Said clama por dignidad palestina

En medio del conflicto de Medio Oriente, la voz de Edward Said, palestino de nacionalidad estadounidense, profesor de literatura en la Universidad de Columbia,

En medio del conflicto de Medio Oriente, la voz de Edward Said, palestino de nacionalidad estadounidense, profesor de literatura en la Universidad de Columbia, resuena con singularidad.


E. Said: «Tienen miedo de abrir sus sociedades a su pueblo»

No es la única voz disidente, pero sin la suya la explicación del conflicto en Medio Oriente pierde una dimensión fundamental. Cuando está en pleno desarrollo la «Hoja de ruta», un plan de tres etapas que pretende terminar la guerra y crear un Estado palestino, Edward Said vuelve a lanzar sus advertencias sobre la necesidad de respetar la dignidad del pueblo. No arremete solo contra Israel. Por el contrario, se lanza contra los gobernantes árabes, a quienes critica por su miedo a abrir sus sociedades al pueblo.

La «Hoja de ruta» concentra hoy la atención de todos los sectores involucrados en el conflicto y despierta la esperanza de algunos. Se trata de un plan que pretende la reestructuración de la Autoridad Palestina, la eliminación de toda violencia e incitación contra los israelíes y el establecimiento de un Gobierno que satisfaga los requisitos de Israel y del «Cuarteto» autor del plan (Estados Unidos, la ONU, la Unión Europea y Rusia), afirmó Said.

Por su parte, añadió, Israel se compromete a mejorar la situación humanitaria en la región, reducir las restricciones impuestas al pueblo palestino y levantar los toques de queda, «aunque no se especifica cuándo ni dónde». El desbalance en los compromisos que asumen los palestinos e Israel es parte de las críticas de Said al proyecto.

En junio, recuerda, culminó la primera fase del plan, «en la que tendrían que desmantelarse los últimos 60 asentamientos de las colinas (los ilegales, establecidos desde marzo de 2001), aunque no se dice nada de eliminar los demás, que agrupan a 200 mil colonos en Gaza y Cisjordania, sin hablar de los 200 mil judíos establecidos en Jerusalén este».

La segunda fase, por desarrollarse entre junio y diciembre, estudiaría «la opción de crear un Estado palestino independiente con fronteras provisionales y atributos de soberanía» -sin especificar-, para desembocar en una conferencia internacional que apruebe y «cree» un Estado palestino, también con «fronteras provisionales».

La tercera fase debe acabar con el conflicto de forma definitiva, mediante una conferencia internacional cuya tarea consistirá en encontrar acuerdos sobre los problemas más delicados: los refugiados, los asentamientos, Jerusalén, las fronteras.

OCUPACIÓN MILITAR

Said destacó que «el papel de Israel en todo esto consiste en cooperar; el verdadero esfuerzo corresponde a los palestinos, que deben hacer lo que se espera de ellos con toda rapidez, mientras la ocupación militar seguirá como hasta ahora, aunque más relajada en las zonas invadidas en la primavera de 2002».

La engañosa simetría de la estructura del plan, añadió, «permite que Israel, a la hora de la verdad, decida cada paso sucesivo, si es que lo hay. En cuanto a los derechos humanos de los palestinos, no sólo ignorados sino sofocados, el plan no incluye ninguna rectificación concreta; al parecer, será también Israel el que decida si las cosas van a seguir como hasta ahora».

Said recalcó que «se nos olvida el hecho más básico: los palestinos se rehúsan a capitular o rendirse pese a ser sometidos a un castigo colectivo impuesto por la potencia combinada de Estados Unidos e Israel. Este hecho extraordinario es la razón de que existan la Hoja de ruta y todos los numerosos planes anteriores, denominados de paz».

Frente a la afirmación del jefe del Estado Mayor del ejército israelí, de que luego de meses de Intifada, han derrotado a los rebeldes, Said prefiere una visión distinta. «Si se nos escapa esa verdad, el poder de la resistencia palestina (la cual nada tiene que ver con bombazos suicidas que hacen más daño que bien), pese a todas sus fallas y errores, no entenderemos nada. Los palestinos han sido siempre un problema para el proyecto sionista, y las soluciones propuestas minimizan el conflicto, pero no lo resuelven», asegura. «La política oficial israelí, no importa que Ariel Sharon use o no el término «ocupación», o que decida desmantelar una que otra torreta oxidada, niega la realidad de que el pueblo palestino es su igual, pero sin admitir nunca que Israel viola escandalosamente los derechos de este pueblo».

Esa visión no es exclusiva de Said. Immanuel Wallerstein, Director del Centro de Estudios Fernand Braudel de la Universidad Bringhamtom, habla también con desencanto de la Hoja de ruta. «Este mes, en Aqaba, el presidente Bush lanzó la Hoja de ruta hacia la paz entre Israel y Palestina, y en pocos días parece estar hecha trizas», afirma. «Hay un antiguo proverbio chino que dice: ‘si no sabes adónde vas, todos los caminos te llevan ahí’. El gobierno de Bush, añade, «no tiene la más remota idea de adónde se dirige. La línea que expresa es que está tratando de facilitar las negociaciones, y aceptará cualquier cosa que acepten ambas partes». Pero Wallerstein tampoco oculta su pesimismo sobre el final de esa ruta, pese al tono optimista de Bush y a los informes de cada pequeño movimiento en Medio Oriente.

MURO DE LA VERGÜENZA

Junto a esa crítica amarga a la violación de los derechos de los palestinos, Said se refiere también a los medios de prensa, sobre todo los estadounidenses. Y a un hecho realmente sorprendente, del que casi no se habla en los medios, ni en la Hoja de ruta: el «muro del apartheid» que Israel está construyendo en Cisjordania, una obra de hormigón de casi 350 kilómetros de largo, ocho metros de altura y metro y medio de grosor, a un costo de $1,6 millones por kilómetro.

«El muro no se limita a separar Israel de un supuesto Estado palestino según las fronteras de 1967; además se adentra en nuevas franjas de tierra palestina, a veces de hasta seis o siete kilómetros. Está rodeado de trincheras, cables eléctricos y fosos; hay torres de vigilancia a intervalos periódicos», afirma Said.

«Los 40 mil habitantes palestinos de la ciudad de Qalqiya tienen sus hogares a un lado del muro y la tierra que cultivan y de la que viven, al otro. Se calcula que, cuando el muro esté acabado, casi 300 mil palestinos quedarán apartados de su tierra. La Hoja de Ruta no dice nada de esto, ni tampoco que Sharon aprobó recientemente un muro en la parte oriental de Cisjordania que, si se construye, disminuirá el territorio palestino incluido en el sueño de Bush, a un 40% de la zona. Eso es lo que pretendía Sharon desde el principio».

LA ALTERNATIVA

En medio de ese escenario, Said habla de la alternativa.

«Ninguno de nuestros voceros políticos habla nunca con respeto propio y con dignidad, de lo que somos, de lo que queremos, de lo que hemos logrado, ni adónde queremos dirigirnos», se lamenta Said.

Sin embargo, «lentamente la situación cambia y el viejo régimen fabricado por los Abu Mazen y los Abu Ammar de este mundo» -el nuevo jefe del gobierno palestino, al que critica por su dependencia de Yasser Arafat- cede terreno, agrega.

«Gradualmente será reemplazado por líderes emergentes en el mundo árabe. El más promisorio es el que construyen los miembros de la Iniciativa Nacional Palestina (INP): son activistas de base cuya principal actividad no es empujar los papeles por el escritorio, ni hacer malabares con cuentas de banco, ni buscar periodistas que les presten atención. Vienen de las filas de profesionales, las clases trabajadoras, jóvenes intelectuales y activistas, la gente que trabajando ha mantenido a la sociedad en movimiento, mientras se defienden de los ataques diarios de los israelíes».

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