En su más reciente comentario en el Semanario Universidad (2-11-2011), el profesor Jaime Robert reconoce que, al intentar justificar –con base en el artículo primero del Estatuto Orgánico– la propuesta para fortalecer la posición de poder del sector administrativo dentro de las instancias colegiadas de la Universidad de Costa Rica (UCR), omitió referirse a las actividades fundamentales (docencia, investigación y acción social) del quehacer universitario.
También reconoce el profesor Robert que su argumentación se basa en oponer “meritocracia” a “democracia universitaria” y, finalmente, admite que, desde su punto de vista, la problemática de los profesores interinos carece de todo trasfondo “específicamente académico” y se explica sólo por un sistema de privilegios y elitismo.A la luz de tales supuestos, se entiende el esfuerzo realizado por el profesor Robert para borrar las diferencias entre el personal académico y el administrativo, para equiparar a ambos tipos de funcionarios, y para no diferenciar entre institución y comunidad universitaria. Por eso, para él las actividades fundamentales de la UCR son apenas “características”, y por eso también, para él, resulta innecesario especificar o diferenciar el grado de participación que tienen, en la realización de esas actividades, docentes, estudiantes y administrativos.
Poco sorprende, entonces, que el profesor Robert no se preocupe por las nuevas y profundas inequidades e injusticias que, de aprobarse la propuesta citada arriba, serán introducidas en la estructura de gobierno de la UCR, las cuales afectarán, en particular, a los académicos interinos.
Con respecto a estos últimos, la declaración de Robert, al reducirlos a la categoría de víctimas de un sistema injusto y al desconocer el trasfondo académico de su problemática, les niega el derecho a ser reconocidos como sujetos diferenciados. En efecto, para Robert no existe diferencia entre el académico interino que se esfuerza por cumplir responsablemente con sus labores, y el que no lo hace; entre el que se mantiene al día con los avances de su disciplina y el que renunció a ese reto; entre el que investiga y publica y el que no se ocupa en tales quehaceres; entre el que colabora en todo lo que puede y el que se limita al mínimo posible.
Al igualarlos a todos, al insistir en la oposición entre “meritocracia” y “democracia universitaria” y al equiparar universidad y comunidad universitaria, Robert revela, una vez más, la concepción de universidad que está detrás de la propuesta que él y el SINDEU defienden.