Los discursos alarmistas se sucedieron, mientras los países pobres siguen a la deriva y el ecosistema mundial está amenazado por la catástrofe.
¿Quién incendia a quien? En esta manifestación de ecologistas en Johanesburgo, los bomberos tiran agua a la bandera de EE.UU.
Así como algunos ecosistemas parecen estar llegando al límite de sus posibilidades de sobrevivencia, lo mismo ocurre con un sistema mundial de negociaciones que mostraba en Johanesburgo su imposibilidad de ofrecer solución permanente a las necesidades sociales de la población mundial y a las de un ambiente explotado más allá de sus posibilidades de regeneración.
Durante diez días, más de 60 mil personas, en representación de gobiernos y organizaciones no gubernamentales, discutieron sobre las alternativas para un desarrollo sostenible de la humanidad.
El «Informe Brundtland» definió a la sostenabilidad del desarrollo como la satisfacción de «las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de las futuras generaciones para satisfacer las propias». Poco después el economista Robert Solow replanteó la idea, señalando que se debe dejar a la generación siguiente «todo lo que se necesite para lograr un nivel de vida al menos igual de bueno que el propio y para cuidar a la generación que la siga de manera similar.»
Pero hay una realidad: hoy, 1,2 mil millones de personas vive con menos de un dólar al día, haciendo realidad aquella frase que un día los estudiantes pintaban en los muros de París con intenciones, desde luego, muy distintas: «sea realista, pida lo imposible».
Cerca de mil millones de personas en los países en desarrollo no tienen acceso a agua potable, son analfabetas y carecen del alimento necesario para vivir. ¿Cómo hacerlas comprometerse con una definición que aspira a ofrecer a las generaciones futuras un nivel de vida similar al que alguien calificó como el de una «gigantesca depredación humana»? Imposible. El presidente de Sudáfrica, Thabo Mbeki, dijo al inaugurar la reunión: «Una sociedad global basada en la pobreza para muchos y la prosperidad para unos pocos, rodeados de un océano de pobreza, no es sostenible». En un comunicado, el Foro paralelo organizado por las ONG sentenció: «Los países ricos se arrodillan ante los grupos que representan los intereses de las poderosas corporaciones internacionales».
En ese escenario, ¿qué se puede esperar? El gran logro de Johanesburgo podría ser ese: dejar en evidencia que un mundo basado en los intereses de las grandes transnacionales no es sostenible. Y que estos foros carecen de fuerza para adoptar medidas colectivas razonables y enfrentar los problemas. Quedará entonces la gran tarea de recomponer las estructuras mundiales, de modo que los intereses de las mayorías empiecen a ser tomados en cuenta; y que se cree el nuevo orden necesario para tomar decisiones en los ámbitos que afectan a todos.
CAMBIOS
Uno de esos ámbitos es el del agua. La prensa francesa publicó una entrevista con Pierre Kohler, ministro del Ambiente del cantón de Jura, en Suiza. Este político, de 37 años, obligó en el año 2000 a los pesos pesados de la industria química suiza (Novartis, Roche, Ciba) a limpiar las descargas industriales en la ciudad de Bonfol, a un costo de unos $150 millones.
Kohler pidió que el tema del agua fuera objeto de un verdadero debate político mundial, como ocurre con el clima o la biodiversidad. Todos sabemos lo que hace falta para que todo ser humano disponga de agua potable, afirmó: invertir $180 mil millones por año durante una década.
Y agregó: tenemos que poner fin al fenómeno mundial de la privatización del agua. El precio del agua es a menudo más caro, desde que empezó a ser ofrecido por las empresas privadas. «Hay que revisar ese estado de cosas, presentado aquí como una realidad indiscutible. Estas empresas han confiscado, de hecho, un bien común de toda la humanidad y la han transformado en una mercancía como las otras». En la toma de conciencia sobre estos problemas, reside la importancia de la cumbre de Johanesburgo. Ahí se ha hablado de la responsabilidad ambiental de las empresas.
Todo lo contrario a las propuestas del presidente estadounidense George Bush, uno de los grandes ausente de la cumbre, que el economista Paul Krugman ironizó al decir que su nuevo y polémico plan «Bosques saludables» apenas reproduce la lógica con que su gobierno trata estos temas: los ambientalistas son los responsables de los incendios de los bosques, que las corporaciones solucionarán si nadie de interpone en su camino.
Hay que saber que la casi totalidad de los recursos aportados por la industria forestal de Estados Unidos a la pasada campaña política, fueron a dar a las cuentas del partido Republicano de Bush. Otro gran debate en la cumbre giró en torno al protocolo de Kyoto sobre la reducción de las emisiones de los gases de efecto invernadero, firmado en 1997, pero que Estados Unidos se niega a suscribir. Modestísimo en sus aspiraciones, el protocolo propone medidas para reducir la emisión de gases en 2012 a los niveles de 1990.
Al final, parece que se va a lograr incluir el nombre del protocolo en la declaración final. «Es una gran victoria», ironizó un delegado argentino. Dentro de las escasas aspiraciones específicas de la cumbre, Brasil y Noruega presentaron una propuesta para que, de aquí al año 2015 el mundo aumente a 10% el consumo de energía renovables, iniciativa que se enfrenta a la resistencia no solo de Estados Unidos, sino también de los países productores de petróleo.
Pero la propuesta implica también un polémico apoyo a la energía nuclear, cuyos desechos son un grave problema ambiental. Y, de nuevo, se habló de la necesidad de eliminar los subsidios de los países más desarrollados a su sector agrícola.
En Johanesburgo se señaló que las subvenciones de los países de la OCDE alcanzaron los $311 mil millones en 2001 y que para este año superarán los 400 mil millones.
Esta cifra equivale a casi cuatro veces los intereses que los países en vías de desarrollo pagan por sus montos de deuda externa. Estados Unidos y la Unión Europea dicen que este no es el ámbito para discutir estos tópicos, pero es cada vez más evidente que el tema ocupa un lugar destacado en todas las agendas sobre el desarrollo y ya no quedará excluido de ningún debate, aunque no encuentre soluciones ahí.