Luego de 20 años de recopilar refranes con la rigurosidad que lo caracteriza en su labor de investigador de la cultura popular, Dionisio Cabal acaba de publicar “Refranero de uso costarricense”, un trabajo que tiene una excelente acogida por parte del público.
Editado por “Producciones + Cultura” y distribuido por la Librería Internacional, el volumen ya está casi agotado.
Para la primera reimpresión, prevista para febrero, el autor le agregará material nuevo, parte del que le proporcionaron lectores después de entrar en contacto con el libro.
Sobre esa labor silenciosa de rescatar el alma de un pueblo a partir de refranes que se visten con el ropaje de una greguería o de un aforismo, y cuyos matices ha moldeado el tiempo, Cabal conversó con UNIVERSIDAD.
Me decía que el libro ha tenido una excelente acogida. ¿A qué cree que obedece ese comportamiento del público?
El libro se agotó en un mes -quedan un centenar de ejemplares en Librería Internacional-, y eso ocurrió sin publicidad. Cuando se hizo la entrega oficial, el 70 % del tiraje estaba vendido. No hay duda de que la gente está ávida de saber quiénes somos como pueblo. Este libro rescata una visión que sin ser idílica atiende una parte insoslayable de la realidad: somos un pueblo cierto, con inteligencia, sensibilidad y creatividad. Este refranero es un espejo en el cual cada costarricense puede mirarse. Abarca la multiplicidad de nuestros orígenes étnico-culturales y a la vez compila refranes de varios siglos, incluyendo algunos bastante modernos.
¿Cuánto tiempo le llevó recopilar el libro?
Tengo entre 14 y 21 años de recoger simultáneamente siete libros con materiales atinentes a la cultura popular costarricense. Este “Refranero de uso costarricense” lo inicié como proyecto en 1989. Hace 20 años. Siempre será una obra por completar, para la segunda edición vienen centenares de nuevos refranes que el público entusiasta quiso compartir conmigo. La obra empezó una nueva fase de retroalimentación. Lo mismo ocurrió con la Cantata de la Guerra de 1856, cuando recibí copias de documentos que no conocía y permanecían en archivos domésticos. Esto refleja cuánto hemos descuidado el cultivo de nuestra memoria y espíritu. Esperamos una oportunidad para reivindicarnos como pueblo.
¿Recogen los refranes de su libro el alma del ser costarricense?
El alma, el espíritu y la filosofía. Un pueblo, al igual que un individuo, tiene alma, le viene de nacencia. Por otra parte, el espíritu es la inteligente voluntad transformadora que los seres animados construyen socialmente en la convivencia. El alma puede ser individual, pero el espíritu es necesariamente una elaboración colectiva. Un pueblo puede y debe construir su espíritu, su “egregor”; de lo contrario, no será un pueblo.
Podrá ser una masa, pero no un pueblo. Lo que le da cohesión al espíritu es la cultura, y viceversa, la cultura es la materialización de una visión común. Y por supuesto, los juicios de valor que implican. El refranero costarricense refleja esa cualidad. Somos una suma de conglomerados con heredad. Como decía Joaquín García Monge, “los costarricenses no somos hijos de las peñas y los vientos”. No nos parió una chancha, ni somos “moticos”.
¿Qué tipo de «alma» refleja su refranero?
Nuestra alma es dulzona; no exenta de picante. Históricamente no hemos sido un pueblo amargo. Alma dúctil, pero atenta. Usted comprenderá que puedo ser subjetivo después de tantos años de andar metido en la valoración de nuestras cosas. Estoy muy orgulloso de mis raíces hispano-huetares, y estoy seguro de no idealizar.
A veces los libros de refranes se quedan en la anécdota superficial, ¿a qué metodología recurrió para que no le sucediera eso con el suyo?
El libro tiene tres partes. La tercera es una compilación selectiva de 2.300 dichos, frases hechas y refranes -por cuestión de costos, dejé por fuera casi un millar-. En la primera y la segunda se analiza el refrán como fenómeno didáctico, como activo depósito memorístico y se propone una historia del refrán costarricense y cuáles son las fuentes nutricias, así como sus definiciones. Tal vez ese sea el modesto valor de la obra.
¿Qué raíces tienen esos refranes y qué tipo de transformación sufrieron en Costa Rica?
“Vienen de todas partes … y también de Puriscal”. A través de históricos vericuetos, en los refraneros terminan topándose todos los pueblos del mundo. Aristóteles dijo “Una golondrina no hace verano”, y eso no hay abuelita que no lo haya dicho. En lo sustancial, el refranero refleja las herencias. En nuestro caso, lo aborigen, lo africano y lo ibérico, y entonces también lo latino, griego, árabe y sefardita. También quise destacar el aporte de los chinos que viven entre nosotros desde hace casi 160 años. En el caso de los heredados de España, muchos refranes fueron adaptados, reinterpretados, mutilados o complementados. Otros están intactos. Son ticos por derecho de uso. Luego, con base en los moldes castizos, nuestros abuelos hicieron sus propios “decires”.
Podría citarnos al menos tres o cuatro de los refranes que más le llamaron la atención.
Es difícil escoger… tal vez al azar…
Matina, que a los hombres acoquina y a las mulas desanima.
Ser un con niguas y sin sombrero.
Ningún lagarto tiene boca grande, hasta que tenés que cruzar el río.
El pichichío y el targuá, de un mismo monte se dan.
Los ojos son niños.
Valor y rabo tieso.
Hay pecados que el padre no pregunta.
¿Qué visión del país se desprende del refranero?
Un país que aún tiene inmensas reservas espirituales y, por ende, es capaz de pergeñar un futuro propio. “Costarrica” tiene capacidad de reinventarse y aprovechar lo bueno del camino andado. Digo “Costarrica” porque sustento la tesis de que es un nombre huetar, no español.
Se desprende que somos un pueblo reflexivo, que no escapa ni de las cosas más pedestres ni de las más sublimes. Onírico y realista a la vez. Somos todavía un país con un pueblo básicamente bueno y humilde, aunque vituperado y escarnecido por no pocos “ólogos” académicos.