A seis semanas del terremoto en Haití

Detrás de tu huida queda un sinsabor de cobardía mezclado con un suspiro de  “por poquito”, pero sobre todo te llevas marcada en tu

En el artículo anterior explicaba la compleja realidad de Haití, luego de la devastación causada por terremoto. Decía que me daba cuenta de que había muchas reuniones y poca acción, y que  el asistencialismo genera a su vez caos e inseguridad.

Detrás de tu huida queda un sinsabor de cobardía mezclado con un suspiro de  “por poquito”, pero sobre todo te llevas marcada en tu mente esas imágenes que no puedes borrar, las imágenes del desastre, que solo evidencian la pobreza, la desorganización, la ingobernabilidad, la corrupción, la injusticia, la falta de todo lo que permite estabilidad, paz, humanismo.

II parte

Son imágenes que ponen a prueba todo lo que ya pensabas que sabías de la vida y de qué tan cruel puede llegar a ser el paso por  este mundo; recuerdas como una mujer llegó y solamente defecó en tus pies; como un niño yacía con su boca cubierta por mil moscas debajo de unas sombras esperando que la malaria al fin acabe con su presencia por este mundo; como una de las pocas ancianas apenas abría sus ojos cansados con una pierna cubierta por llagas agusanadas o un hombre semidesnudo se abrazaba a un sorbo de agua para no perder la oportunidad. Pero ante todo no olvidas a esos niños y niñas tan vulnerables, tan desnutridos, tan carentes de todo,  tanto que casi todos tienen la marca de  hernias en su estómago de tanto llorar. Cómo olvidarse de Ricardo, a quien se le dio ese nombre por no saber siquiera su origen,  el niño con desnutrición extrema que fue recogido de un sucio basurero de Puerto Príncipe y a quien quisiste rescatar de la muerte, sin poder siquiera verle sonreír nunca.
Lejos de esa realidad, pero muy cerca, una vasta y nutrida base de  Naciones Unidas parece una burbuja de cristal en medio de este desierto. Entras en ese mundo y se observa cómo mujeres y hombres de distintas nacionalidades, con acentos distintos, apariencias muy diferentes, van y vienen discutiendo sus estrategias de ayuda humanitaria, asistencialismo puro y degenerador, que sólo arraiga esta terrible dependencia de la población haitiana, que sólo saca su casta en actos de violencia que les permite decir: “Estamos, somos y todavía podemos”.
Pero mientras este mundo subyace al lado de esta realidad, la necesidad aumenta, la desorganización se acrecienta y las bodegas se abarrotan cada vez más de alimentos, insumos e implementos. No sé cuántas carpas y latas de atún y sardina puede haber en las bodegas de las distintas organizaciones de ayuda humanitaria y de cooperación  internacional, tantas que seguro permitirían tapizar el océano. Pero siguen ahí,  no hay mecanismos efectivos para distribuir, dar, calmar, mitigar. Afuera el 90% de las personas desplazadas, sin techo, quizá más, no tienen una carpa, ni una botella de agua y mucho menos una lata de atún para calmar el  hambre.
Nunca antes había visto tantos conceptos, teorías, metodologías, instrumentos y argumentos caerse al suelo. ¡De qué han servido tantas capacitaciones en preparativos y manejo de desastres, si en Haití la población 6 semanas después de su devastador terremoto sigue sin un albergue digno, sin comida, sin servicios, sin atención en salud, viviendo en un estado deplorable!  Momentos que solamente se ven de cerca cuando sucumbís ante la malaria y vas a un hospital local. Cuando de cerca ves las condiciones de supervivencia, desvariando en una rígida camilla, escuchando voces que vienen de no sé dónde, mientras intentas entender qué pasa.  Desde esos días, ya no pude pensar igual, me sentí abrumada, y he estado muy metida en mí, sólo puedo entender que mucha gente en  Haití sobrevive de esta manera, metiéndose en su ser y olvidándose de lo que ocurre afuera, como lo dijo Víctor Frankl en su libro “El hombre en busca del sentido”.
A punto de acabar mi misión en Haití, sólo puedo pensar que este pueblo necesita retomar la oportunidad del desastre para generar capacidad de organización, rescatar y buscar una planificación del uso de su territorio, y orientar su desarrollo hacia formas más seguras y mejor estructuradas. Pero para que esto suceda primero debe haber gobernabilidad, justicia, empoderamiento, generación de capacidades y sobre todo un cese del asistencialismo puro avasallador. Se necesita un cambio de dirección hacia estrategias de intervención no invasivas, en las cuales ya los negros dejen de ser los vagos malolientes y violentos, ignorantes de poca casta y los de otros mundos más desarrollados salgan de su oasis, de su laboratorio gratuito y decidan por fin forjar, en vez de quitar.

 

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