la que convivían negros, ingleses y esclavos marcaría para siempre su cosmovisión, que se aleja de la que predomina entre los escritores latinoamericanos y sajones, según los expertos.
Lo suyo tiene que ver con la mitología que rodea la vida de miles de hombres anónimos en esos mares y en esas islas dispersas, a las que une esa visión que rompe con la hegemonía del cartesianismo.
Los poemas y ensayos de Walcott se mueven en ese mar Caribe, cargado de simbolismos y mitologías propias, y que todavía en estos tiempos parecen lejanas para el resto del subcontinente.
En esta página, se ofrece una selección de tres poemas cortos para que el lector pueda percibir la propuesta de esa lejana isla llamada Santa Lucía, donde comenzó a articular sus primeros versos.
La prédica del poeta en sus días en Costa Rica estuvo marcada, ante todo, por el silencio, quizá con la aspiración secreta de que aquel se interprete como una de sus metáforas mayores.
Tres poemas
De la selección poética realizada con motivo de la visita de Derek Walcott al país, editada por el Festival Flores de la Diáspora y la Universidad de Costa Rica, se escogieron los siguientes tres poemas, con el fin de que el lector pueda disfrutar directamente de la propuesta del Nobel.
Sesenta años después
En mi silla de ruedas en el lounge de Virgin de Vieuxfort
vi, ella sentada en su propia silla de ruedas,
su belleza encorvada como flor atortujada,
de la que habría dicho —también de mi juventud
y su fuego— que por siempre sería de oro y bella
y joven aunque yo me ajara. Era vieja, papada
triple tenía, una irresistible sonrisa presa
de arrugas, mas nos invadió un breve calor, inválidos,
odiando el tiempo y la mentira de los cumplidos.
Pequeñas olas rompen contra el muelle de piedra
en el que un barquero me dejó en la anaranjada
paz del ocaso, hace medio siglo, quizá más
feliz en posición erecta, cierva huraña ella,
yo al acecho de una consumación imposible;
nadie nos hacía juntos, al menos de paseo.
Dagas mudas del interfono hoy nos atraviesan.
El amor después del amor
Vendrá un tiempo,
en que, con gran júbilo,
nos saludaremos a nosotros mismos
ante nuestra propia puerta, frente a nuestro propio espejo,
y con una sonrisa ambos agradeceremos la bienvenida del otro,
y diremos, siéntate. Come.
Volverás a amar al extraño que fue tu yo.
Ofrécele vino. Obséquiale con pan. Devuélvele tu corazón,
a ese otro yo, al extraño que te ha amado
toda la vida, al cual ignoraste
por otro, que te conoce desde el fondo del alma.
Coge las cartas de amor que guardas en las estanterías,
las fotografías, las notas desesperadas,
arranca tu propia imagen del espejo. Siéntate. Festeja tu vida.
Mañana, mañana
Recuerdo las ciudades que nunca he visto
Exactamente. Venecia con sus venas de plata, Leningrado
Con sus minaretes de toffee retorcido. París. Pronto