Los llamados por la paz y en contra de una guerra en Irak se extendieron por el mundo esta semana; sin embargo, el presidente Bush presta oídos sordos a sus propios aliados.
Los inspectores de armas de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), no han encontrado, hasta ahora, pruebas que sustenten la afirmación del gobierno de Estados Unidos de que el régimen iraquí del presidente Saddam Husein produce o almacena armamento de destrucción masiva; no obstante, los tambores de guerra en el Golfo Pérsico resuenan con más fuerza.
Desde que asumió la presidencia George W. Bush nunca había demostrado tanta determinación como ahora contra Irak. Ni siquiera cuando Nueva York y Washington fueron blancos de los hechos del 11 de setiembre, el pulso del mandatario estuvo tan firme en el timón de la nación.
CLAMOR DE PAZ
El pasado 15 de febrero, en el lejano oriente, en Europa, Latinoamérica, y en EE.UU., millones de personas salieron a las calles para oponerse a una nueva guerra en el Medio Oriente.
Casi todas las personas y la mayoría de los gobiernos están de acuerdo en una cosa: hay que darle la oportunidad a los inspectores de la ONU para investigar si Irak posee armas químicas, biológicas o nucleares y, si así fuera, utilizar el derecho internacional para procurar el desarme. Sólo en última instancia, una acción bélica sería necesaria.
Esta parece ser la lógica de la paz y de la diplomacia, la razón por la cual existe Naciones Unidas. Pero las prioridades geopolíticas, militares y económicas de la administración estadounidense no encajan con el diálogo y negociación.
Bush no parece dispuesto a esperar que los canales diplomáticos agoten su vigencia y, de manera unilateral, prepara a sus fuerzas para un conflicto que casi nadie entiende.
Sólo con el apoyo del Primer Ministro del Reino Unido, Tony Blair, y en menor medida de los gobiernos de derecha de Italia y España, la posición de Bush ha causado fragmentaciones en la ONU y en el seno de la Organización del Tratado Atlántico Norte (OTAN), hasta ahora una alianza militar sin fisuras.
Nunca antes Estados Unidos había puesto de manifiesto de manera tan clara el desprecio por las opiniones de la comunidad internacional y algunos de sus aliados.
Alemania, Francia y Bélgica, miembros de la OTAN, se resisten a manejar su política exterior con base en la conflagración inminente. Por esta razón, se negaron a aprobar una propuesta de Washington y Londres para brindar apoyo militar a Turquía en caso de que las hostilidades se extiendan al ámbito regional.
En los 54 años de existencia de la Alianza, nunca se había dado un enfrentamiento diplomático que pone en riesgo el futuro de la cooperación militar trasatlántica.
Con respecto a la ONU, la situación es aún más compleja. El Secretario de Estado norteamericano, Colin Powell, ha intentado por todos los medios ganar apoyo, o al menos restar oposición, a la intervención armada en contra de Bagdad.
La expectativa de la Casa Blanca es que el Consejo de Seguridad apruebe una nueva resolución que refuerce la 1441, que permitió el regreso de los inspectores de armas a suelo iraquí.
Sin embargo, Francia, China y Rusia, miembros permanentes del Consejo con derecho al veto, se oponen al uso de la fuerza y abogan por reforzar la misión de los inspectores.
Ante esta situación, Washington ha estirado al máximo los límites de la resolución 1441 y, según su interpretación, ésta le otorga la prerrogativa de invadir a Irak.
A pesar de los indicios de apertura del régimen iraquí, no parece que haya nada sobre la Tierra capaz de detener al presidente Bush en su determinación de sacar del poder a Husein.
Los pretextos se le están acabando. El mandatario estadounidense no ha podido demostrar la presencia de armas de destrucción masiva en el arsenal iraquí y tampoco logró convencer al mundo de que Husein posea nexos con redes terroristas como Al Qaeda.
En el fondo, hay dos razones que, según los críticos de la administración, son las que justifican la determinación bélica de Washington. Una, como ya es conocida, es el potencial de producción petrolífera de Irak. La otra, es la necesidad de reactivar la alicaída economía estadounidense.
La industria tecnológica y militar está en la base de la productividad. En una época en la que las bolsas de valores se tambaleen y el panorama financiero es bastante oscuro, una reactivación de este sector y una victoria bélica le darían un impulso decisivo a la economía de EE.UU. alejándola de una recesión.
El temor de que el conflicto se propague y acabe con el frágil equilibrio en el Medio Oriente, no parece frenar el ímpetu de Bush. La posibilidad de que Israel conteste un ataque iraquí y esto desestabilice a las naciones árabes moderadas, es un elemento que el mandatario parece ignorar.
De acuerdo con la opinión de analistas citados por la prensa europea, Washington sabe que el poder de fuego de Husein quedó muy reducido luego de la Guerra del Golfo en 1991. Por eso está seguro de que Irak no posee armas de destrucción masiva que podrían encender el polvorín del Medio Oriente.
La guerra es inminente y será rápida. Su inicio está programado para los primeros días de marzo a más tardar. Se espera que se prolongue por un par de meses y que termine de forma contundente con la caída del régimen y la instauración de uno «amigo».
Tropas especiales estadounidenses operan ya al norte y al sur de Irak, en las zonas de exclusión aérea. Su tarea es entrenar a disidentes iraquíes para que sean ellos, y no los estadounidenses, los que tomen el poder luego de que el Pentágono haya acabado con la maquinaría bélica de Husein mediante ataques aéreos y una rápida incursión terrestre.
La idea es reeditar el método utilizado contra el Talibán en Afganistán.
En este escenario, los más perjudicados serían los civiles. Se calcula que morirían alrededor de 500 mil personas.
Con respecto a las posibilidades de que China, Rusia y Francia puedan frenar a Estados Unidos, éstas son pocas. Estos tres países no se oponen al conflicto por razones humanitarias, sino porque sus industrias petrolíferas han encontrado huecos en el embargo a Irak para operar en ese país.
Al parecer, las objeciones de tres naciones son un ardid diplomático para acallar a su propia opinión pública interna. En realidad, Estados Unidos ha negociado con ellos las cuotas de participación y el reparto del petróleo iraquí, una vez finalizada la guerra.
UNA AMENAZA
Por otro lado, Bush parece ignorar las amenazas directas hechas desde el lejano oriente.
El egipcio Mohamed El Baradei, Secretario General de la Organización Internacional de la Energía Atómica (OIEA) advirtió la semana pasada sobre el reinicio de las operaciones de carácter militar en reactores nucleares de Corea del Norte, país que posee al menos seis ojivas de uranio enriquecido y podría construir más en unos meses. Además, la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos (CIA, por sus siglas en inglés) admitió que el último régimen estalinista posee un misil de largo alcance, capaz de llevar una cabeza nuclear hasta la costa oeste norteamericana.
Al violar los tratados de no proliferación nuclear, Corea del Norte se arriesga a enfrentar sanciones por parte del Consejo de Seguridad de la ONU. No obstante, el gobierno norcoreano anunció que cualquier sanción sería asumida como un acto de guerra y merecería una respuesta nuclear.
En desfiles militares se ha amenazado a los Estados Unidos con la aniquilación nuclear.
Ante ello, Corea del Sur y Japón han iniciado gestiones diplomáticas a todos los niveles para bajar las tensiones. La idea es que Washington, Seúl, Tokio y Pyongyang lleguen a un acuerdo de no agresión y garantías humanitarias que le permitan a los norcoreanos afrontar los problemas económicos.
Hasta ahora, en la dialéctica de guerra en contra de Irak, Corea del Norte ha quedado relegada a una escala de prioridades de segundo orden en la política exterior de Bush.
El Secretario de Estado, Colin Powell, ha descartado el enfrentamiento y ha expresado su esperanza de que el contencioso se resuelva por la vía diplomática. Es paradójico que Estados Unidos tenga dos escalas distintas para medir la amenaza que representa Irak y Corea del Norte.
Esta es la misma doble moral que obliga a Saddam Husein cumplir las resoluciones del Consejo de Seguridad; pero que calla cuando estas declaraciones afectan a aliados estratégicos como Israel, que continúa con su campaña de represión en contra del pueblo palestino a vista y paciencia de la comunidad internacional.