Masacre en Columbine Dos caras de la misma locura

«Shame on you mister Bush» gritaba Michael Moore, blandiendo el Oscar al Mejor Documental recién merecido; algunos aplaudían, otros abucheaban. Muchos, en el podio,

«Shame on you mister Bush» gritaba Michael Moore, blandiendo el Oscar al Mejor Documental recién merecido; algunos aplaudían, otros abucheaban. Muchos, en el podio, ignoraron el tema. Algunos como García Bernal y Adrian Brody hicieron alusiones críticas. Pero Michael no se anduvo con cortesías. En esos días  el Presidente George W. Bush había iniciado una nueva guerra contra «un país de nombre impronunciable». Con esa acción militar unilateral no solo sufrió aún más el pueblo iraquí, empobrecido y reprimido por la tiranía de Hussein, también hubo estragos en la antigua Mesopotamia, cuna de la civilización, cuya historia fue saqueada por bandas internacionales: con los soldados extranjeros aumentó la ignorancia y la rapiña.

Bush pretende reelegirse en la Casa Blanca -¿acaso este año también va a haber fraude, como lo muestra el documental «Unprecedented: The 2000 Presidential Election» de Richard Pérez»? Porque pese a Jefferson y a los padres fundadores, Estados Unidos tiene un sistema electoral deplorable que comparado con el costarricense da vergüenza. Moore, que ahora apoya a Wesley Clark, y había ayudado a Ralph Nader, prepara otro filme sobre este tema.

La visión neoconservadora que encabeza Bush ve un mundo reducido a las grandes empresas y sus mercancías. Moore, también autor del libro «Estúpidos Hombres Blancos» se siente David frente a este nuevo Goliat. Ellos, nos dice, arman y desarman a sus sicarios conforme el vaivén de sus intereses, llámense estos Hussein, Bin Laden o Noriega. Además, como ya mostró el informe McLandress, «toda lealtad requiere una causa y toda causa requiere un enemigo». La derecha recalcitrante no cesa de inventarlo. Aunque éste sea, a la vez, su aliado en las causas más reaccionarias: junto a los «Estados terroristas» se oponen a la Corte Penal Internacional; depredadores sin tregua, rechazan el protocolo de Kioto, a lo interno, lo mismo niegan derechos a homosexuales y lesbianas que bajan los impuestos a los ricos y se los suben a los pobres.

Obeso, desaliñado, presto a la ironía, Michael guía con su presencia el documental -el primero que premia Cannes,  galardonado por doquier- y logra un demoledor humor negro con sus preguntas directas, aparentemente ingenuas, pero persistentes. Su apariencia parece retar la necesidad de los cuerpos estilizados, de la moda determinante, de las formas aceptables en el carrusel del mercado. Eso lo hace un héroe simpático para los antihéroes que somos la mayoría.

Al protagonizar el relato logra un doble y contradictorio efecto. Como éste apela tanto a la razón como al sentimiento, consigue un distanciamiento que le propone objetividad a los que reflexionan, y a la vez logra involucrarse de modo que le otorga empatía a los que se dejan llevar por la sensación.

Su recorrido es disímil y a veces moroso. No es una tesis ni pretende su rigor. Mas es un fascinante viaje por las contradicciones, las injusticias y los corruptos de su país, una nación muy compleja, cuyos actuales dirigentes lo quieren una Roma rediviva, delirio imperial que impone su pax americana sobre la diversidad humana. Despojado de miedo, armado de paciencia, apunta datos y revela horrores. El estilo es rico y variado, la información pertinente y amplia; el sarcasmo estimulante. El asunto, absolutamente urgente.

 

ENTRE EL MIEDO Y EL CONSUMO

 

El ha presenciado medio siglo de barbarie humana. Su pueblo (Flint, Michigan) sigue decayendo gracias al «monocultivo»: la General Motors, que manipula la fuerza laboral de la zona. Emblema del sistema económico vigente, ya fue puesta en la picota por Moore en el satírico «Roger & Me» (Roger Smith, ejecutivo de GM). En «Canadian Bacon» había imaginado una guerra contra el pacífico vecino. Los Grandes Lagos separan los dos países y Moore observa con extrañeza y admiración como entre ambas riberas se abre un abismo cultural: «los canadienses no se andan matando unos a otros». Estados Unidos tiene una tasa de homicidios de diez a cincuenta veces mayor que la de otros países industrializados.

¿Somos una nación de locos por las armas… o somos simple y llanamente locos?

 

¿Por qué, se pregunta?

Moore cuenta cómo, en Flint, la madre soltera de un niño negro se ve obligada a viajar diariamente grandes distancias para atender dos trabajos -que sumados no le alcanzan para pagar la renta- conforme un discutible plan de desempleo. Su hijo, de seis años, tomó un arma de fuego y asesinó a una compañera de cinco.

Michael no ofrece respuestas fáciles. Pero hace evidente que el «mainstream » cultural estadounidense está enfermo. Insiste en el miedo como una constante que lo infiltra todo. Miedo que promueven incansablemente muchos políticos, medios de comunicación e iglesias. No en vano Reagan y los Bush hablan de El Mal cuando se refieren al enemigo de turno. Fue el lenguaje que usó el cura Minor para movilizar masas a su favor: la amenaza, clamaba, de prostitutas y homosexuales. Así lo hizo Hitler con los judíos. Por eso es especialmente peligroso que la gente pueda adquirir tan fácilmente las armas de fuego.

En una entrevista de antología, Moore muestra cuán torpe y peligroso es el Moisés del imaginario colectivo, el actor Charlton Heston -que lo interpretó en  «Los diez mandamientos» y preside la National Rifle Association-, cuyo racismo y cinismo son tan odiosos como patéticos. Podría hacerse una interpretación freudiana para explicar ese consumo compulsivo que nunca llenará el vacío espiritual que lo alimenta.

Moore denuncia, como Erich Fromm, ese capitalismo de la máxima producción y consumo que reduce los seres humanos a tener sin ser. Bien lo entiende, por su parte, Marylin (Monroe) (Charles) Manson, que explota en su rock and roll los íconos de sexo y violencia, cuya lucidez en la entrevista con Michael es alucinante.

Dos adolescentes balearon compañeros y maestros en Columbine; el espantoso caso se repite. Su gobierno sigue amenazando e invadiendo otros países. ¿No son éstas dos caras de la misma locura?

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