Aires de novela

“Yo no creo en los hombres”, “los hombres también lloran”, dice Gabriel, un joven médico de la salud pública que trabaja en una ficción

“Yo no creo en los hombres”, “los hombres también lloran”, dice Gabriel, un joven médico de la salud pública que trabaja en una ficción, mientras apapacha a un doliente. Y cuando “la sombra del pasado” asusta, repica Aldonsa, esposa abnegada a quien la vida no ha dado tregua en 40 y resto de capítulos. Y qué decir de “pobres tan ricos”, pareciera que Grecia ha sacado el látigo de la conciencia, ese chasquido que los mercados y sus engendradores mefistofélicos no soportan. Porque los mercados son solo eso: torturas de consumo, urgidos de nosotros para ser mejores en detrimento de otros, a los que no queda más que vivir su pesadilla en uno de esos barrios periféricos, donde la falacia amamanta paraísos.

A vos que te gusta la narrativa, no vayás a perder un buen producto en el horario de una telenovela perfecta, no seas burro. Así se comportan las parrillas de programación. Aprendé a distinguir los buenos nichos del ocioso y cajonero, a un avión de un cometa, la gordura de la hinchazón, a un capo de un copo, un restaurante de un motel, y con ese legajo a mano, sacar de un resbalón cualquiera un buen guion.

Y trabajá a prisa porque la justicia está en boga, y se cuecen más novelas en la calle que en pantalla. Lo justo de lo injusto no tendría que haber pasado por justo, pero la vida es así, el boceto o telenovela casual estalla un martes (guionista en cierne poné atención) como el número de placa que no tenía que circular, y anduvo merodeando los portones metálicos de alguna casa de libación. Que “El señor de los cielos” lo ilumine, le indique el camino, él… tan saturado de directrices celestiales. Él… que es un rey en el decorado político, con un voto tan perseguido que lo llevó a presidir la Comisión de Derechos Humanos de nuestro interesado Congreso.

Entonces, abrí los ojos y reconocé que la realidad supera con creces la ficción. Ya las Torres gemelas habían dado el primer paso. Ahora, un paseo en auto termina en un culebrón, estructura dramática con final abierto… por el momento, quizás confundió el motel con una casa de oración. Aduce un experto que la diabetes del justo, pudo extraviarlo con facilidad. Por inducción, habría que reconocer que todo diabético es acosador sexual, al menos en potencia. Otros improvisados, aunque procedan del exterior, sostienen que el hombre llega hasta donde la mujer lo permita, lo que implicaría que violaciones… no existen. Y los más avezados juristas televisivos “que ya está mayorcita la muchacha”. Otra deducción difícil: que el acoso tenga edad en la mujer, para su aplicación. Para rematar, aparece una segunda denuncia, de una mujer policía, descalificada de antemano, porque su preparación la podría llevar hasta quebrar las muñecas del justo, argumenta su abogado. Por el momento queda fuera de función.

Lo que sí es cierto y no cabe la menor duda, es que ante “el cuerpo del deseo”, algún tribunal de flagrancia trastabilló.

 

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