Gira por seis países de América Latina: Secretaria de Estado reacciona ante cambios en escenario político

La recomendación que el presidente de Brasil, Luiz Inácio “Lula” da Silva, hizo a la Secretaria de Estado norteamericana, Hillary Clinton para “no colocar

Estados Unidos preocupado porque diversas fuerzas tienden a alejar la región de la influencia estadounidense.

La recomendación que el presidente de Brasil, Luiz Inácio “Lula” da
Silva, hizo a la Secretaria de Estado norteamericana, Hillary Clinton para “no colocar a Irán contra la pared”, no parece ser solo una sugerencia para tratar el delicado conflicto con ese país, sino una sugerencia para la adopción de una política internacional más adecuada a la compleja situación mundial.

La política de exterior de Estados Unidos parece desdibujada debido a que se ha enfrentado a graves desafíos internos, entre ellos a una oposición conservadora decidida a detener las principales reformas sugeridas por el presidente estadounidense Barack Obama en su campaña, a dos guerras empantanadas y catastróficas y a una crisis económica cuya gravedad es imposible de obviar.

«No se han cumplido las expectativas de Obama en la región». «Hay una sensación de oportunidad perdida”, dijo la presidenta argentina, Cristina Fernández, para referirse a esa política.

¿Quién se  acuerda del Obama generoso que prometía, en la quinta Cumbre de las Américas, en Trinidad y Tobago, una relación diferente con sus vecinos del sur?, se preguntaba el periodista brasileño Bruno Altman, director del periódico digital Opera Mundi.
En ese contexto, la visita de la Secretaria Hillary Clinton a seis países latinoamericanos la semana pasada –Uruguay, Argentina, Chile, Brasil, Costa Rica y Guatemala– ha sido objeto de las más diversas interpretaciones.
La primera es de que, finalmente, la Casa Blanca decidió reaccionar ante la presencia en el escenario político latinoamericano de diversas fuerzas que tienden a alejar la región de la órbita norteamericana.
La última expresión de este hecho fue la creación de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, el 23 de febrero pasado, en el balneario mexicano de Cancún.
Ningún otro hecho institucional de nuestro hemisferio durante el último siglo refleja similar trascendencia», estimó el expresidente cubano, Fidel Castro.
Washington reaccionó con calma. “La reunión en México se ajusta a los objetivos que tenemos en la región”, afirmó el portavoz del Departamento de Estado, Philip Crowley. Poco antes, el Secretario de Estado Adjunto para el Hemisferio Occidental, Arturo Valenzuela, había dicho que Estados Unidos no tienen “ningún problema” con esta nueva organización.
Lo cierto es que la coincidencia entre la creación de la Comunidad y la gira de la Secretaria de Estado no podían pasar inadvertida.
Pero hay otros factores irritantes de las relaciones entre Washington y América Latina.
Algunos de ellos han provocado mayor estridencia como el apoyo al régimen surgido del golpe militar en Honduras –una posición ante la cual Brasil y otros países han mostrado su disconformidad–, o la instalación de militares norteamericanos en siete bases colombianas, que han causado preocupación entre los países vecinos.
Pero hay otros elementos, que quizás han merecido menos atención pública, como la reactivación de la Cuarta Flota Norteamericana en el Atlántico.
Sobre este hecho, el diario chileno “La Nación” escribió en agosto del 2008: “Hoy no hay potencias extrarregionales que amenacen a América Latina y por lo tanto sería útil saber más sobre las razones que harán navegar de nuevo a la Cuarta Flota y la apertura de nuevas bases militares. Si usted fuese un jefe de Estado y quisiera mejorar las relaciones con los países vecinos, ¿enviaría una escuadra a recorrer sus costas? Bueno, eso es precisamente lo que hará Estados Unidos, cuyo gobierno anunció, en abril, la creación de una nueva flota destinada a patrullar los mares de Latinoamérica y el Caribe”.
El anuncio coincide con el descubrimiento de enormes reservas de petróleo en los mares brasileños, un poco al norte de las costas de Río de Janeiro, que transformarán a ese país en una potencia petrolera mundial.
Estados Unidos tampoco está en una posición cómoda frente al conflicto entre Argentina e Inglaterra por la soberanía de las islas Malvinas, que subió de tono nuevamente, después que los británicos iniciaron la exploración petrolera en los mares en disputa entre los dos países.
Clinton ofreció su mediación en el conflicto durante su visita a Buenos Aires, que no estaba prevista en la agenda, pero que se concretó como consecuencia del terremoto que la obligó a acortar su estadía en Chile.
El apoyo de Estados Unidos a Inglaterra, como ocurrió en la guerra que ese país libró con Argentina en las Malvinas, en 1982, sería catastrófico en el actual escenario político latinoamericano, en el que es fácil predecir un masivo apoyo regional a los argentinos. En aquél entonces, el general Pinochet, que gobernaba Chile, prestó su apoyo a los británicos, una posición que sería impensable en la actualidad.
En ese contexto, la gira de la Secretaria de Estado no ha podido ofrecer horizonte nuevo alguno que explorar y salvo por el tema de las Malvinas, en Argentina, y las discrepancias con Brasil sobre el tratamiento a Irán, tampoco ha merecido particular atención de la prensa.
La gira de la Secretaria de Estado no incluyó a los países sudamericanos que están más lejanos de las posiciones de Washington, como Venezuela, Bolivia o Ecuador, pero tampoco a los más cercanos, como Colombia o Perú. La gira, ciertamente, busca consolidar posiciones que están en juego y donde Washington puede aspirar más fácilmente a lograr un mayor acercamiento.

POLÉMICA CON BRASIL

La visita de Clinton comenzó en Uruguay, donde asistió a la toma de posesión de su nuevo presidente, el exguerrilero Tupamaro José Mujica. La presencia de Clinton en Uruguay muestra la mayor preocupación de la jefa de la diplomacia estadounidense por mostrarse en América Latina.
Hace cinco años, cuando asumió el presidente Tabaré Vásquez, la delegación norteamericana estuvo encabezada por la secretaria de trabajo, Eliane Chao.
La gira siguió en Buenos Aires (una parada improvisada) y Chile, para hacer después una escala en Brasil, el martes y miércoles de la semana pasada.
En vísperas del viaje de Lula a Irán, previsto para mayo, el tema sirvió para poner en evidencia los diferentes puntos de vista sobre el escenario internacional.
Clinton reivindicó la aplicación de nuevas sanciones contra Irán, para lo que necesita el apoyo del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, en particular de los otros cuatro miembros permanentes, que tienen poder de veto.
Pero, Lula adoptó una posición distinta, y dijo que quiere para Irán «lo mismo que para Brasil: el uso del desarrollo de la tecnología nuclear para fines pacíficos. Si Irán está de acuerdo con esto, tendrá el apoyo de Brasil».
En «caso de que Irán quiera ir más allá de eso entonces es ir más allá de lo que dice nuestra Constitución y, por lo tanto, no podremos estar de acuerdo con eso», agregó Lula, refiriéndose a un eventual uso militar de la tecnología nuclear.
A la afirmación de Clinton, de que Irán solo negociará de buena fe si le son aplicadas sanciones por el Consejo de Seguridad de la ONU, el canciller brasileño, Celso Amorim, recordó que la acusación principal de Estados Unidos para justificar la invasión de Irak fue la de que ese país fabricaba armas de destrucción masiva, lo que se mostró luego sin fundamento alguno. La invasión posterior significó una enorme destrucción para Irak y para el mundo.
Amorim reiteró la posición de Brasil, señalando que sería «contraproducente» la ampliación de sanciones a Irán.
Los gobiernos de Brasil y Estados Unidos, agregó, «comparten el objetivo» de evitar que Irán decida orientar su programa nuclear a la fabricación de armas, pero persiste una «diferencia» sobre cuál es el mejor camino para conseguirlo.
Los sectores más conservadores en Brasil aprovecharon para arremeter contra el presidente, y afirmaron que ya se han celebrado reuniones en Washington para considerar restricciones al financiamiento norteamericano a proyectos de exploración de petróleo y gas natural en Brasil.
Para Brasil el reconocimiento del gobierno hondureño es también otro delicado tema de discrepancia.
«No es una cuestión fácilmente asimilable el hecho que hubo un golpe militar” que derrocó al presidente Manuel Zelaya en junio pasado, dijo Amorim, quien pidió hechos concretos y tiempo para revisar la posición brasileña de no reconocer a ese gobierno.
«Tendría un gran valor simbólico crear las condiciones para que Zelaya, si quisiera, pudiese volver al país», agregó.

 

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