El texto de Randall Dormond se puede conseguir en la Librería Universitaria, en las cercanías de la UCR. (Foto: cortesía de Randall Dormond)
Recientemente, se dieron a conocer las obras “La guitarra en Costa Rica (1800-1940)”, de Randall Dormond, y “Las seis cuerdas mágicas”, un método instructivo de Aldo Rodríguez y Carmen Vega.
Esos textos son editados por la Editorial de la Universidad de Costa Rica (UCR) y la Editorial de la Universidad Nacional (EUNA), respectivamente, y en ambos casos se trata del producto resultante de amplias investigaciones.
La inquietud por determinar el origen del gusto por la guitarra en la sociedad costarricense fue el punto de partida de la investigación histórica realizada por Dormond, quien es profesor de ese instrumento en la Etapa Básica de Música (EBM) de la Sede Occidente de la UCR.
El músico e investigador detalló que se puede encontrar información sobre la práctica de la guitarra desde finales del siglo XVIII. De hecho, el texto puntualiza el testimonio de un religioso identificado como Fray Reygada, quien afirmó que algunos indígenas aprendían a ejecutar el instrumento.
Por su parte, el guitarrista cubano Aldo Rodríguez manifestó que “el secreto” de su método para aprender a tocar guitarra, radica en “vincular desde el primer instante lo afectivo con la adquisición de todas las habilidades técnicas”.
“Muchas personas estudian horas de técnica de manera aburrida y después se aprenden alguna obra. Nuestro criterio es que la técnica se adquiere a través de la propia música, pues vincular la emoción potencia el aprendizaje y eso está demostrado científicamente”, expresó.
DESARROLLO DE LA GUITARRA
Dormond relató que durante la primera mitad del siglo XX se dio un paralelismo entre la polarización social y la forma en que se difundió la guitarra, ya que en ese momento histórico había “un fuerte conflicto alrededor de reivindicaciones sociales de las clases desposeídas, que luchaban por conquistas como salarios mínimos, mientras que otro sector de la sociedad estaba en capacidad de adquirir artículos de lujo”.
Lo anterior implicó que esas clases desposeídas no tenían acceso a instrumentos más estilizados, métodos de aprendizaje, cuerdas, clases particulares y demás, de manera que todo ello fue reflejo de una diferenciación social, en la cual esas ventajas eran accesibles únicamente para las familias más pudientes.
“La Guitarra en Costa Rica (1800-1940)” destaca la contribución de importantes ejecutantes y compositores, como Abelardo Álvarez —entre sus aportes sobresale la obra “El sueño de las hadas”, de interesante complejidad técnica y cuya partitura se reproduce en el libro— o Juan de Dios Trejos.
Sin embargo, el libro enfatiza el trabajo que en la década de los años 30 desarrolló el guitarrista paraguayo Agustín Pío Barrios Mangoré.
Dormond explicó que en esa época quienes cultivaban la guitarra lo hacían “en círculos cerrados, como esotéricos, donde era imposible acercarse; pero Mangoré develó para la población las posibilidades de la guitarra como instrumento de concierto y la idea de que cualquiera podía tocarla, siempre y cuando estudiaran ocho horas diarias como lo hacía él”.
De acuerdo con el investigador, se relata que cuando el artista de origen guaraní tocó en Alajuela “el teatro quedó mudo, lo cual era excepcional, pues llegaban personas de todos los oficios y clases sociales, ya que se presentaban todo tipo de espectáculos”.
Agregó que Mangoré se presentó en localidades como Guanacaste o Cartago, donde tocó de una manera no vista anteriormente por el público; así, llevó a cabo todo un proceso de difusión de la guitarra que posteriormente fue continuado, “pero muy a lo interno de espacios privados”.
CREATIVIDAD ES LA CLAVE
Por otro lado, la obra “Las seis cuerdas mágicas” se compone de cinco volúmenes divididos en dos tomos. Rodríguez puntualizó que ha trabajado con su método en Cuba durante años, pero ahora se amplió con el aporte de la guitarrista y pedagoga Carmen Vega.
“La esencia de este modelo fue aplicada en Cuba y tuvimos muy buenos resultados; muchos alumnos así formados lograron premios internacionales, por ejemplo Jorge Zamora y los hermanos Ernesto y Marco Tamayo”, informó.
Añadió que en Costa Rica aplicó su método en el Conservatorio de Castella y que en la actualidad se aplica en la Escuela Municipal de Música de Cartago y en la de Tres Ríos, así como en México y Estados Unidos; hace poco desde la isla de Guadalupe le pidieron 20 ejemplares.
Tras manifestar gratitud hacia la Cátedra de Guitarra de la UNA y a la Editorial de esa universidad, también destacó el prólogo que para la publicación escribió Nuria Zúñiga.
Sobre su idea de vincular elementos emotivos y creativos en el aprendizaje de la técnica, apuntó que “la misma historia de la música demuestra su efectividad”. En este sentido dijo que “no hay una sola obra” de compositores como Domenico Scarlatti, Sebastian Bach o Frederick Chopin que desvincule lo emocional del aprendizaje técnico, dado que “ellos componían pensando en formar así al estudiante”.
Especificó, además, que su método busca que desde la primera lección, el estudiante vincule la técnica con la música y por eso mismo el profesor participa muy activamente al hacer música con ese estudiante.
Rodriguez precisó que en determinados momentos se le pide al estudiante que haga la digitación con la otra mano, que elabore una segunda voz sobre la melodía o que genere una melodía sobre una armonía dada y viceversa. Con ello, se estimula la creatividad, de manera que se forma un músico integral, “no solo como ejecutante, sino que sea capaz de valerse del instrumento para hacer música”.
En su opinión, “el instrumento musical es para mostrar el espíritu, no para desarrollar habilidades de circo. El arte no es circo, es emoción, vivencia, es mucho más que simplemente mostrar velocidad. El mejor cantante no es el que más alto canta, sino el que más emociona al público y sucede lo mismo con cualquier instrumento”.