«No en mi nombre»

Las protestas contra la guerra en EE. UU., según la vivencia de una periodista costarricense en San Francisco, California. Jóvenes familias se unieron alrededor

Las protestas contra la guerra en EE. UU., según la vivencia de una periodista costarricense en San Francisco, California.

Jóvenes familias se unieron alrededor del mundo a las marchas contra una ofensiva militar en Iraq.

San Francisco marchó un día después que el resto del mundo, pero aún así se contaron más de 200.000 las voces que gritaban «No a Bush» y su ofensiva militar contra Iraq.

Hacía mucho tiempo que no iba a una manifestación, ya que en Nueva York siempre me he cuidado mucho por esa sensación de caja de fósforos que tiene la ciudad y temía que agentes de inmigración estarían  escondidos tomando fotos de la gente. Aún un poco paranoica salí del hotel porque esta vez era importante que todas las voces se oigan y definitivamente quería conocer las caras de los «no-alineados» que se iban a soltar a la calle ese día.


La brisa soplaba más cálida que de costumbre ese domingo. A diferencia de los alemanes y de los neoyorquinos, los franciscanos se animaron con café y un día soleado para mostrar una colección de afiches caseros, disfraces y maquillajes estrafalarios. Por supuesto los oportunistas sacaron sus triquiñuelas de $2, sus pulseras de Nueva Orleans (como si fuera carnaval), sus camisetas del Che y los refrigerios «Combo especial de la marcha».

No me sorprendió tanto encontrar los típicos personajes de muchas otras manifestaciones públicas del mundo, los universitarios, los curiosos y  la mezcla de activistas buscando solidaridad para causas tan diversas como la desmilitarización de la isla de Vieques, la legalización de la mariguana y la acusación al presidente de turno ante el congreso a lo Bill Clinton para sacarlo de su oficina.

A pesar de ese mar de personajes y de los acalorados discursos, conforme se acercaba la hora de iniciar la marcha empecé a notar un cambio en los asistentes. La masa se estaba metamorfoseando en  «Las mujeres de negro», mujeres y madres contra la guerra, «Jóvenes judíos contra la guerra»,  unos chicos de una sinagoga local que llegaron a dar su posición,  y «Coalición para la dignidad negra» un grupo que brinda oportunidades a jóvenes negros para estudiar.

Así, los grupos y gremios se contaban por decenas y después aparecieron los rótulos personales: «Otro abogado contra la guerra», «No en mi nombre, Bush».  Ian Taylor portaba su corazón púrpura (la máxima medalla al valor que da la milicia en los Estados Unidos) y su uniforme de veterano de la Segunda Guerra Mundial con un rótulo contra la guerra.

La sociedad civil estaba en la calle.  Más que esos afiches de Martin Luther King y Malcolm X, la imagen más apabullante  de la voluntad de la población estadounidense es la de las madres y los padres que salieron con sus hijos e hijas mostrando lemas contra la guerra en sus ropas, para garantizarles un futuro seguro y pacífico.  Confieso que nunca he tenido confianza en la  capacidad política de la ciudadanía común en este país, pero el escenario ha cambiado sustancialmente desde el 11 de septiembre.  Aquellas filas de seis horas llenas de ejecutivos para donar sangre, o las largas caminatas para llegar a los centros de donación de alimentos…  y ahora este cambio a una posición más crítica e introspectiva de un conflicto que antes parecía tan lejano.

OPOSICIÓN

Para aquellos que han leído la letra fina,  el eslogan de la administración Bush de luchar por la defensa nacional, no ha encontrado asidero fértil cuando se trata de invadir a Iraq; 59% de los estadounidenses considera que Bush debe darle más tiempo a las Naciones Unidas y el 63% opina que Washington no debería actuar sin el apoyo de sus aliados(New York Times- CBS, encuesta del 14 febrero).  Mientras tanto en todo el mundo hay demostraciones masivas e históricas que han sobrepasado en número las de las protestas contra la guerra en Vietnam.

Y es que en este proceso los medios de comunicación han jugado un papel  preponderante al reflejar esta paranoia colectiva; cadenas de noticias las 24 horas transmiten notas, análisis e imágenes de ilimitados fragmentos de información donde «los ganchos» valen oro en «Prime Time». A los medios les encanta la guerra.  El otro día recibí en el correo publicidad sobre un producto que alardea proteger contra los efectos de radiación nuclear; y por supuesto, todos los días tenemos un arco iris con alertas naranja y amarillo que suben y bajan de acuerdo con las necesidades de la Casa Blanca.  La revista «Time» tenía razón, Greenspan debe odiar a Bush.

Con este bombardeo, si bien la gente ha corrido a comprar agua extra, también se ha abierto una herida que nunca había experimentado la sociedad civil tan cercanamente: las consecuencias inmediatas de la política exterior de su país.

El ojo crítico va más allá de las razones humanitarias y analiza las incidencias inmediatas de un ataque militar en el vecindario común, en sellar las entradas de aire con cinta especial en los centros de estudio; en crear redes de apoyo locales; en planear puntos familiares de encuentro en caso de una catástrofe y en que 270 millones de personas se dan cuenta que vivimos rodeados de plantas nucleares. Además, que el gobierno de Estados Unidos prefiere gastar trillones de dólares persiguiendo mercenarios en Filipinas o bombardeando Bagdad, para seguir la pesadilla de las mil y una noches.

Me marcho con mis fotos y esa sensación de esperanza  renovada. Quizá la acción política alcance al ciudadano común y esto sea el inicio de un nuevo ambiente de multiplicidad política y de ideas que enriquecerán el panorama.

Al llegar al hotel hojeo mis recortes y me encuentro con este inserto de Bush:   (A Saddam)» en realidad no le interesa la opinión del resto de la humanidad» (Bush en Fort Hood, Texas, enero 3, 2003).  Veremos como sale la Casa Blanca del jaque.

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