Estudiantes se enfrentaron con la policía el pasado 20 de noviembre frente al ministerio de educación en Santiago, en protesta contra la prueba SIMCE (sistema de medición de la calidad de enseñanza).
Sentados en un café de Providencia en la mañana de un domingo, la ciudad lucía fresca y soñolienta. ¿Hablábamos del pasado? ¿O era del futuro?
Tomás Moulián lo había planteado desde el principio. Había escrito ya, en un libro notable –solo entre junio y septiembre de 1997 se publicaron cinco ediciones–, que este Chile era producto de una revolución capitalista que surgió derrotando la otra: la “vía chilena al socialismo”. Era una reflexión sobre el “Chile Actual: anatomía de un mito”.
Ya la dictadura había dado paso a los primeros gobiernos de la “Concertación por la Democracia”. El general Pinochet se había ido, derrotado en las urnas, en marzo de 1990. Gobernaba, a mitad de su período, el demócrata cristiano Eduardo Frei (94-2000) y Tomás se lamentaba de que lo Actual (así, escrito con mayúscula en el texto original) se había “consagrado como natural”. Esa operación –agregó– “nos niega el derecho al futuro, a realizar la alusión borgiana ‘ahora quiero acordarme del porvenir…”.
Han pasado 16 años desde entonces y al Gobierno de Frei (el segundo Frei, pues su padre también había sido presidente y le tocó entregar el Gobierno a Salvador Allende en 1970) se sucedieron los de Ricardo Lagos, Michelle Bachelet y el actual, de Sebastián Piñera, el primero apoyado por las fuerzas que fueron la base política de la dictadura (73-90).
Al libro de Tomás se sucedieron otros, quizás ninguno entronque más directamente con su temática que otro de gran éxito (con diez mil ejemplares publicados entre junio y septiembre del año pasado): “El derrumbe del modelo: la crisis de la economía de mercado en el Chile contemporáneo”, de Alberto Mayol.
Orador en el foro empresarial más importante de Chile, la Enade, en 2011, Mayol asegura que el “modelo económico en Chile no ha tenido grandes gestos de refinamiento ahora que se acerca su muerte; su decadencia ha sido más bien brutal y estentórea. El culto al dinero, al intercambio y su potencia irrumpieron, se instalaron con soberbia y hoy se resquebrajaron”.
NUEVA GENERACIÓN
Es probablemente este escenario el que ayuda a comprender un fenómeno destacado por los más diversos analistas en las recientes elecciones presidenciales y parlamentarias chilenas: la incursión en la política de una nueva generación de líderes contestatarios.
Como se sabe, Michelle Bachelet, expresidenta y nuevamente candidata, ahora de la “Nueva Mayoría” (cuya base es la antigua “Concertación”, a la que se sumaron el Partido Comunista y un par de organizaciones independientes de izquierda), alcanzó en primera vuelta, el 17 de noviembre pasado, un 46,7 % de votos. Muchos, pero insuficientes para ganar en primera vuelta. El 15 de diciembre deberá enfrentar, en segunda ronda, a la candidata oficialista, Evelyn Matthei, que solo obtuvo 25 % de los votos.
Bachelet, cuya victoria todos dan como segura, tendrá mayoría en ambas cámaras del congreso, mas no el quórum necesario para reformar la constitución que la dictadura heredó a Chile. Una de sus características más perversas es un sistema electoral binominal, que reparte los puestos entre los dos partidos mayoritarios de tal forma que tiende a hacer muy difícil conformar una mayoría suficiente para reformarla.
Melissa Sepúlveda (23), estudiante de Medicina recientemente elegida presidenta de la Federación de Estudiantes Universitarios de Chile (FECH), causó cierta conmoción al declarar que no iba a votar (por cierto, la abstención fue de 44 % y, probablemente, aumentará en la segunda vuelta).
Sepúlveda explicó su decisión destacando la importancia de una candidatura que pueda promover las transformaciones que Chile necesita. Hoy, agregó, tenemos un cierre institucional debido a que la Constitución de 1980, de la dictadura, “impide que las transformaciones se puedan hacer desde los espacios institucionales de representación”.
Si uno va a votar –agregó– “es porque ve una posibilidad de transformación y hoy no existe esa posibilidad”.
El mismo domingo, día de las elecciones, miembros de la Asamblea Coordinadora de Estudiantes Secundarios (ACES) tomaron la sede del comando de Bachelet. Una toma que terminó de forma pacífica, con los estudiantes retirándose del lugar, pero no sin antes advertir que era solo “símbolo de lo que se viene este próximo periodo”.
La presidente de ACES, Eloísa González, anunció la disposición de la organización de despedir el actual gobierno y recibir el nuevo con movilizaciones, para exigir los cambios que los estudiantes vienen demandando en materia constitucional, educacional y previsional desde el Gobierno anterior de Bachelet.
No es la única opción de los jóvenes. En realidad, cuatro dirigentes estudiantiles en las protestas del 2011 lograron las primeras mayorías en sus circunscripciones electorales, al presentarse como candidatos a diputados. Dos de ellos por el Partido Comunista: Camila Vallejo, quizás la más conocida; y Karol Cariola, secretaria general de las Juventudes Comunistas. Los otros dos fueron Giorgio Jackson, líder del movimiento Revolución Democrática, y Gabriel Boric, principal figura de Izquierda Autónoma, heredera de los grupos radicales de los años noventa.
“Nosotros, desde el Parlamento, y la gente, en las calles, estaremos defendiendo el cumplimiento del programa de un eventual nuevo Gobierno de Michelle Bachelet”, aseguró Vallejo.
Cariola, una enfermera de 26 años, reiteró su decisión de no abandonar el movimiento social. “Entre mis prioridades –aseguró–, está una nueva Constitución que garantice la salud como un derecho fundamental financiado por el Estado”.
CANDIDATOS JÓVENES
No solo a nivel parlamentario, una nueva generación se asomó a la política en estas elecciones.
Marco Enríquez-Ominami repitió su candidatura presidencial y logró un tercer lugar, con casi 11 % de los votos. De 40 años, productor de cine, con una imagen juvenil, hizo énfasis en su apoyo a medidas como el matrimonio gay o el aborto.
“Me va muy bien con los jóvenes”, dijo a UNIVERSIDAD pocas días antes de las elecciones. “Tengo el 30 % de votos entre los jóvenes. En el electorado de más edad, me cuesta más. Si podemos estimular el voto, si la abstención es baja, tenemos un gran chance”.
El problema de Chile, agregó, “no es la economía, sino las reglas de convivencia en educación, salud, vivienda, jubilación. Es una asamblea constituyente, una reforma política profunda”.
Enríquez-Ominami es crítico de lo hecho por la “Concertación” desde que asumió el poder en 1990. Esa fue la idea que predominó, dijo: hacer las cosas en “la medida de lo posible”.
Es un tema que preocupa a parlamentarios de la “Nueva Mayoría”. ¿Podemos esperar algo distinto?, le preguntamos al ahora senador electo Carlos Montes, pensando en un segundo Gobierno de Bachelet.
“Está por verse si será un Gobierno tan distinto al 2006-2010. Hay dos visiones en la centroizquierda. Hay un sector que quisiera hacer cosas que no se hicieron en el primer gobierno y otro que quiere iniciar un nuevo ciclo, distinto al primero. Creo que Bachelet está dentro de este último grupo. Pero eso es algo que está en disputa”, aseguró Montes a este Semanario.
En resumen, se multiplican las voces que denuncian el agotamiento del modelo, o del sistema. Ante el marco institucional heredado por la dictadura, aumentan las protestas en las calles, con el papel protagónico de los estudiantes. Los valores del régimen instaurado en el país a la sombra de la dictadura se resquebrajan. Mayol recuerda en su libro que la consigna de las protestas estudiantiles era “No al lucro”.
Trabada en el congreso la reforma constitucional, habrá que ver los caminos que toma la política chilena, tanto la institucional como la presión de los movimientos sociales. No obstante es evidente que el inmovilismo de 40 años se acabó. Pareciera que la rueda de la historia empezó a moverse de nuevo.