La etapa más compleja de la ocupación británica y estadounidense de Irak se inició tras el final del conflicto bélico.
Esta anciana trataba de protegerse de las humaredas de petróleo que cubrían las afueras de Bagdad. (Foto Courrier International)
La ignorancia sobre el legado cultural del Irak antiguo y sobre la idiosincrasia del pueblo iraquí, ha sido el detonante de saqueos, destrucción de importantes monumentos y un clima de inseguridad generalizado, hechos que han marcado la fase inicial de la ocupación británica y estadounidense del país del Golfo Pérsico.
Al parecer, luego de una guerra relámpago, la faceta de reconstrucción y estabilización de dicho país podría ser aún más compleja que la invasión que acaba de finalizar. En otras palabras, podría ser más difícil ganar la paz que ganar la guerra.
La mayoría de naciones solicitaron a Londres y Washington que abandonen pronto el país y dejen su administración temporal en manos de la Organización de las Naciones Unidas (ONU).
No obstante, aún no está claro cuál es la decisión de la Casa Blanca y del Primer Ministro Tony Blair en torno a este tema, ya que hay muchos intereses económicos y geopolíticos en juego.
LA SED DEL CONQUISTADOR
La victoria militar de la coalición anglo estadounidense es, desde todo punto de vista, relativa. El caos en las grandes ciudades, la creciente oposición de los pobladores y el eventual surgimiento de grupos terroristas, paramilitares y guerrilleros, hacen que las perspectivas para los próximos meses sean muy sombrías.
Hasta el momento, el costo del conflicto ha sido muy alto, especialmente para el pueblo iraquí. El número de bajas civiles, al margen de conjeturas propagandísticas, es un dato que quizás nunca llegará a establecerse con precisión.
Además de las muertes, el país ha sufrido un daño irreparable con la destrucción de su herencia cultural e histórica.
Museos, centros de estudio islámicos y bibliotecas han sido presa de las llamas y de los saqueadores, ante la mirada impasible y cómplice de las tropas invasoras.
Importantes vestigios de las civilizaciones sumeria, mesopotámica, babilónica y árabe, han desaparecido, quizás, para siempre.
Se especuló con la posibilidad de que los saqueos hayan sido dirigidos desde afuera, inclusive con el visto bueno de los mandos medios estadounidenses, que conocen el gran valor monetario de las piezas arqueológicas perdidas.
A lo largo de sus 6.000 años de historia, la cuna de la civilización en el territorio comprendido entre los ríos Tigris y Éufrates ha sido arrasada por invasores foráneos en múltiples ocasiones.
En cada una de estas conquistas, el botín de guerra ha sido una de las ganancias más importantes. De este modo, no es extraño encontrar piezas arqueológicas y artísticas iraquíes en museos de Londres, París o Berlín.
Quizás dentro de algunos años, las joyas culturales que hoy se dan por desaparecidas aparezcan en manos de coleccionistas privados en occidente.
Las críticas hacia Estados Unidos y Gran Bretaña por los saqueos de los lugares históricos han llovido en la última semana.
Es evidente la prisa de los ejércitos invasores por controlar rápidamente los pozos de petróleo, algo que contrastó con las imágenes de soldados de la coalición observando tranquilamente cuando las bandas de ladrones desmantelaban museos, bibliotecas y palacios.
OTRA GUERRA INÚTIL
Cuando el presidente de Estados Unidos George W. Bush decidió declarar la guerra a Irak, con el apoyo del Primer Ministro británico Tony Blair, su justificación era encontrar y destruir las armas de destrucción masiva que, supuestamente, poseía el régimen de Saddam Husein.
A dos semanas de la caída de Bagdad, aún no aparece ni rastro de este arsenal y uno de los principales científicos iraquíes, que se entregó voluntariamente a los norteamericanos, recalcó que eso no existe.
Ante el patente fracaso en encontrar una excusa para lo ocurrido en las últimas semanas, los gobiernos de Washington y Londres dijeron que será necesario más de un año para localizar los laboratorios secretos y que muchos agentes químicos y biológicos han sido enviados a la vecina Siria, país al que ahora apuntan sus aparatos militares.
El otro gran fracaso de la ofensiva estadounidense es que, al igual que en Afganistán, los principales líderes del depuesto gobierno, especialmente su presidente Saddam Husein, se esfumaron en el aire sin dejar rastro.
Todo el conglomerado militar y de inteligencia de la mayor superpotencia del mundo, ha sido incapaz de encontrar a la dirigencia iraquí o al menos dar alguna pista sobre su paradero.
Husein, al igual que el líder talibán, Mulah Omar, o el lugarteniente de Al Qaeda, Osama Bin Laden, se han convertido en fantasmas contra los que es imposible luchar y que, sin embargo, amenazan constantemente la seguridad nacional de Estados Unidos.
INVASIÓN O LIBERACIÓN
El único logro que en las actuales circunstancias, podría atribuirse los aliados británicos y estadounidenses es haber liberado al pueblo iraquí del yugo de una despótica dictadura.
No obstante, aún está por verse cuál será el precio de esta «libertad», en términos económicos y políticos, para el nuevo Irak.
Las compañías transnacionales ya se repartieron las riquezas petrolíferas, sin que una autoridad representativa haya negociado con ellas en nombre de la población iraquí.
Asimismo, trascendió que la Casa Blanca pretende establecer cuatro bases militares permanentes en Irak, lo que dilataría indefinidamente la ocupación.
De todos modos, la gente de Irak no parece estar dispuesta a soportar mucho más tiempo la presencia de la coalición. Ante las cámaras de las cadenas de televisión de occidente, muchos ciudadanos han dicho que la libertad no es algo que se pueda imponer desde fuera y que ésta debe ser el fruto del deseo expreso de la población.
No obstante, un problema para crear un gobierno iraquí que verdaderamente pueda hacerse cargo de la administración del país, es el gran número de reivindicaciones étnicas y religiosas que amenazan la futura integridad territorial del país y la estabilidad de la zona.
Chiítas, sunitas y kurdos tendrán muchos problemas para ponerse de acuerdo en un modelo de Estado que satisfaga las expectativas de cada grupo.
En el norte, es posible que los kurdos proclamen la indecencia, lo que crearía turbulencias en Turquía y Siria, países en donde esta minoría étnica lucha desde hace años por mayores cuotas de autogobierno.
Desde Washington se piensa que todo se puede arreglar con un modelo federal copiado del estadounidense, una postura que desprecia profundamente la realidad cultural, religiosa, étnica, educativa y política de Irak.
Al margen del futuro gobierno que pueda hacerse cargo de la nación, es evidente que la presencia militar masiva de Estados Unidos y el Reino Unido no podría prolongarse indefinidamente.
Las calles de Bagdad y otras ciudades han sido escenario de manifestaciones que demandan la salida inmediata de las tropas invasoras y la constitución de una administración iraquí.
De la misma manera, los países vecinos, aliados y opositores de Washington y Londres, han dejado de lado sus enormes diferencias para firmar un comunicado conjunto en el que exigen la retirada de los ejércitos occidentales.
Kuwait, Arabia Saudita, Jordania, Siria, Líbano, Irán, Egipto y Bahrein, consideran que la situación actual podría desestabilizar aún más la región.
Asimismo, ante las acusaciones de los últimos días contra Siria, por la supuesta apertura a fugitivos iraquíes y la presunta tenencia de armas químicas, estas naciones decidieron apoyar una iniciativa que pretende hacer al Medio Oriente una zona libre de armamento de destrucción masiva.
Esta propuesta, que en apariencia debería de ser satisfactoria para todas las partes, choca con los intereses de Washington, ya que Israel probablemente posee unas cien ojivas nucleares y Bush no parece dispuesto a exigirle a su mayor aliado en la región que destruya ese arsenal.
Nuevamente salta a la vista la doble moral de la Casa Blanca respecto a un tema tan delicado como el de las armas más peligrosas.
Mientras las piezas se acomodan y el futuro de Irak se define, muchos en el mundo se preguntan quién será el siguiente en la lista del presidente de Estados Unidos.