Senador socialista atribuye a Frei parte de la derrota en elecciones chilenas

Todavía desconcertada por la derrota en la reciente elección presidencial, la Concertación –una coalición de centroizquierda que gobernó Chile durante 20 años, desde el

El dirigente de la Concertación reconoce el error de creer que con la disminución de la pobreza se habría eliminado la desigualdad en Chile.

Todavía desconcertada por la derrota en la reciente elección presidencial, la Concertación –una coalición de centroizquierda que gobernó Chile durante 20 años, desde el fin de la dictadura del general Augusto Pinochet–, analiza las causas de la derrota y las perspectivas de un posible retorno al poder.

“No fuimos capaces de romper el estigma de la desigualdad”, afirmó Jaime Gazmuri, senador socialista durante tres períodos y actualmente director de la Fundación Felipe Herrera, en una conversación con “UNIVERSIDAD”, en Santiago.

Pero, en su criterio, la causa de la derrota electoral no está tanto en las insuficiencias del proceso de transición, sino en una serie de errores que dividieron el voto de la Concertación en la primera ronda electoral entre tres candidatos: Eduardo Frei, Marco Enríquez Ominami y Jorge Arrate.
Para Gazmuri, de todos los posibles candidatos de la Concertación, Eduardo Frei, quien, finalmente, la representó, “era el más malo”.

En su opinión, ¿cómo se explica la derrota electoral de la Concertación en los recientes comicios presidenciales chilenos?

-Hay dos planos de análisis. Uno es cómo se enfrentó la coyuntura de la elección del 2009, donde se cometió un conjunto de errores por parte de la dirección política de la Concertación que hicieron que el voto de izquierda y progresista se dividiera en la primera vuelta y se abriera la posibilidad de un triunfo de la derecha. No se nos escuchó, en las direcciones de la Concertación, a quienes hablamos de resolver lo del candidato mediante una amplia consulta popular. Lo cierto es que, de todos los candidatos posibles, Frei era el más malo.
Pero no es cierto que se haya producido un desplazamiento de opinión pública hacia la derecha. Más bien se dividió el voto de la izquierda y el progresismo. En ese sentido, no fue una derrota inevitable.
Hay otro plano del análisis, que tiene que ver con el balance de los 20 años de gobierno de la Concertación. Hay quienes dicen que perdimos porque no hicimos las transformaciones necesarias. Pero, en mi opinión, no perdimos por eso.
Los partidos perdieron capacidad de conducción del proceso político. Las direcciones partidistas de la Concertación no fueron capaces de captar que se había producido en cierto cambio en la subjetividad de la ciudadanía, que aspiraba a grados mayores de participación en el sistema de definiciones políticas. Detrás de la demanda de primarias para elegir al candidato había un proceso más de fondo, y ese reclamo no fue escuchado.
Además, están los procesos de desgaste del ejercicio del poder, del conjunto de situaciones sociales no resueltas, y la posición de una derecha que tuvo la habilidad de no confrontar a la presidenta ni al gobierno, lo que produjo una cierta confusión entre la ciudadanía. Pero el problema está en la conducción de la Concertación.

De todos modos, ¿ los gobiernos de la Concertación dejaron deudas pendientes?

– ¡Muchas! No fuimos capaces de romper el estigma de la desigualdad que acompaña este país desde su nacimiento. Eso lleva a una reflexión sobre los desafíos futuros, pero también sobre como se enfrentó la transición.
La transición fue un logro político mayor. A la profundidad de las transformaciones del gobierno de (Salvador) Allende (1970-73) hubo una correspondencia en la profundidad del retroceso durante la dictadura de Pinochet (73-90).
Un cambio sustantivo fue pasar de una de las dictaduras más brutales que ha habido en América Latina a un estado derecho, al restablecimiento de convivencia democrática. Hubo un proceso muy sustantivo de democratización política y cultural, de desarrollo económico y material, y de avances sociales en el país.
Se logró una disminución muy sustantiva de la pobreza, sobre todo en los 90. Pero yo era de los que pensaba que la disminución de la pobreza implicaba también una disminución de la desigualdad. Eso se demostró falso, por lo menos en el caso chileno. Se redujo la pobreza pero se mantuvo un patrón de distribución muy inequitativo.

¿Faltó voluntad para hacer esos cambios o la situación política del país no lo permitió?

– No fuimos capaces de romper una dinámica de desarrollo que se impuso en el país durante la dictadura, y eso tiene que ver con la dificultad de promover cambios más significativos en el orden político e institucional.
La derecha controlaba muchos de los factores centrales del poder y contaba con un apoyo ciudadano bastante sustantivo. Eso distingue mucho a Chile de  otras experiencias latinoamericanas. No hay, por ejemplo, herederos políticos del general Videla, en Argentina; ni de la dictadura militar, en Brasil.
Aquí, durante muchos años, partidos importantes han reivindicado la obra de Pinochet en lo económico y en lo social, y sacaban 40% de los votos. Eso no se ha destacado suficientemente. Esa es una realidad incómoda, molesta, para la conciencia progresista.
Ha habido también, en la Concertación, sobre todo en los primeros diez años, una influencia excesiva de concepciones que yo he llamado ‘liberalismo social’. Gente que cree que el mercado es el factor esencial del desarrollo económico y que el papel del Estado es solo el de emparejar la cancha. Ese es un debate que está instalado en el corazón de la Concertación, no es solo un debate que nos enfrenta con la derecha.

¿Puede la derecha, ahora en el poder, resolver los problemas pendientes?

– La pregunta es si estamos viviendo solo un paréntesis de gobiernos de derecha, antes de volver a los gobiernos de la Concertación, o si vendrá un ciclo más largo de hegemonía política de la derecha.
Creo que esa derecha no tiene condiciones de hacer retroceder sustantivamente lo que se ha avanzado en el terreno social. Los elementos que hemos desarrollado, de un incipiente estado de protección social, van a permanecer.
Este gobierno tampoco es capaz de resolver los problemas más agudos que tiene la sociedad chilena, una gran demanda por mayor democracia  mayores niveles de igualdad social. No tiene, ni conceptos, ni políticas, para enfrentar esas demandas.
Por tanto todo el problema de la izquierda y centroizquierda es saber si seremos capaces de regenerar un proyecto político que incluya una nueva ola de reformas democratizadoras y de configurar nuevamente una alternativa electoral mayoritaria.
Eso exige una refundación de la Concertación, de ampliación hacia la izquierda y recuperación de la capacidad de restablecer el diálogo con la ciudadanía. No es fácil.

¿Resistirá la Concertación ese proceso de renovación, o de ampliación?

– Va a haber siempre una tensión con la Democracia Cristiana (DC) para la ampliación de la Concertación. La izquierda clásica en el país, el Partido Comunista (PC) se incorporó a la Concertación en última campaña electoral. Fue un proceso que se realizó de manera tardía, hubo que esperar 20 años para que la DC aceptara ese acuerdo con el PC. Hubo un avance en el 2009, pero esas tensiones están vivas y pueden reaparecer en cualquier momento.
Queda ahora una interrogante: ¿qué va a pasar con la ciudadanía que se sintió interpretada por Marco Henríquez Ominami y la orientación de su partido? El programa de Marco, en algunos aspectos, estaba a la derecha del programa de Frei. Ellos deberían formar parte de un nuevo diseño de centroizquierda, pero van a vivir la misma tensión de un cierto afán refundacional.
El tema, con Jorge Arrate, va a ser la naturaleza del acuerdo, el contenido del proyecto. Pero Arrate no va a cuestionar un amplio entendimiento del centro con la izquierda.
También va a costar lograr un acuerdo sólido sobre las nuevas reformas: una nueva constitución; un giro en el modelo de desarrollo, que no se base solo en la explotación de la rica base de recursos sociales que tiene el país, con una mayor capacidad del Estado para orientarlo; una reforma que ponga el acceso a la educación pública de calidad como elemento central; y un fortalecimiento de la capacidad de negociación de la fuerza del trabajo que apoye una mayor redistribución del poder.
En fin, un nuevo equilibro del poder entre el Estado, el mercado y la sociedad.

¿Se inserta todo esto dentro de las nuevas corrientes de la izquierda en América Latina?

– En América Latina hay varias izquierdas. Pero no creo que estemos en una etapa de superación revolucionaria del capitalismo. A la izquierda le cuesta mucho decir esto, vivimos con demasiados eufemismos.
Hay un gran espacio para una política de reformas sucesivas que enfrenten los desequilibrios más agudos que el capitalismo genera. En torno a esas reformas se pueden construir acuerdos muy amplios. Mi impresión es que, al final, los puntos de convergencia no son menores. Creo que tenemos que hacer un gran esfuerzo por no fracturarnos al extremo.
Creo que ese es el sentido general de los objetivos que deberían plantear las fuerzas de izquierda, con las particularidades de cada país.

 

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