“Disculpe la molestia, estamos cambiando Brasil”

Las protestas en Brasil desde hace dos semanas se han extendido por todo el país, como esta del pasado 20 de junio en Río

Las protestas en Brasil desde hace dos semanas se han extendido por todo el país, como esta del pasado 20 de junio en Río de Janeiro.

“¿Será cierto, estarán cambiando Brasil?” Por lo menos así decía una mujer que protestaba con su cartel en Brasilia. Cada uno llevaba el suyo: “O paran de robar o paramos Brasil”, decía otro. “Hay tanta cosa equivocada que no caben en esta pancarta”, explicaba un tercero, de forma más general.

Ante la perplejidad de los gobernantes y de los dirigentes políticos, de los académicos y los analistas, es quizás en las reivindicaciones de la calle donde pueden encontrase las respuestas y el origen de las protestas más grandes y generalizadas de que se tiene recuerdo en la historia reciente de Brasil.

¿Cómo qué cosas están equivocadas? Pues quizás como lo que sugiere este otro: “Cuando su hijo se enferme, llévelo al estadio”. Al lado, una foto del “Mané Garrincha”, el precioso estadio de Brasilia, cuyo costo –$ 800 millones– duplicó lo previsto inicialmente, en medio de denuncias de sobrefacturación hasta ahora nunca investigadas. Y de las escuelas abandonadas. Si en la capital del Brasil las escuelas están así, ¿cómo estarán en los rincones más apartados del país?, se preguntaban los manifestantes.

“El brasileño está siendo educado para quedarse en casa viendo la TV Globo”, dice uno. El otro agrega: “La mala educación genera buenos telespectadores, pésimos electores y muchos candidatos”.

Se agrega así otro elemento al debate: la calidad de la gran prensa en Brasil, cuyo carácter conservador se antepuso y promovió el golpe militar de 1964, creció durante la dictadura y sobrevivió a su caída, de lo que mucha gente parece harta hoy y lo expresa en sus pancartas. Una televisión que gana mucho dinero con los grandes torneos de fútbol, como la Copa Confederaciones, que se disputa actualmente en diversas sedes en todo el país, y los dos eventos mayores, el mundial de fútbol que se disputará exactamente dentro de un año y las Olimpiadas, en el 2016.

PARQUE DE LAS SUCUPIRAS

Un pequeño ejemplo podría resumir diversos aspectos de la insatisfacción de la gente en Brasil. Existe, en Brasilia, un pequeño parque. “Es el último fragmento de vegetación nativa en el área central de la capital”, explicó el fundador de la Asociación Parque Ecológico de las Sucupiras, Fernando Lopes.

El parque es, aproximadamente, de 22 hectáreas de “cerrado”, una especie de sabana tropical conformada–principalmente− por arbustos y algunos pocos árboles típicos de esa zona. El cerrado es una enorme superficie que se extiende hasta el Amazonas. Es una gran fuente de aguas subterráneas que abastecen tres grandes bacías sudamericanas, explicó Lopes. Sin embargo, más de la mitad del cerrado ya fue devastado por monocultivos, principalmente de soya.

La pequeña área del parque está bajo presión de los especuladores inmobiliarios, que negociaron con la Marina un terreno vecino para la construcción de edificios. Construcción que sería ilegal, de acuerdo con las regulaciones establecidas en el área.

El empresario, Nenê Constantino, dueño de una de las más importantes empresas de buses de Brasil, también de la empresa aérea Gol, se involucró en la rama inmobiliaria y ha echado su mirada al parque. Acusado de asesinatos, guarda prisión domiciliaria, y sus operaciones financieras ilegales le costaron el cargo al senador Joaquim Roriz, gobernador de Brasilia en más de una ocasión, que apareció involucrado en los negocios de Constantino.

Contra todas las previsiones, la asociación ha logrado evitar que el área sea transformada en un nuevo centro comercial o en condominios. Pero los vecinos, que quieren seguir mirando el cerrado desde las ventanas de sus apartamentos, tienen que luchar todos los días contra la presión de gente como Constantino, que financia la carrera de diputados, senadores o del gobernador del Distrito Federal.

El caso de los dirigentes del gobernante Partido de los Trabajadores (PT), condenados por la compra de votos en el Congreso, es otro ejemplo de los abusos que termina siendo norma en la vida política del país. Todo estalla, cuando se juntan las cuentas por cobrar de una población que se siente estafada y protesta contra el abuso del poder del dinero, usado para comprar el poder político.

HACIA DÓNDE IR

Las protestas se iniciaron la semana pasada, cuando se anunció un aumento de $ 0,10 en el transporte público. Rápidamente, las manifestaciones se extendieron por todo el país, especialmente en las grandes ciudades, entre ellas Rio de Janeiro y São Paulo, y a otras capitales de estados del norte y del sur de Brasil, en una especie de “asalto al espacio público, en un esfuerzo por recuperar el espacio político para la gente”.

Sin un proyecto político definido, una multitud de sensaciones, de reivindicaciones, se agolparon y se superpusieron entre los manifestantes, desde una derecha, que sueña con el fin de los gobiernos del PT, hasta una izquierda que lo hace por una revolución cuyo contenido no se conoce bien. Pero entre ambos extremos se ubica la multitud, que se expresa por una variedad de reivindicaciones específicas o que, simplemente, expresan su inconformidad con el estado de cosas en la vida pública y política de Brasil, con su situación económica y su falta de perspectivas para el futuro.

“Que no saquen conclusiones apresuradas de las manifestaciones de jóvenes la semana pasada, con el aumento de los pasajes de buses en varias capitales. Ni es el comienzo de la revolución ni simples desórdenes ni la manipulación de grupos extremistas de una gran masa ingenua. Es simplemente el grito inconsecuente de una juventud frustrada por la falta de perspectiva de vida”, afirmó el profesor de economía internacional de la Universidad Estadual da Paraíba, José Carlos de Assis.

La izquierda perdió su identidad y su identificación con las masas. En la derecha prevalece el conservadurismo que se aprovecha del statu quo, afirma Assis. Pero “es bueno que la derecha se acostumbre a la idea de que los niveles indecentes de concentración de la renta y de la propiedad no durarán para siempre en Brasil”, agrega.

EL FUTURO

Si las manifestaciones expresan un mar de fondo, en la superficie las olas crecen y disminuyen, van y vienen. Surge la violencia en medio de protestas inmensamente pacíficas. “El movimiento ha venido siendo desvirtuado por el vandalismo, favorecido por la falta de vigilancia policial”, reclamaron los manifestantes. Centenares de miles salen pacíficamente a las calles y cuando pequeños grupos desatan el saqueo y la violencia, todos son reprimidos por la policía. “A la gente le da miedo y no quieren más protestas. Es una sensación de mucha tristeza”, afirmaron.

Ante la multiplicidad de demandas y de puntos de vista, surgen las divisiones entre los grupos. El Movimiento “Pase Libre”, que inició las protestas por el aumento del transporte, anunció, en São Paulo, que no va a seguir manifestándose.

La presidente Dilma Rousseff tardó en reaccionar. “Mi gobierno está atento a esas voces por el cambio y está comprometido con la justicia social. Esas voces necesitan ser oídas”, dijo, después de un cierto silencio en los primeros días de las manifestaciones.

Finalmente, el viernes 21 se pronunció por cadena nacional. Propuso aprovechar el vigor de las manifestaciones para promover cambios más profundos. La voz de la calle tiene que ser oída y respetada, afirmó. Su propuesta es un pacto en torno a la mejoría de los servicios públicos: destinar 100 % de los recursos de las enormes reservas petroleras recién descubiertas a la educación; traer médicos del exterior para atender las necesidades de la población; oxigenar el sistema político, entre otras medidas.

“El partido que secuestró la sigla de la democracia social fue el que más avanzó en la penetración del neoliberalismo en Brasil”, dijo Assis, refiriéndose al partido del expresidente Fernando Henrique Cardoso (95-02). Lula, que lo sucedió en el poder, ofreció una alternativa pero, en su opinión, “reculó asustado ante la posibilidad de promover una verdadera democracia social”.

A poco más de una año de las elecciones presidenciales, nada será igual que antes de las manifestaciones. Tampoco nadie puede prever las consecuencias de un malestar que se suma al que se extiende por todo el mundo, después del fin del socialismo en la Unión Soviética y de más de tres décadas de un capitalismo salvaje, que ha llevado a la crisis actual.

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