El escritor Luis Chaves tiene casi un año sabático de vivir en Berlín, Alemania, gracias a una residencia otorgada por el prestigioso Programa de Artistas Residentes (DAAD, por sus siglas en alemán), y que termina en febrero próximo.
Sentados cada uno frente al monitor de una computadora y en distintos continentes, arranca la conversación con un lugar común de rigor: ¿cómo ha sido la experiencia?, con la que esperaba un resumen de su trabajo, sus lecturas en público, las participaciones en ferias y festivales literarios; de sus libros recién publicados, del “éxito” −que insiste es relativo−.
Luis tiene la buena costumbre de relativizarlo todo. Nada es absolutamente ni bueno ni malo, nada. También tiene la costumbre de hablar casi como escribe, y eso sí es bueno, porque es cercano y personal. Tan personal que hace una minicrónica de la llegada de la familia Chaves Gavilán a una ciudad cosmopolita como Berlín, la Nueva York de Alemania, dice él.
Esa mañana de viernes, relata una partecita de su vida como padre, “porque es una cosa muy seria”: El proceso de acomodo no fue fácil, pues las hijas llegaron a mitad del año escolar. Ariadna, la mayor de 10 años, logró entrar a la escuela a los pocos días de llegados, pero Julia, la menor con 5, tuvo que esperar dos meses.
“Julia estaba acostumbrada a irse con Ari, porque yo las iba a dejar al Franco (Liceo Franco Costarricense) toda la vida. Al principio no le importaba mucho porque qué rico no ir a nada, pero después estar todo el tiempo metida en una casa, en invierno, con tus tatas…”, dice con su característico humor sardónico.
¿Cómo ha sido la experiencia?
−Ya estamos en la recta final, nos quedan un poquito más de dos meses; si tuviera que hacer un balance contable, estamos en números azules, del lado de los activos. Llegamos a mitad del invierno y el clima afecta un montón. A finales de febrero empezó a irse esa cosa tremenda, y venía ya el anuncio de la primavera, que empieza a cambiar el ánimo de la gente, la luz del día; ya estábamos más instalados en el barrio, en la casa, en las cosas que teníamos que hacer. Ya las dos chicas con una rutina (Ariadna y Julia, sus hijas de 10 y 5 años, respectivamente). Todo empezó a mejorar, y empecé a dedicarme a eso que quería hacer, aprovechar este año sabático, porque no hay que entregar un producto al final de la residencia; lo que quieren (la DAAD) es que vengan 20 artistas de diferentes disciplinas a vivir en Berlín. De hecho cuando tengo que viajar −este año ha sido muy movido, porque me han salido muchas invitaciones−, lo único que tengo que hacer es avisar que voy a salir.
¿Se espera que pase eso, que se activen circuitos y redes?
−Sí, mucha gente, por ejemplo, con la que tenía relación editorial y sus invitaciones −que no tienen nada que ver con esta residencia−, fue porque se enteraron que yo estaba en Berlín. Lo de Argentina, de la publicación en Seix Barral y lo de la FILBA (Feria Internacional de Literatura de Buenos Aires) no están relacionados con la residencia.
Te escuché en algunas entrevistas que en el primer semestre estuviste trabajando borradores de texto y en el segundo semestre te dedicaste más a este tipo de actividades…
−Trabajé más en mis cosas, en bocetos y cositas que traía por ahí en el primer semestre. Lo que sí he estado haciendo en forma más metódica son las crónicas de Berlín que entregué en invierno, en primavera, verano, y ahora cuando termine el otoño; luego entrego la última cuando nos vayamos para Costa Rica.
¿Esas crónicas dónde se han publicado?
−Se han publicado en Internet. Cuando llegué a Berlín me escribió una gente del Centro Alemán de Información para Latinoamérica y España, que tienen una oficina en el D.F. en México y les pareció interesante la experiencia de un centroamericano que iba a vivir con una familia en Berlín. Entonces, les propuse que les podía entregar una crónica por estación. Se empezó a juntar material y ahora hay una idea de aumentarlas –porque dejé un montón de cosas por fuera−, trabajarlas para un formato de libro con un poquito más de carnita.
¿Sos visto como centroamericano o como tico?
−Los alemanes, suramericanos o españoles nos identifican como centroamericanos, porque (en la residencia de la DAAD) hay guatemaltecos; incluso hacen una mezcla rara con los ecuatorianos y bolivianos, porque no somos el sur: Chile, Uruguay y Argentina. Somos como una nebulosa en el medio. Somos países superpequeños, sin ningún tipo de relevancia, para bien y para mal, y lo digo sin ningún tipo de complejo ni resentimiento ni de nada. Y uno si quiere explica un poquito las diferencias: “en mi país se entrenaban los contras”, todo mal, somos los traidores. Es mejor no explicar mucho.
Aparte de estas crónicas, ¿has estado trabajando en algún proyecto literario?
−He estado trabajando un par de historias que quedaron abiertas después de Salvapantallas, y algunos poemas. Está en proceso, sin prisa, porque en diciembre del 2014 publiqué dos libros, entonces tampoco estoy muy apurado.
En algún momento dijiste que el idioma alemán es impenetrable. ¿Seguís pensando lo mismo?
−Una de las cosas que nos daba el programa de artistas es clases de alemán. Está muy bien, porque, además, la profesora venía a la casa; eran dos horas gratis por semana durante seis meses −no me estoy quejando−, que nos empezamos a dar cuenta que era para ir al supermercado. Si te vas a quedar aquí por más tiempo, le hubiera dedicado más; pero si ya lo que me quedaban eran seis meses, preferí utilizar ese tiempo en lectura, escritura, en conocer más la ciudad, pasear más con las chicas.
No haber conocido mejor el idioma ¿te impidió tener un vínculo más estrecho con la cultura alemana, los alemanes?
−Sí, limita mucho. Después de un año de estar acá uno empieza a entender muchas cosas de la cultura alemana, pero lo que pasa es que Berlín no es Alemania. Una buena parte de la población de Berlín no habla alemán, porque hay muchos inmigrantes, y se habla inglés. Berlín es el Nueva York de Alemania. Aquí hay una Alemania superconservadora, hardcore, en el sur, que es otro nivel. En Berlín hay una alta inmigración árabe y de otro montón de lugares, y está la comunidad hispanoparlante. Muchos alemanes lo que hablan es ruso, aunque los más jóvenes casi todos hablan inglés. Vas a la municipalidad a hacer una vuelta y casi nadie te habla inglés, y uno no habla alemán, y ahí estás, y todo el mundo suda. Claro que uno se pierde de un montón por no hablar el idioma.
¿Cómo se percibe la crisis migratoria?
−Se siente en las noticias. Con lo que pasó en París recientemente hay como una paranoia, sobre todo en los medios, porque en la calle no se ve mucho. Los alemanes son supercontenidos, a un nivel que creo que no está bien; o sea, que cuando lo sacan es jodido, o nosotros somos unos bárbaros. Se cabrean sin alterarse; no he visto nadie insultándose ni gritándose en la calle; no sé qué pasará adentro de las casas. Ahora, son los dueños de la Unión Europea; tal vez los que no están bien somos nosotros.
¿Sentís discriminación hacia ustedes?
−No, para nada. Ocurrirá porque un loco hay en cualquier lugar, pero son casos aislados en Berlín. Es que aquí hay demasiada mezcla, es una ciudad progresista, que le da una gran importancia al espacio público. Aquí la gente no va a los centros comerciales los fines de semana con la familia, va a los parques, a los lagos, a andar en bici. Aquí los domingos está cerrado el comercio. Bueno, pero también está que nadie te toca el timbre nunca sin avisar, porque también es una ciudad muy grande. Por dicha nosotros somos cuatro, porque si uno viene solo debe de tener muchísimos ratos de soledad. Cuando salís (del país) te das cuenta que somos como la gringada total, y lo digo incluyéndome, no estoy señalando a nadie; metemos un montón de palabras en inglés. Agarramos el carro para ir a la pulpe, como en Miami y Los Ángeles.
Yvette Aparicio te incluye en un libro sobre la escritura y el tema de la nostalgia y la pertenencia. ¿Sentís nostalgia de Costa Rica o al revés: nostalgia de irte de Berlín?
−Desde hace rato empezamos a sentir que estamos en la recta final y que hay que aprovechar el tiempo que nos queda. Esa sensación de nostalgia de Berlín −sin haberme ido− tiene que ver con que no porque me sienta de aquí para nada, no tengo nada que ver con Berlín en casi nada, salvo los amigos y que me gusta el barrio, porque estamos superchineados en la residencia. Pero, no tengo nada que ver con la señora del supermercado como sí tengo que ver con la mae de la pulpería en Zapote, y estoy más cercano a ella que al alemán universitario que conozco aquí. Mi historia es totalmente otra, mi percepción es totalmente otra.
¿Y en relación con Costa Rica? Una vez dijiste que nuestro país no es su naturaleza, porque estaba ahí cuando llegamos.
−Para mí la patria o el país −porque patria tiene una carga muy afectada− es eso: la familia, los amigos, los olores. Por supuesto que me encanta pasar por el Braulio Carrillo y esas montañas que no aceptan que estemos pasando por ahí todavía, porque tratan de tapar la carretera. Eso me encanta. Fuimos a conocer el mar Báltico, que como experiencia estuvo maravillosa, pero qué mar de mierda tienen, lleno de algas, de medusas, helado; solo Mariajo se metió. Creo que uno se puede enorgullecer de cosas que se crearon, pero no que estaban, como la naturaleza. Pero la cultura, esa manera de relacionarnos que se armó en ese pedacito, eso sí es de uno, y eso sí es una sensación de pertenencia para siempre.
Tu escritura es muy personal y refleja una nostalgia recurrente que tiene que ver con estos vínculos, pero a la vez hay una distancia crítica con el entorno, con una dosis de humor sarcástico.
−El punto de partida es muy personal, cercano, pero lo que siempre trato de explicar es que hay alteraciones, exageraciones, tergiversaciones. Primero para mí, cuando estoy escribiendo, siento que es algo real, porque me cuesta mucho inventar personajes o situaciones de la nada. Uno debe aprender a explotar desde sus limitaciones. Luego, hay mucha ficción a partir de algo que parece muy real. Aunque lo escriba en primera persona, no siempre todo eso es como está ahí contado; hay una intención que me llevó de partir de ahí, para ir a otro lugar. A uno lo que le debe importar es si está bueno, no si es autobiográfico.
¿Sea lo que sea que escribás: poesía, crónica. periodismo, relatos, novela?
−Lo que hago es que mezclo mucho todo, incluso sin pensarlo. Uno de los primeros recuerdos que tengo desde chamaco es cuando ya leía mucho y hubo un momento en que empecé a escribir. Para mí la imagen era la de “tal vez voy a ser escritor”; la palabra fue esa: escritor, que abarca todo, poeta, cuentista, novelista, cronista, periodista. Lo que quería era escribir. Claro, lo primero que empecé a escribir fue poesía, durante muchos años. Y, bueno, para mucha gente eso que escribía no era poesía, porque era muy narrativo. Desde Historias Polaroid en el 2000, ya la segunda mitad del libro son unos cuentos. Luego empecé a escribir crónicas, y luego crónica deportiva e historias más largas. A lo que voy con esto es que mi única preocupación ha sido escribir. Entonces hay un montón de trasiego de registros en lo que hago, de cosas que uso para crónica y a veces las uso en poesía, como legos. Muchos pasajes que uso en poemas los agarro y los junto y los uso en un texto en narrativa, o al revés, porque al final para mí es la misma materia prima; incluso esa otra parte sobre qué género es, ni siquiera me corresponde a mí, sino al editor.
Vos decís que sos más lector que escritor…
−No sé si conozca a alguien que desde pequeño haya disfrutado tanto la lectura que luego no termina escribiendo. La proporción más sana es que uno lea más de lo que escribe, porque hay muchísimo para leer; yo lo disfruto un montón, y siempre estoy leyendo como cualquiera; no lo estoy diciendo como la gran cosa; muchísima gente hace como yo, que lee unos dos o tres libros a la vez, ahí va picoteando; y además, ahora tenemos todo lo que leemos en Internet. No sé si haya hecho algo por más tiempo que estar metido de cabeza en la literatura leyendo.
En una entrevista te preguntaron por qué quisieras ser recordado y vos contestaste que por ser un buen padre. ¿Eso es cierto?
−Bueno, es que es una pregunta un poco fuerte y no me la tomé a la ligera. Este proyecto de tener unas hijas a cargo tuyo y que van creciendo y convirtiéndose en personas adultas, con toda la dificultad que eso implica, con todos los conflictos y los momentos de alegría y el cariño incuestionable, con sus altos y bajos… No creo que la literatura y la poesía cambien el mundo. Yo escribo, me encanta leer, vivo metido en ese mundo, pero hago otras cosas y una de esas cosas es que tengo una familia y me parece más importante no fallar, no en el sentido moral, de la familia de Hallmark y de los anuncios del BCR, sino ser recordado como alguien que trató de estar comprometido con eso. Me tocó ser papá porque me tocó y que ellas puedan decir: “bueno, con las dificultades que tuvo trató de hacerlo bien dentro de sus limitaciones”.
Biografía de un trasegador
Luis Chaves (San José, 1969). Su obra incluye poesía, narrativa y crónica. Algunos de sus libros son Los animales que imaginamos (1997, Premio Hispanoamericano Sor Juana Inés de la Cruz), Historias Polaroid (2000), Chan Marshall (2005, Premio Fray Luis de León, España),
Monumentos ecuestres (2011), y la antología La máquina de hacer niebla (2012, Premio Nacional de Poesía “Aquileo J. Echeverría”).
El sello Seix Barral publicó en 2015 su novela Salvapantallas. Su obra se ha publicado en Costa Rica, México, Argentina, España, Alemania, Eslovenia e Italia, y ha sido traducido al alemán, italiano, inglés y esloveno.
En 2003, la traducción de parte de su obra al italiano obtuvo el premio internacional que otorga la Fondazione Cassa di Risparmio de Ascoli Piceno, traducción de Raffaella Raganella.
En Alemania, la editorial Hochroth publicó Das Foto/ La foto (2012) y Hier drunter liegt was Besseres / Debajo de esto hay algo mejor (2013), traducciones de Timo Berger.
La legendaria revista Poetry (EE.UU.) publicó la traducción al inglés de “Monumentos ecuestres” en la edición de octubre del 2015 (trad. Julia Guez y Samantha Zighelboim). La Akademie Schloss Solitude de Stuttgart, Alemania, le otorgó la beca Jean Jacques Rousseau del 2011.
Coeditó la revista de poesía hispanoamericana Los amigos de lo ajeno (1998-2004). En San José, coordina desde el 2006 el Taller de Escritura Artesanal. Labora como traductor y cronista independiente y es docente de escritura creativa en la Universidad Veritas. Fue elegido como residente del Programa de Artistas en Berlín de la DAAD para el 2015, donde actualmente reside con su esposa y sus dos hijas.
Fragmento del capítulo VIII / Bárbara y Belkis, de <em>Salvapantallas</em>
Por Luis Chaves
La última noche en el Valhalla hubo poco movimiento. El turismo doblegado también por la ola de calor. Nos quedamos los cuatro en cubierta, en la proa, haciendo circular un ron que consumíamos a pico de botella. Anclado cerca del muelle, el barco quieto. Esa noche, el Caribe era una inmensa capa de asfalto mojado donde se encendían y apagaban las mismas luces que los habitantes de la costa encendían y apagaban.
Amanecimos ahí, abrazados, horizontales sobre la madera del Valhalla, con ropa hecha bollo a manera de almohadas. La cúpula del cielo parecía moverse hacia atrás, alejarse en el espacio. Había dos capas de nubes. Una inmóvil, atrás, al fondo. La otra se deslizaba en cámara lenta, como los créditos de una película que terminaba.
Ni un pájaro.
Lo demás es borroso, como si hubiera atomizado con neblina esa zona de la memoria. Hay apenas imágenes brevísimas. Mi cabeza hundida mitad en el hombro mitad en el pelo rubio de Bárbara mientras nos despedíamos, Javier escribiendo algo en la palma de la mano de Belkis, una caminata infame cargando mochilas, castigados por el sol. Y poco más.
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