Las imágenes de muertos, heridos y prisioneros de guerra, parecen desesperar a unos estrategas que, según los indicios, calcularon mal la respuesta del pueblo iraquí a la invasión anglo estadounidense.
Igual que en otros países, en Costa Rica la población se manifiesta contra la guerra, como esta protesta realizada frente a la Cancillería.
Las flores y banderas blancas con las que el alto mando estadounidense y británico esperaban que sus tropas fueran recibidas en Irak, han sido sustituidas por la lucha a muerte y los ataques suicidas de un pueblo que no parece dispuesto a ceder su soberanía y que pone en jaque a la maquinaria bélica más poderosa del mundo.
Los militares de la «coalición», así como el presidente George W. Bush y el Primer Ministro Tony Blair, se esmeran en decir ante las cámaras de los medios de comunicación que lo sucedido en el campo de batalla estaba dentro de sus planes.
Sin embargo, sus argumentos son poco convincentes y su paciencia parece estar a punto de agotarse ante una prensa que, – debido al fenómeno de las cadenas de televisión árabes -, se les hace imposible de controlar.
Desde hace más de una semana las tropas se encuentran «avanzando hacia Bagdad», según el jefe de la operación, el general de cuatro estrellas Tommy Franks. El problema es que, de acuerdo con lo que informan los periodistas en el frente, todavía les falta más de 100 kilómetros para enfrentarse al anillo de defensa de la Guardia Republicana.
Además, la balanza de la opinión internacional desfavorece a los invasores. No se ha podido encontrar ni un solo rastro de armas de destrucción masiva y las protestas continúan en todo el mundo, cada vez con más fuerza.
El goteo constante de reportes de soldados muertos, las imágenes de prisioneros de guerra y las denuncias sobre ataques contra la población civil, han exasperado a los voceros del Pentágono.
Siria le ha dado explícitamente su apoyo al gobierno de Saddam Husein y más de 5.000 combatientes de todo el mundo árabe se desplazaron a Irak para morir como «mártires» en la defensa de Bagdad.
Aunque los militares y los políticos lo nieguen, la guerra va por mal camino. Por ejemplo, las ciudades clave de Nasiriya, Karbala y Basora, – que supuestamente estarían en manos de la coalición en las primeras horas de la guerra -, aún están en manos de grupos paramilitares leales al régimen de Husein.
El fantasma de los «kamikaces», suicidas que obligaron al entonces presidente Truman a lanzar dos bombas atómicas sobre Japón para vencer la resistencia de ese país – y el de la humillante derrota en Vietnam, planean ahora sobre las fuerzas estadounidenses.
El más moderno y formidable aparato militar de la historia parece incapaz de hacer frente a las tácticas más primitivas de la guerra, tales como las emboscadas, los sitios, las trampas y los ataques suicidas.
Las acusaciones de que Franks y, especialmente, el Secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, planificaron erróneamente la intervención, no se han hecho esperar. Según fuentes cercanas al Pentágono, los halcones de la administración Bush querían una guerra barata, que no fuera un obstáculo para los tremendos cortes impositivos anunciados por el mandatario.
Por esta razón, enviaron menos tropas de las necesarias y se precipitaron en un ataque terrestre que debió esperar varios días, mientras la superioridad aérea de la coalición hacia mella en el poder defensivo de Irak.
Los gobiernos de Washington y Londres se han visto forzados, de emergencia, a tomar una serie de medidas para apoyar a sus tropas en el frente; no obstante, han indicado que todo estaba dentro de sus planes originales.
La llegada de nuevos refuerzos a la zona del Golfo Pérsico y la necesidad desesperada de abrir un frente norte, — que se atrasó por la negativa de Turquía a prestar su territorio para atacar a su vecino del sur –, son evidencias de una estrategia precipitada que ha tenido que acomodarse violentamente a las circunstancias reales del conflicto.
Ante la pausa obligada, también se ha recurrido a la aviación; pero con un grado de furia que denota el estado de ánimo de los generales anglo estadounidenses. Masivos bombardeos se han sucedido sobre Bagdad sin cesar y, al parecer, con poca consideración al daño colateral a la población civil.
Las imágenes de civiles heridos, — difundidas al mundo musulmán mediante la televisión satelital de los ricos emiratos del Golfo –, han encendido la mecha del odio latente en contra de los norteamericanos, los ingleses y los israelíes.
La ausencia de armas químicas o biológicas, almacenadas o utilizadas en el campo de batalla, ha sepultado bajo las arenas del desierto el pretexto de Washington y Londres.
La ayuda humanitaria, el pan con el que Bush pretendía apaciguar los ánimos de un pueblo que prefiere morir de hambre para defender su soberanía, también se ha convertido en otra manzana de la discordia, ya que no hay canales seguros de distribución y los soldados no saben qué hacer cuando se enfrentan a multitudes hambrientas, desesperadas y, sobre todo, enojadas.
Mientras tanto, el paradero de Saddam Husein se ha convertido en un enigma que podría alcanzar la talla de la incógnita de en dónde está Osama Bin Laden, comandante de la red terrorista Al Qaeda y responsable intelectual de la masacre del 11 de septiembre del 2001 en Nueva York y Washington D.C.
Bush y Blair han confundido a un régimen con su pueblo. El hecho de que Saddam Husein sea un dictador asesino y sangriento, es algo que pocos cuestionan en su país y en las naciones árabes. El problema, es que nadie, ni siquiera el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, le ha dado derecho a Estados Unidos e Inglaterra para «liberar» a un país cuyos asuntos internos sólo conciernen a su población.
En los últimos días ha trascendido los negocios que ambos gobiernos pretenden desarrollar en la post guerra. Concesiones sobre infraestructura de comunicaciones y petrolera, contrataciones para la reconstrucción, cálculos sobre la producción potencial de crudo, etcétera, son elementos que incendian la ira de los musulmanes a lo largo y ancho del planeta.
Pero el reparto parece ser prematuro. Las posibilidades de que la guerra se alargue indefinidamente han hecho tambalearse a los mercados y la situación de gobernabilidad de un Irak conquistado deja muchas dudas sobre qué será posible concretar de todo lo que la Casa Blanca había pensado.
Por ahora, mientras se espera un asalto final que no llega, la incertidumbre reina sobre el mundo e inocentes iraquíes siguen muriendo.
Todas las conjeturas de Bush y quienes le apoyaron, — en cuenta Blair y el presidente del gobierno español José María Aznar –, parecen haber fallado completamente. El mandatario estadounidense y sus secuaces se enfrentan a una realidad que, tarde o temprano, les pasará la cuenta por esta conflagración sin sentido.
Posiblemente, para Bush esto signifique cederle la Casa Blanca a otro inquilino mucho antes de lo que imaginaba,
No obstante, para el pueblo estadounidense las consecuencias podrían ser mucho más graves. El odio que sus fuerzas armadas siembran hoy en el Medio Oriente, dará en el futuro frutos de terror que nadie es capaz de predecir.