El sociólogo guatemalteco Edelberto Torres-Rivas analiza en esta entrevista con UNIVERSIDAD la compleja situación sociopolítica que vive su país, el cual se vio estremecido el pasado 10 de mayo con el asesinato del abogado Rodrigo Rosenberg.
Desde Ciudad de Guatemala, Guatemala
El fallecido dejó un vídeo y una declaración escrita en la que los culpó de su muerte al presidente guatemalteco, Álvaro Colom, a su esposa, Sandra Torres; a su secretario privado, Gustavo Alejos; al empresario Gregorio Valdez así como a las autoridades del Banco Rural (BANRURAL, de capital mixto).
Rosenberg fue el abogado defensor de Khalil Musa, quien fue nombrado en la junta directiva de BANRURAL pero nunca pudo asumir el puesto debido a presiones de grupos que se oponían a su nombramiento. Posteriormente, Musa y su hija, Marjorie fueron asesinados.
Desde la firma de la paz, en 1996, Guatemala ha vivido en un escenario de ingobernabilidad y violencia generalizada que se suma al hecho que 60% de la población vive por debajo de la línea de pobreza.
Torres-Rivas analiza en este diálogo el contexto del asesinato de Rodrigo Rosenberg, el cual generó en el país una enorme indignación. Sin embargo, con el paso de los días, ha provocado el surgimiento de diversas hipótesis sobre las verdaderas dimensiones de este crimen.
Usted escribió un ensayo en el 2005 en el que comparaba a Guatemala con un edificio de cinco pisos en relación con la desigualdad social del país. ¿Ha cambiado esa percepción? ¿Cómo ve a Guatemala en este momento?
– Al hablar de Guatemala como un edificio de cinco pisos se hace uso de una metáfora que permite hacer referencias gráficas a la estratificación de la sociedad guatemalteca.
El verdadero sentido es el de poder señalar que ese “edificio” tiene dos sótanos, inmundos e infernales, donde mal viven los pobres, los cuales constituyen la mayoría de la población.
Son, en consecuencia, dos enormes sótanos oscuros donde se encuentra más del 60% de la gente.
Resulta particularmente útil el piso dedicado a las “clases medias”, por el carácter modernizador, consumista y pretencioso de estos sectores múltiples, que forman la opinión pública y política y cuyo número aún es menor.
El quinto piso es el penthouse, habitado por una minoría que mira al exterior. Nada de esto ha cambiado o lo ha hecho muy poco, porque somos una sociedad con escasa movilidad social.
¿Considera usted que el proceso de reconciliación guatemalteco después de la guerra ya terminó o aún hay tareas pendientes?
– En Guatemala no hubo guerra civil pero, a lo largo de cuatro décadas, hubo dos intentos guerrilleros. El de 1980 fue más importante por la movilización (inicial) de varias comunidades indígenas y por la más aparente que real amenaza. Fue derrotado en 18 meses.
El resto del tiempo fue el de un Estado represor, que – de forma persistente y por momentos, terrorista –, se dedicó a destruir a la oposición social y política.
Después de 1980, lo hizo contra las comunidades mayas que habían expresado alguna simpatía por los guerrilleros.
Esto fue suficiente para que practicaran una política de “sociedad arrasada”, en la que asesinaron con fuertes dosis de racismo a más de 80.000 indígenas. El monto de muertes, la modalidad del secuestro, el particular sadismo del ejército y sus aliados civiles, ha dejado herida a la sociedad de forma profunda.
En un contexto como éste, ¿es posible la reconciliación?
– La reconciliación en el lapso de una generación no es posible, a menos que hubiesen sido procesados, por lo menos, algunos generales o responsables de crímenes de lesa humanidad, que hubiesen pedido perdón a la nación por sus excesos y que no se hubiesen creado las llamadas “Patrullas de Autodefensa Civil” (fuerzas paramilitares integradas por civiles y complementarias al ejército).
Hoy día, conviven en los pueblos del interior víctimas y victimarios y hay que destacar que la reconciliación tiene dos componentes adicionales: el perdón y el olvido, ambas, son decisiones personalísimas de los ofendidos.
Conocer la verdad es lo primero, castigar, perdonar u olvidar es posterior. Creo que no hay, de momento, ninguna reconciliación posible.
¿Cómo cambió la vida política de Guatemala con la llegada al poder, en enero del 2008, de Álvaro Colom? ¿Cuál ha sido el estilo de gobierno de este mandatario?
– El gobierno de Colom fue calificado por él mismo, como un reconocimiento postelectoral, como socialdemócrata. Hay en su gabinete, y en otras instituciones colaborando con él, importantes figuras del antiguo Partido Socialista Democrático.
Colom ha proclamado, con la ayuda desmesurada de su esposa, doña Sandra, proyectos de “cohesión social” que deben ser vistos con simpatía por su efectividad.
Al mismo tiempo, practica una política contradictoria y débil. Por ejemplo, frente al sector privado, el poderoso CACIF (Comité Coordinador de Asociaciones Agrícolas, Comerciales, Industriales y Financieras), que es como el Estado Mayor de los empresarios, no ha podido negociar una urgentísima reforma fiscal o la aprobación de otras medidas para combatir la criminalidad.
Su partido, la Unión Nacional de la Esperanza (UNE), ha perdido el 30% de sus diputados y, con ello, se ve obligado a negociar con partidos de la oposición.
Se dice, en broma, que es un poder ejecutivo de izquierda con un apoyo legislativo de derecha.
¿Cuál es la realidad de Guatemala en este momento?
– La situación general, caracterizada por una altísima criminalidad (30 automóviles diarios robados, un promedio de 15 homicidios todos los días, 615 actos de extorsión en cuatro meses, más de l00 secuestros, etc.) y una inseguridad ciudadana total, no ha cambiado.
Los asaltos diarios son hechos por ex-policías o guardias de seguridad. Sin embargo, lo más grave es la lenta pero efectiva penetración de los intereses del narcotráfico en la sociedad y en el Estado.
Este es un desafío sin precedentes, pues el Estado va perdiendo el “monopolio” de la violencia.
El reciente asesinato del abogado Rodrigo Rosenberg ha generado diversas reacciones en la comunidad guatemalteca e internacional ¿Qué lectura hace usted de este hecho?
– En un escenario como éste se produjo el asesinato de Rodrigo Rosenberg, que lo preparó y lo anunció dos días antes.
Por pertenecer a la élite que vive en el Penthouse guatemalteco y por la estremecedora modalidad de anunciar su muerte y culpabilizar ahí mismo al presidente, los efectos fueron aprovechados por las fuerzas de derecha para pedir la renuncia de Álvaro Colom, quien reaccionó a la defensiva y con temor. La gente salió a la calle en actos de protesta que no son comunes en una democracia liberal.
La muerte de Rosenberg es tan condenable como la de otros 30.000 ciudadanos.
Se ha recordado el asesinato de Manuel Colom Argueta, sobrino del presidente, quien en 1978 escribió una carta en la que denunciaba su muerte, hecho que ocurrió ocho días después.
La diferencia es que en el caso de Colom se sabe quiénes lo mataron y no han sido procesados. Ojalá que en el caso de Rosenberg se conozcan los nombres de los culpables y se les castigue. ¡Esa es la pequeña diferencia!
Pero, ¿cómo entender estas manifestaciones ciudadanas?
– Se trata de una ofensiva de la derecha, que ya ha perdido fuerza. Júzguese la ‘calidad’ de la protesta: los manifestantes también llevaban carteles contra el pago de impuestos.
La crisis, no obstante, es grave por la deslegitimación parcial que ha experimentado el presidente. Ahora, todo está en manos de la CICIG (Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala), organismo de la ONU (Organización de Naciones Unidas) encargado de las pesquisas criminales.
Las manifestaciones a favor y en contra de Álvaro Colom recuerdan la misma polarización que se vive en otros países con gobiernos progresistas como el caso de Evo Morales en Bolivia o de Hugo Chávez en Venezuela. ¿Estaremos viendo el inicio de una tendencia que busca el regreso de gobiernos de derecha en América Latina?
– Estas últimas preguntas no pueden ser respondidas en pocas líneas. Mi opinión, en general, es que el “péndulo” de las opciones políticas llegó a su límite, muy modesto por cierto, y ahora regresa para tener gobiernos de derecha o de centro-derecha.
La profundidad de la crisis económica y sus efectos en nuestras sociedades son aún impredecibles. La derecha habla de populismo sin saber la historia teórica y el valor conceptual de esto.
No habrá “populismo” sino manifestaciones populares, masivas, de descontento, de hambre. Las masas miserables, anónimas, tal vez muy desorganizadas, pueden llegar a “las puertas de Roma”.
Ojalá que la respuesta no sea militar sino política ¿Podrán nuestras burguesías ser democráticas cuando hay protestas sociales?
Una voz acuciosa
El guatemalteco Edelberto Torres-Rivas (1932) es quizás una de las voces centroamericanas más acuciosas y críticas a la hora de analizar el complejo mosaico que se vive en la cintura de América.
Además de sociólgo, este analista es licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad de San Carlos de Guatemala y poseé un Diplomado en Sociología y un Doctorado Honoris Causa de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO) así como estudios de doctorado sobre Desarrollo en la Universidad de Essex (Inglaterra).
Fue el primer director y organizador del Programa Centroamericano de Ciencias Sociales, creado en 1972 por el Consejo Superior de Universidades de Centroamérica (CSUCA).
Fue secretario general de FLACSO entre 1985 y 1993 y actualmente se desempeña como consultor del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) en Guatemala y como director del Programa Centroamericano de Postgrado en Ciencias Sociales de FLACSO.