Jorge Zepeda, escritor ganador del Premio Planeta 2014

La prensa tiene futuro si los periodistas se convierten en curadores de la información

El ganador del premio Planeta 2014 aborda la corrupción y la prostitución en su novela.

Jorge Zepeda, ganador del Premio Planeta 2014, viene del periodismo. Es un escritor hecho en el periodismo y esa experiencia la transpone al texto literario: tiene un estilo de frases y párrafos cortos, prosa límpida y cristalina que se agradece desde el primer instante en que se abre la página.

Lo suyo es como un eco del Ernest Hemingway, que a su vez había cincelado su estilo en el Toronto Star y luego en sus largas jornadas desde “el lugar de los hechos”. En esa depuración de la frase está el encanto de su literatura, alimentada por un escritor con alma de reportero.

Zepeda, nacido en México en 1952, conversó con el Semanario UNIVERSIDAD sobre Milena o el fémur más bello del mundo, novela con la que ganó el Premio Planeta, dotado con $654.000 (¢351,6 millones) apenas dos años después de haberse convertido en escritor.

La novela ahonda la trata de personas, la prostitución, la corrupción, el poder: temas que aspira iluminar desde la narración.

Sobre el periodismo, el thriller político, la novela negra y la escritura como vida, Zepeda −exdirector del Universal, con una amplia trayectoria como analista político y actual director del diario digital Sin embargo− habló en esta entrevista.

Publicó en el 2013 Los corruptores, pero ¿desde cuándo viene escribiendo ficción?

−Nunca había escrito ficción. No había escrito ni siquiera un cuento. Es un caso extraño el mío. Mucha gente con aspiraciones literarias tiene por ahí un cuento guardado de la juventud. Ese nunca fue mi caso. Literalmente, la primera ficción que escribí fue la novela Los corruptores, en la que aparece un personaje inspirado por Maribel Guardia, que luego corrió con tanto éxito a estas alturas de mi vida, y sucedió luego de hacer prensa escrita.

 Lo que he sido es un lector voraz toda la vida. He leído de todo y sin medida, como dice la canción» Jorge Zepeda

¿Nunca había tenido esa tentación de pasar del periodismo a la ficción?

−Había tenido una espinita ahí guardada. Lo que he sido es un lector voraz toda la vida. He leído de todo y sin medida, como dice la canción. En ese sentido, en el momento en que me senté a sacar historias de ficción, sin saberlo, sin proponérmelo, ya me había venido preparando durante décadas.

A veces se olvida ese punto fundamental: que para ser un escritor, primero hay que ser un buen lector.

−Me queda a mí clarísimo. Sin ese ingrediente es imposible tener el gusto; son tantas las tramas por las que uno ha pasado, así como por la construcción de personajes. Cuando estaba escribiendo la novela, la escribía pensando en que no me defraudara a mí como lector. Por eso no se puede ser buen escritor sin ser un gran lector. Ahí es donde se va profundizando el gusto. Cuando uno escribe, primero intenta darle satisfacción a la exigencia de uno mismo como lector.

¿Tiene alguna predilección por algún género?

−Abrevo en muchos géneros: me gusta la literatura contemporánea anglosajona, pasé por la policiaca, el thriller, la novela negra, tanto la clásica de los 30, 40, 50, como la de ahora, con las corrientes escandinavas que les han dado otra profundización psicológica a los personajes. Me gusta mucho y disfruto mucho lo que sería la literatura más psicológica, que abreva mucho en el estilo. Leo mucho y de todo. Pasé por la ciencia ficción. Obviamente recorrí toda la novela latinoamericana y el boom. Leo mucho de autores extranjeros.

La novela Milena o el fémur más bello del mundo está estrechamente vinculada e influenciada por el periodismo. (Foto: tomada de Internet)

Dijo en una entrevista con El País, de España, que hoy en día, los periodistas deberían ser curadores de la información. ¿Nos puede ampliar ese concepto?

−Es que nunca como ahora ha sido necesario un periodismo profesional. Justamente porque la sobreabundancia de información genera una especie de caos de datos, en los cuales le resulta muy difícil al usuario distinguir entre lo que es propaganda, distorsión e información basura de entretenimiento.

Podemos saber en este momento cuál es el tráfico en Singapur, el tiempo en Nueva York y, con ellos, otros 2.000 datos como antes nunca lo estaban; pero resulta difícil para una comunidad saber cuál es la información pertinente, qué información requiere para la toma de decisiones oportunas.

Como lector, padre de familia o contribuyente, necesito saber eso y es ahí donde entra un periodista (me refiero a periodistas, editores, a todo el trabajo periodístico profesional), entra para verificar la información que es sólida y deslindarla de la que es pseudoinformación, distorsión, propaganda, etc.; también para darle contexto a la información y hacerla inteligible. La data per se no forma opinión, incluso a veces no solo puede confundir, sino que también puede distorsionar la opinión. Asimismo, para incluir en la agenda aquellos temas que son los pertinentes para la toma de decisiones para la vida pública. Con las redes sociales y la sobreabundancia de información, lo que está sucediendo es que hay mucha información basura.

Alguien hizo un símil que me parece muy correcto, de que el cuerpo estaría pidiendo comida chatarra todo el tiempo si nuestro alter ego no nos dijera: “cuidado, necesito elementos nutritivos también”. Los periodistas son los responsables de introducir al corpus de la comunidad los elementos nutritivos, así no sepan tan sabrosos, no sean tan morbosos como la información chatarra.

Aquí es donde entra el curador: de estas 2.000 o 5.000 informaciones escoge 50 y te hace una mezcla como un buen chef. En esa mezcla te puedo decir con quién sale Messi, pero también se ponen los temas que interesan a la comunidad y que rehúyen los políticos.

Los medios escritos, por lo menos aquí en Costa Rica, se han dado a una competencia con lo digital.

−Eso hay que revertirlo, es parte de la crisis. Se piensa en la sobrevivencia imitando a las nuevas plataformas y me parece que así van en la dirección contraria. En las redes y la blogosfera todo es gratuito, es un espacio inmenso y la información procede de mucha gente; en este punto hay que preguntarse: ¿cuál es el sentido de conservar un periódico? Algunos ya están rectificando y haciendo en lo que la blogosfera no puede entrar, las investigaciones profundas, largas y sólidas. Eso se puede mezclar con algo glamoroso. En esa profundidad y pertinencia es donde va existir el periodismo profesional, pues de otra manera nos convertimos en imitadores superfluos de lo que ya se ofrece gratis.

Umberto Eco decía en su más reciente novela Número cero

−Sí, la estoy leyendo.

Decía que esa crisis del periodismo viene desde los tiempos de la televisión, pero que Internet puede matarlo, si no se rectifica.

−Sí, si no encontramos un modelo que financie el oficio. La información parece que es artículo gratuito. ¿Quién va querer pagar para que un individuo estudie para una profesión como la de periodista, hoy que la información se entrega de manera gratuita?

Creo que hay un lugar para el periodista que hace esas funciones de curador de la información. La sociedad necesita periodistas como necesita museos, orquestas sinfónicas, así sean rentables o no. Estamos en una zona inédita de qué va a seguir.

Creo que hay que encontrar las maneras de asegurar un ejercicio de cara a las necesidades de una opinión pública madura y responsable. ¿Bajo qué modelo? Cualquiera que diga algo está especulando, porque estamos en un momento transicional. Lo que sí me queda claro es que si los periodistas no son fieles a su razón de ser y hacemos lo que hacen las redes sociales se va en la dirección contraria.

En relación con su novela, Milena o el fémur más bello del mundo trata un tema muy vigente como el de la corrupción. ¿Se está en condiciones de frenar esa corrupción en América Latina?

−Es un fenómeno no superado. Es difícil saber si va en aumento o disminución, esto de la corrupción aumenta y disminuye, es cíclico, como un péndulo y va país por país. Las élites por sí mismas no se van a corregir. El que aumente depende de los esfuerzos de la sociedad, que exija rendición de cuentas y se vaya a una urna con responsabilidad. Incluso un hombre honesto puede acabar influenciado por ese uno por ciento que en México, por ejemplo, tiene el 50% de la riqueza total.

¿El retomar estos temas desde la literatura abre ese debate?

−Es la guerra por otras vías, para mostrar, crear conciencia, sensibilizar al auditorio, de maneras distintas, a lo mismo. La novela policiaca, el thriller político, le da muchas pistas y sensibilidad al lector.

Lo he citado en las entrevistas: cuando digo que 25.000 mujeres son introducidas cada año a México es un dato fuerte, pero acaba siendo una estadística; para el que lee 22.000 o 25.000 ve la noticia y le da la vuelta a la página y se pasa a otra cosas, pero cuando se sumerge cuatrocientas páginas en la vida de una de ellas, no en 22.000, en la vida de alguien que es obligada a hacer cosas que no quiere, como le sucede a Milena, el lector empieza a ver lo que siente, los intentos de fugarse, lo inconcebible que resulta para una chica una vida así. Al terminar la novela ya no es una estadística, después de pasar horas en la piel y el cuerpo de Milena; así el lector puede entender mejor qué es la trata de personas.

¿Investiga mucho para sus novelas?

−Viniendo del periodismo es lo más fácil. Para esta novela me fui a Marbella, hablé con reporteros de la nota roja, entrevisté a rusos en Marbella, que allí casi son una colonia, y leí una docena de libros sobre redes. Acabé utilizando el 5%. La novela trata de la relación de Milena con las élites. Ella es tan hermosa que le dicen la Greta Garbo. Ella es obligada a relacionarse con la élite; luego se viene a México y se relaciona con los políticos más encumbrados y ese es el ambiente de este 1% del que hablábamos, que tiene el 50% de las riquezas. Desde la experiencia periodística he estado bregando con ellos. La novela tiene la enorme oportunidad de iluminar esas zonas oscuras, esos excesos.

Juan Goytisolo decía que tras reportear la guerra de Sarajevo, lo periodístico no le dejaba contar esa realidad. ¿Le ha pasado algo similar? ¿Necesitó de la ficción para contar esa realidad?

−Y no solo la novela sirve para ello. Todos recordarán los 43 estudiantes que se presume fueron calcinados. La prensa se pasó semanas y meses tratando de denunciarlo, de entenderlo para no permitir que le dieran vuelta a la hoja, pero en un momento la opinión pública se cansó del tema. Eso es muy delicado, porque no podemos hacer que nos dé lo mismo, porque ese es el principio de la impunidad. Entonces, yo escribí para El País una columna que titulé “Yo soy el 44”, relataba de manera ficticia el caso de uno más que estaba ahí en lo que sucedió, para hacerle sentir al lector lo que probablemente cualquiera de estos chicos vivió. Fue una ficción realista, y fue muy leída. Me permitió, dos o tres meses después, tratar el tema de una manera distinta.

La novela negra y el thriller político, ¿qué vigencia tienen hoy en América Latina?

−Creo que es firme. Hay autores argentinos, colombianos, mexicanos. En mi país surgió la narconovela, que permitió entender muy bien esos procesos. La Reina del Sur, de Pérez Reverte, es una de las más conocidas. La novela policiaca y el thriller político permiten sumergirnos en el inframundo, porque existe ese inframundo, y tratamos de no verlo. Las buenas costumbres operan como si no existiese o como si fuera un asunto menor de las alcantarillas. El problema es que a veces las alcantarillas acaban definiendo la vida.

En este campo, estas novelas realizan cierto tipo de curaduría para entender mejor esas realidades.

−Es verdad, absolutamente, para explicarla, mostrarla y comunicarla, para que otros la hagan suya.

Decía hace un rato que le quedó mucha información. ¿Su próxima novela va por esa línea?

−No sobre trata de personas, que fue una historia en sí misma; estoy escribiendo la tercera. Tratará de un thriller político puro, de lucha por el poder, porque creo que también son muy iluminadoras estas novelas y vincula algunos personajes.

Hemingway solo paraba cuando sabía por dónde seguir al día siguiente.

−Trato, pero no siempre es posible; al final terminas un capítulo y te quedas muy satisfecho. Los arranques siempre los más duros. Stephen King dice que para él es natural; lo dice así, la metáfora, la alegoría es de él, y cuenta que cuando alguien se le ubica al lado en un semáforo él piensa: “¿Y si este viene de asesinar a su mujer?”. Veo un carro, una forma de estar impaciente y sale una historia. A lo mejor nueve de cada diez historias no sirven, pero sirve una. Saramago pensó: “¿Y si me quedara ciego?”. Luego, “¿y si el de al lado se quedara ciego, y luego el de adelante?”. Así hizo un libro increíble.

Al cumplirse los 400 años de la segunda parte del Quijote, ¿de qué salud goza la novela como género en la actualidad?

−Es un momento bueno para la novela. Muchas de las buenas narraciones se están realizando en la televisión. Me refiero a las series; sobre todo en las recientes, como Los Soprano. Es una narrativa que escapa al viejo cliché de la televisión y al cine barato. Son narraciones que no ofenden la credibilidad del lector y tampoco es casual que muchas de las mejores series, sus guiones, están basados en novelas: True detective o The wire, esta última hecha por un reportero. Muchas de las series para chicos tienen que ver con sagas basadas en novelas. Lo interesante es que la gente ve las series y lee los libros, no los sustituye.

 


Para escribir ando con un “chip” en la cabeza

Al preguntársele al escritor y periodista mexicano Jorge Zepeda cómo trabaja, fue profuso en su respuesta:

−Trato de escribir todos los días, aunque sea 40 minutos; eso hace que traiga la historia en la cabeza, aunque sea un párrafo; eso hace que tenga puesto el chip de la ficción. Voy por la vida, pero cuando estoy escribiendo, un gesto del cajero, una manera de caminar, eso me puede servir para vincularlo con la historia. Es como un universo paralelo. Si dejas cuatro o cinco días, esa doble dimensión se va perdiendo.

Al escribir, los personajes te van tomando; a veces me ha urgido regresar a casa por un capítulo a medias, porque los personajes empiezan a adquirir vida en sí mismos. En mi estructura, este capítulo se trata de tal cosa, pero cuando lo estás construyendo, le pones una frase que no le suena al personaje, y te das cuenta de que este no puede decir así, ni puede hablar o tomar tal decisión, este no tomaría esa decisión, este diría: “ni madres, no nos rendimos, démosle en la madre a ese cabrón”, y entonces los personajes me cambian el guion. Solo cuando escribes continuamente, los personajes se convierten en cosas vivas y no en objetos de trabajo.

Otro punto es que escribo muy rápido. Estoy acostumbrado a escribir columnas y reportajes, a los cierres de edición, de tal manera que me basta dos o tres horas al día para hacer 800 o 1.000 palabras. Hago 4.000 o 5.000 palabras por semana. No me obsesiono; una semana de 3.500 está bien, pero trato de tomar medidas para estar alerta de que no se me vaya quedando demasiado. No tengo el problema de la página en blanco. Hago dos columnas a la semana y a veces amanezco sin el tema pensado, pero empiezo y conforme uno avanza va encontrando el tema. Para esos jóvenes que se sientan esperando que la temperatura, el ambiente y la luz sean perfectas para que llegue la musa, me parece que se están haciendo trampas mentales, porque al final no hay que levantarse del asiento sin haber escrito. Solo caminando lo encuentras; al tercero o cuarto párrafo, te das cuenta del tema.

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