En Guanacaste, las aguas no fluyen hacia sus destinos naturales; sus trayectorias están siendo artificialmente reorientadas. Desterradas del abrigo de la Naturaleza, las aguas discurren solitarias atravesando acueductos, represas, canales de riego y embalses.
Los ríos no se conocen con otros ríos ni se llegan a encontrar con los anchísimos brazos de las olas del mar. Los arroyos dejan de escuchar el bullicio de los animales silvestres y las plantas nativas. Tampoco ahora las aguas esculpen las piedras mientras se purifican.
La materialización de las ideas del “progreso” y el “desarrollo” han modificado profundamente el carácter vital del agua, que es entendido como un producto más del gran almacén de la Naturaleza, cuyos recursos permanecen a la venta expuestos en sus aparadores.
Desde mediados de la década de los 80, cuando se impulsa el turismo a todo ímpetu, la Naturaleza se ha venido arrinconando. Al turismo le siguen casi de forma inmediata las plantaciones de monocultivos, como la caña de azúcar, las maderas foráneas y las meloneras, mientras tanto la amenaza de la piña se comienza a poner en evidencia. Los caminos de la inversión son diversos y múltiples y en Guanacaste han abierto tres grandes heridas: monocultivos, turismo y bienes inmuebles. En la sangre que corre de estas heridas fluye también el sudor de los y las guanacastecos que ponen el mayor esfuerzo y reciben pésimos salarios y beneficios insignificantes, si es que los reciben. El despojo de la riqueza, de la carga identitaria y el robo de territorio a las comunidades, persisten como un rastro inadvertido que va dejando el monstruo quimérico del llamado desarrollo que remolca a la provincia.
Los murmullos del agua, que corría de forma natural en comunión con la Naturaleza, hoy por hoy, en Guanacaste, se han convertido en gemidos de súplica ante la maquinaria del mercado global, que con cada proyecto cambia concreto y tecnología espuria por recursos naturales. El SENARA y AyA administran el agua amparados en los mismos valores con que trabajan las grandes empresas a las que benefician. Las quejas y manifestaciones que puedan surgir de las comunidades son avasalladas con el discurso técnico-científico, el cual surge de investigaciones donde el sesgo se deja ver a partir del abordaje aislado del fenómeno que se está investigando. En la medida en que la empresa se torna más invasiva, el SENARA y AyA se alejan en proporción similar de sus funciones de origen y se transforman en entidades ejecutivas que justifican técnicamente la entrega del agua a las grandes inversiones. De forma pasiva y acrítica, los funcionarios de dichas instituciones aceptan la atribución de testaferros que el gobierno les endilga, siguiendo las directrices del mercado. Con excepción, claro está, de unos pocos, que por levantar su voz se convierten en objeto de etiquetas y en presas de persecución.
Las y los guanacastecos logran ver los problemas relacionados con la extracción y distribución demencial del agua; no obstante suprimen una disonancia cognitiva mediante la aceptación de una paradoja: “si tenemos que escoger entre trabajo y agua, optamos por el trabajo”. Como si fuera posible vivir sin agua pero con trabajo. Mirando con preocupación los destinos del agua, saben que los usos y las cantidades utilizadas por las grandes empresas turísticas y agroindustriales conducen a algo mucho menos que agradable, pero el sabotaje a iniciativas de desarrollo local y la invisibilización de proyectos autónomos propios de la zona, les ha hecho pensar que la única posibilidad de empleo reside en la megaempresa. Sobre la base de esta estrategia redujeron hasta el hambre las oportunidades laborales.
“Agua para Guanacaste” se llama el proyecto apocalíptico que se impulsa desde el gobierno central, para acorralar y terminar de enfermar la Naturaleza. La magnitud de su impacto no solo anida en las características del proyecto como tal, sino en la posibilidad que ofrece de abrir aún más, las tres heridas citadas, hasta poner en peligro de muerte el cuerpo sufriente de la provincia guanacasteca. La producción de biocombustibles, la ampliación de los monocultivos que ya existen y la consolidación de un turismo de élite, esperan con el puño cerrado para asestar la estocada final a todo asomo de iniciativa de desarrollo local y comunitario.