Sólo aquellos que tienen acceso a los caros medicamentos que combaten el virus del sida pueden aspirar a sobrevivir a la enfermedad; los demás, están condenados a muerte.
Los expresidentes Clinton y Mandela demandaron un compromiso más serio de los países ricos y de las compañías farmacéuticas en la lucha contra el sida
La reciente Conferencia Internacional sobre el Sida, celebrada en Barcelona, España, puso en evidencia que las expectativas de lucha contra esta enfermedad, principalmente en el tercer mundo, están limitadas por los intereses económicos de las grandes compañías farmacéuticas.
De igual modo, sirvió para desenmascarar a muchas naciones del primer mundo, que no hacen lo suficiente por cooperar con los estados pobres en donde la enfermedad se ha convertido en una epidemia que amenaza su futuro a mediano plazo.
La cumbre estuvo marcada por las ruidosas protestas de cientos de activistas, que se encargaron de acallar al representante del gobierno de Estados Unidos, el Secretario de Salud Tommy Thompson, y a los delegados de las compañías farmacéuticas, que esperaban dar a conocer los últimos avances en medicamentos antiretrovirales, los cuales sirven para prolongar la vida de los portadores del Virus de Inmunodeficiencia Humana (VIH).
Durante el encuentro, la Organización de las Naciones Unidas indicó que, para detener la epidemia, será necesario invertir en los próximos años más de $10 mil millones, una cantidad exorbitante que los países en vías de desarrollo no podrán aportar.
De esta manera, en Barcelona quedó demostrado que la lucha contra el sida es otro de los aspectos que dividen al norte rico del sur pobre. El futuro de muchas naciones, especialmente en África, está comprometido por la diseminación de la enfermedad.
Alrededor de 40 millones de niños en ese continente han perdido a uno o dos de sus padres y ellos mismos están en riesgo constante de contraer el virus, ya que los métodos de prevención han encontrado obstáculos difíciles de franquear en la pobreza, la cultura y la religión.
EL MERCADO DE LA MUERTE
En Barcelona, quedó claro nuevamente que no existe una cura capaz de acabar con el sida y que, en el mediano plazo, no es muy probable que sea factible.
Ante esta oscura perspectiva, la única esperanza para aquellos que han contraído el VIH son los medicamentos antiretrovirales, los cuales, consumidos en costosos «cócteles», logran evitar el desarrollo del mal y consiguen prolongar la vida de los pacientes en muchos años.
El problema es que, para las compañías farmacéuticas internacionales, la epidemia de sida se ha convertido en un negocio redondo que genera millones de dólares al año.
En la mayoría de los países industrializados, a pesar de resultar costosos, los medicamentos están al alcance de los pacientes o son financiados por los sistemas de seguridad social.
No ocurre lo mismo en los países del tercer mundo, en donde el precio de estas medicinas las convierte en algo inalcanzable para la mayoría de los gobiernos.
Las farmacéuticas se escudan en el pretexto de que los «cócteles» antiretrovirales son caros debido a que su desarrollo ha requerido de costosas investigaciones científicas.
Esgrimiendo este argumento, las multinacionales se niegan a ceder sus patentes para que los países pobres desarrollen medicamentos genéricos, muchísimo más baratos que los originales y que salvarían miles de vidas.
Gobiernos como el del presidente estadounidense, George W. Bush, han defendido la postura de las farmacéuticas, las cuales se han visto obligadas a negociar precios más bajos con algunas naciones, especialmente en África, ante el inminente desarrollo de genéricos que podrían amenazar su monopolio sobre el mercado mundial de este tipo de drogas.
Sin embargo, más de la mitad de los 230 mil pacientes que reciben tratamiento contra el VIH en el tercer mundo, viven en Brasil, un país que ha decidido violar las leyes sobre patentes y, con el argumento de que la salud de su población es más importante, desarrolla genéricos que contribuyen a salvar miles de vidas al año.
La afrenta de Brasil, así como las amenazas de otros gobiernos, como el de Sudáfrica, han encendido la furia de las multinacionales farmacéuticas, las cuales se niegan a permitir el desarrollo de medicamentos más baratos.
La actitud de éstas y de gobiernos como el de Estados Unidos, han llevado a que muchos de los activistas presentes en la cita de Barcelona la hayan calificado como un rotundo fracaso.
CLINTON Y MANDELA
Mientras el Secretario de Salud estadounidense decía que su país es el que más contribuye al fondo internacional contra el sida, cientos de manifestantes irrumpieron con gritos y pancartas que decían: «no más mentiras».
Las cifras en bruto que Thompson mencionaba en su alocución contrastan con el porcentaje real que los Estados Unidos destinan de su Producto Interno Bruto en la lucha contra esta enfermedad.
El aporte per cápita de Washington es, de este modo, mucho menor al de otras naciones del primer mundo, como Noruega o Suecia, y a muchas del tercer mundo, como Ruanda.
En contraste con los abucheos que recibió el representante del mandatario norteamericano, el discurso del expresidente Bill Clinton fue uno de los más aplaudidos de la conferencia.
Clinton, con posiciones más moderadas con respecto al derecho de las farmacéuticas sobre las patentes y cuyo gobierno aportaba mucho más dinero en la lucha contra el sida, previno sobre la amenaza potencial que este mal representa para el mundo.
El ex presidente comparó la epidemia actual con la «peste negra», que en la Edad Media mermó considerablemente la población de Europa y otras zonas del Asia y el norte de África.
Clinton hizo un llamado para que el gobierno de su país y los de otros países desarrollados se comprometan de manera más directa en la búsqueda de una mejoría en las expectativas de vida de los portadores del VIH,
El otro gran icono de la reunión de Barcelona, fue el ex mandatario sudafricano Nelson Mandela. Este reconocido estadista del África negra hizo una sincera denuncia de los intereses comerciales que entorpecen la lucha contra la enfermedad.
Asimismo, hizo un recuento del desastre humano y económico que para su continente ha representado esta epidemia.