Sergio Pitol en Costa Rica La respiración de los viajes

Sergio Pitol concedió en Costa Rica esta única entrevista a nuestro colaborador Jorge Bocanera.La vida del escritor mexicano Sergio Pitol -a quien le fuera

Sergio Pitol concedió en Costa Rica esta única entrevista a nuestro colaborador Jorge Bocanera.

La vida del escritor mexicano Sergio Pitol -a quien le fuera conferido el Premio «Juan Rulfo de Literatura Latinoamericana y del Caribe», 1999- es un collage entre el vértigo de continuas mudanzas por países diversos y los momentos demorados en el arte de la conversación. Autor de una profusa obra narrativa, Pitol, no sólo participa en el Simposio Internacional de Escritores «Libertad y Poesía» que se lleva a cabo actualmente en Costa Rica, sino que el mismo evento es un homenaje a su obra.

Nacido en el Estado de Veracruz en 1933, hombre de oficios varios -narrador, traductor, catedrático, diplomático y editor- Pitol posee una extensa obra que incluye, novelas y libros de relatos, entre los que se cuentan; «Nocturno de Bujara», «El desfile del amor»,  «Del encuentro nupcial», «El arte de la fuga» y «Domar a la divina garza».

En conversación con el UNIVERSIDAD, el escritor mexicano se mostró complacido por su visita a Costa Rica y desgajó, aquí y allá, aquellos temas que entrelazan su hacer a su vivir.

Su amigo, el escritor Enrique Vilas Matas, lo ha retratado como un hombre goloso de la charla. Señala que las conversaciones con usted forman ya una parte importante de su vida.

-Gran parte de mi producción, sobre todo en los últimos quince años, ha tomado un carácter de obra celebratoria de la vida, de la amistad, de la cultura. Yo he vivido en muchos lugares durante muchos años y conocer un lugar sin amigos es imposible, no se puede llegar al fondo.

Otro eje de su producción lo constituye el tema de los desplazamientos, el tránsito.

-Eso forma parte importante de mi vida. Y mi vida y mi obra están estrechamente ligadas. Como dije, yo estuve quince años en distintos lugares de Europa, y en todos esos años tuve mucho tiempo para escribir sin horarios formales ni jefes. En todo este tiempo (aclaro que fuera de la diplomacia), fui editor, dirigí varias colecciones, hice traducciones del inglés, del polaco y del ruso, y ejercí como maestro enseñando literatura hispanoamericana en Inglaterra, en la universidad de Bristol. Creo que fue la época más importante de mi formación, ya que esa situación me alejó tanto, de las modas, como de esas vidas literarias que hay en todo el mundo, con sus rencillas. Yo me sentía libre de todo. Sobre todo de tener que decir que un autor me gustaba y otro no, porque el gurú daba las líneas. Así descubrí además muchas literaturas, sobre todo las eslavas: la literatura polaca, algo de la germano-checa, la rusa.

Hablemos de sus inicios. Entre sus primeros textos hay un cuento premiado…

-Un amigo, a quien me atreví a mostrarle mis cuentos, pasó uno de esos textos, «Amelia Otero», a una revista, pero para no comprometerse lo firmó con el nombre falso de Xavier Fierro. La revista se llamaba «Aventura y Misterio» y ver un cuento mío publicado -yo en ese entonces pensaba que mis trabajos eran inmaduros- fue el primer intento de cortar el cordón umbilical, uno puede ver ese relato como si no le perteneciera. Luego hice amistad con otro joven escritor, José Emilio Pacheco y ambos le propusimos textos a Juan José Arreola para que los incluyera en sus plaquetas «Cuadernos del Unicornio».

Volviendo con los desplazamientos, no es casual que su último libro publicado se titule «El Viaje».

-Así es. Mi último libro se llama «El Viaje» y es el que más éxito ha tenido. Salió en México hace un año y medio, y en España donde fue editado hace un año, se agotó instantáneamente. Este viaje es el resultado de unas notas que encontré entre mis borradores. Son unas líneas que había escrito en un recorrido que hice de Praga a Georgia en plena perestroika. Bueno, encontré esos apuntes míos de viaje y recordé el momento extraordinario de los primeros meses de la perestroika, sobre todo en Georgia, una de las repúblicas soviéticas que estaba más a la vanguardia con su cine crítico, sus pintores, en fin, una vida cultural muy importante con artistas e intelectuales que habían tenido alguna dificultad con la censura. Me entusiasmaron esos papeles y se convirtieron en el esqueleto del viaje como libro que, debo aclarar, no se sitúa solamente en eso, ya que lo fui cubriendo de muchos recuerdos. Allí están desde mis primeras lecturas a los doce años en Potreros, un pueblo de Veracruz, donde leí a Gogol y a Tolstoi, pero también momentos posteriores; mis viajes a Moscú y a San Petesburgo.

Entre sus afinidades, aquellos escritores a quien lee y relee, con los que siente cierta vecindad, alguna vez nombró a Jorge Luis Borges.

-En realidad tendría que nombrar a muchísimos. Entre los argentinos a Jorge Luis Borges, también me interesa mucho la obra de Roberto Arlt. Y en los últimos dos años he leído casi todo lo que escribe César Aira; su lectura me ha dado otra libertad en la escritura. Por lo demás, ahí están Juan Rulfo, Alfonso Reyes, Joseph Conrad, Witold Gombrowicz, y por supuesto, ya lo he dicho, Chéjov. Podría prescindir de leer muchas obras maestras, pero jamás de las suyas. Sin sus relatos, novelas, obras dramáticas y cartas mi vida habría registrado una grave carencia. Chéjov es, para mí, uno de los escritores más profundamente subversivos que hayan existido. Hijo de siervos -pudo ser vendido, regalado como un cachorro- se convirtió en el escritor más grande de su país.

En este momento tan trágico de la humanidad, ¿cómo entra el humor en la literatura?

-A decir verdad, no hay mucha literatura paródica ni humorística en las letras latinoamericanas. Mis primeros libros, mis cuentos, eran más bien trágicos, también mis primeras novelas eran tétricas. Sin embargo, los últimos, sean relatos, crónicas o novelas- están llenos de humor, son parodias que yo desarrollo. Creo que fueron una parte muy influyente las parodias rusas, lo cómico ruso.

-En su labor como editor -lector, asesor y editor de los sellos Anagrama, Seix Barral y Tusquets- usted ayudó a descubrir, eludió nombres previsibles y más que la búsqueda del éxito comercial dio paso a textos poco conocidos y autores iconoclastas. ¿Cómo ve la tarea de editor hoy, cuando precisamente no se abren muchas puertas?

-Lo hice con mucho gusto, con mucho entusiasmo; en Tusquets dirigí una colección, «Los Heterodoxos».En la actualidad existe un peligro grande; es un fenómeno distinto que no se sabe hasta dónde va a llegar. Los consorcios multinacionales que son dueños de editoriales inglesas, alemanas y de casi todas las de España, han producido un fenómeno anómalo y muy riesgoso para el lector, ya que necesitan lanzar continuamente libros y ganar mucho dinero. Esas instituciones son costosísimas y más que amor al libro se prioriza la cuestión financiera, lo que ha creado en las librerías una desazón; se publica tanto que los libros tienen que estar sólo tres semanas en vidriera y si no se venden mucho se descontinúan y van a bodega. Pero también hay editoriales muy buenas como Anagrama, Pretextos, y algunas otras más, que siguen publicando los libros que aquellos monstruos desprecian. No está perdida la guerra.

Apenas iniciada la rebelión zapatista usted realizó un viaje al Estado de Chiapas…Esa experiencia ya se filtró a su literatura, como todas sus vivencias.

-La ida a Chiapas cerró un libro mío casi autobiográfico, el último texto y quizá el más importante, «El Viaje». Ese viaje se dio dos o tres meses después de la insurrección zapatista. El primero de enero de 1994 todo el mundo estaba consternado; cuando salieron las noticias en los medios del alzamiento, todos estábamos muy preocupados. En realidad se sabía muy poco, nadie se imaginaba que hubiera un movimiento tan fuerte que pudiera tomar seis ciudades de un Estado. Me acababan de dar el Premio Nacional. Después de estas primeras noticias, pensaba uno que podría tratarse de un movimiento como el del Perú, Sendero Luminoso, tan sangriento y poco fructífero, pero un poco después hubo otras noticias y se fueron aclarando las cosas. Pocos días después, en ocasión de recibir el Premio Nacional en Bellas Artes, recuerdo que a los periodistas lo que más les interesaba era mi posición sobre Chiapas, y nada de literatura. En ese instante lo decidí, «me voy». No se habían presentado aún las condiciones para que se dieran conversaciones, había un estado de guerra, las carreteras estaban militarizadas. Me fui con otro escritor, mi amigo Carlos Monsiváis; llegamos allá, sentimos y vimos cosas que me resultaron muy entrañables. Desde ese momento he seguido con entusiasmo la posición moral de los zapatistas.

¿Cuéntenos en qué está trabajando ahora?

-Estoy trabajando una novela que inicié hace veinte años y que no termino, la renuevo cada cierto tiempo. Tiene un titulo provisorio: «El triunfo de las mujeres», es un título utilitario, quizá se lo cambie. Podría adelantar que se trata de una novela paródica, la más paródica de las que escribí, y casi todos sus personajes son mujeres. Ocurre en el siglo XIX en el imperio de Maximiliano, durante la intervención francesa en México hasta 1882. Pero seguramente deberé interrumpirla de nuevo, ya que van a publicar mis obras completas en el Fondo de Cultura Económica y eso me va a llevar casi un año de ver y ordenar lo que tengo en los cajones, de revisar lo que he escrito.

 

 

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