De tal palo…

Algunos ven en la presidencia de George W. Bush, algunos de los síntomas que empañaron la estancia de su padre en la Casa Blanca.

Algunos ven en la presidencia de George W. Bush, algunos de los síntomas que empañaron la estancia de su padre en la Casa Blanca.

Los errores del padre parecen ser los mismos que ahora repite el hijo

Después de una campaña militar «exitosa» en Afganistán, ahora el presidente de Estados Unidos, George W. Bush, afronta una serie de problemas domésticos, principalmente en el ámbito económico.

La situación es muy parecida a la que vivió el padre del actual mandatario, luego de la Guerra del Golfo Pérsico.

Los símiles y las analogías entre padre e hijo han saltado a las páginas de opinión de los grandes diarios estadounidenses.  A cuatro meses de las elecciones parlamentarias de medio período, la gran pregunta es si los republicanos serán capaces de revertir la tendencia que llevaría a la oposición demócrata a obtener mayoría en ambas cámaras legislativas.

El panorama es bastante oscuro para Bush, especialmente después de la quiebra de las grandes compañías Enron y WorldCom y las dudas sobre las cuentas de otros gigantes como AOL – Time Warner, que han causado un preocupante «desliz» en los índices bursátiles del mercado de valores, los cuales podrían recuperarse demasiado tarde para los intereses políticos republicanos.


Durante la crisis del 11 de septiembre y el posterior ataque a Afganistán, el mandatario alcanzó la cúspide en su popularidad, gracias a sus llamados al patriotismo que calaron en la conservadora idiosincrasia de la mayoría del pueblo estadounidense.

Sin embargo, pese a la derrota del régimen Talibán, existe una realidad evidente que, hasta ahora, ha empezado a ver la luz ante la opinión pública: los principales responsables de los atentados de Nueva York y Washington, principalmente el líder de la red Al Qaeda, Osama Bin Laden, permanecen prófugos.

Esto ha llevado a que muchos analistas cuestionen la verdadera eficacia de los ataques contra Afganistán y el temor a un nuevo ataque terrorista se ha incrementado con el transcurso de los meses.

Ante la crisis económica y el descrédito político y militar, muchos temen que Bush pueda echar mano a una nueva acción bélica, tal vez contra Irak, para recuperar los puntos perdidos en las encuestas.

IRAK, PRÓXIMO OBJETIVO

En 1991, cuando Bush padre decidió detener la invasión a Irak para no causar divisiones en la coalición internacional que había apoyado a Estados Unidos en su campaña militar contra el régimen de Saddam Husein, algunos sectores protestaron, porque en aquel entonces, era muy factible sacarse esa molesta piedra en el zapato.

La decisión de dejar a Husein intacto le causó muchos dolores de cabeza al propio Bush y a su sucesor, Bill Clinton.  Las constantes negativas de Bagdad a las inspecciones de armas de las Naciones Unidas, provocaron varios conatos bélicos en la región durante la pasada década.

Luego del 11 de septiembre, las acusaciones del Washington sobre el carácter «terrorista» de Husein se acrecentaron y, desde el campo de la planificación militar, se tuvo constancia de que Irak había sido señalado como objetivo y que sólo era cuestión de tiempo para una nueva intervención estadounidense en esa nación árabe.

El discurso del actual Secretario de Estado, Colin Powell (quien fuera jefe de las operación bélica de 1991), no dejaron nunca duda sobre las intenciones de Bush hijo con respecto al problema que su padre dejó a medio resolver.

Sacar a Saddam Husein del poder, se convirtió en un objetivo prioritario para la política exterior estadounidense.

La posición de los países de la Unión Europea, tradicionales aliados de Washington, contraria a una nueva intervención militar y favorable a un proceso de apertura hacia el gobierno de Bagdad, no ha pesado sobre el perfil de confrontación que Estados Unidos ha asumido.

Lo mismo sucede con las naciones árabes de la zona, cuyos llamados al diálogo han sido rechazados sistemáticamente por la diplomacia norteamericana.

Una eventual invasión estadounidense a Irak, podrían causar graves complicaciones a la delicada situación árabe-israelí y tendría consecuencias imprevisibles.

ÚNICA SUPERPOTENCIA

El talante de la política exterior estadounidense sufrió un cambio radical con el regreso al poder de los republicanos tras su polémico triunfo electoral de 1991.

Con Bush, la Casa Blanca asumió como nunca la condición de que Estados Unidos era la única superpotencia en el globo y que, por lo tanto, tendría luz verde para crear un nuevo orden mundial a su gusto.

La debacle del 11 de septiembre dejó herido el honor del ala más conservadora del ejecutivo estadounidense y el chauvinismo de la política exterior de ese país se acrecentó aún más.

La negativa de Washington a firmar importantes tratados internacionales, tales como el protocolo de Kyoto sobre el calentamiento global o el Tribunal Penal Internacional, son muestras de ese nuevo papel asumido por la unión americana con la llegada de Bush al poder.

La era Clinton quiso ser borrada de la historia y el carácter mediador asumido por Washington entre palestinos e israelíes quedó superado por un apoyo manifiesto de la administración Bush a la política ultra conservadora, xenófoba y belicosa del Primer Ministro judío, Ariel Sharon.

La masacre en el Medio Oriente, con la excusa de la guerra contra el terrorismo, ha proseguido, ante los ojos de una Casa Blanca para la que, el mundo árabe en su conjunto y los palestinos en particular, se han convertido en el nuevo «imperio del mal», el cual ha sustituido a la extinta Unión Soviética en los escenarios estratégicos de la milicia.

El papel mediador asumido por la anterior administración en conflictos como el de Irlanda del Norte, ha dado paso a un silencio cómplice.  Esto es así, por ejemplo, en el enfrentamiento entre la India y Pakistán por la región de Cachemira, que ha tenido al sur de Asia al borde de una guerra nuclear localizada.

Otro escollo en las relaciones de la Casa Blanca con sus amigos trasatlánticos y con Rusia, ha sido la insistencia del ejecutivo de Bush en desarrollar un escudo anti misiles.

Este costoso sistema de defensa, supuestamente creado para proteger territorio estadounidense de ataques con misiles provenientes de países rebeldes como Irak, Irán o Corea del Norte, amenaza con romper el frágil equilibrio de la disuasión nuclear.

Si Estados Unidos no se siente amenazado por un ataque nuclear, debido a que es invulnerable, entonces podría fácilmente iniciar una guerra atómica.

Tras el 11 de septiembre, el presupuesto militar se incrementó astronómicamente, lo cual también preocupa al otro lado del Atlántico.  Una nueva «Guerra Fría», podría ser inminente.

Sin embargo, a pesar del gasto en armas y la creación de un «súper ministerio del interior», que tendrá a su cargo la coordinación de los servicios de seguridad interna, la amenaza de un ataque terrorista no ha cesado y será muy difícil afrontar una situación similar a la de los ataques sobre Nueva York y Washington.

LATINOAMERICA OLVIDADA

De igual modo, la política exterior de los Estados Unidos referente a América Latina ha sufrido un giro de 180 grados desde la llegada al poder de George W. Bush.

El discurso amistoso y con un uso populista del español, ha ido de la mano con una política más agresiva hacia las potenciales amenazas a la seguridad nacional que Washington vislumbra en el continente y a una postura más represiva en contra de la inmigración ilegal.

El Plan Colombia, que pretende «globalizar» el conflicto de la nación sudamericana; el fallido golpe de Estado en Venezuela; y el discurso agresivo en contra de Cuba, son ejemplos del talante que tiene la administración de EE.UU. con relación al resto del continente.

Dejar al garete a Argentina, a la que Bush ha negado un apoyo decidido, es otro caso que ejemplifica cuál es la concepción de libre mercado y economía abierta que maneja el gobierno de Bush.

Con serios problemas económicos a lo interno y con el mundo en contra en muchas facetas de su política, George W. Bush afronta los próximos dos años de su mandato, los cuales podrían estar marcados por un difícil panorama legislativo, si ambas cámaras quedasen bajo control demócrata en las elecciones de noviembre próximo.

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