Uno de los peores insultos que puede recibir un anarquista preparado es decirle que en este país se vive una Anarquía. ¡Es mejor decirle gorda a una dama que tiene meses de estar a dieta! Pero con el perdón de los que saben lo que es una verdadera Anarquía, y utilizando el sentido más peyorativo del término, como lo usan vulgarmente los que no lo conocen, la franca realidad es esa, vivimos, valga la redundancia, la más espantosa y caótica anarquía del mundo, porque estamos pagando a la vez por un Estado inútil, que nos cuesta un ojo de la cara.
Es absurdo pensar en una «Anarquía» con un flamante gobierno; especialmente cuando se trata de un gobierno que existe solamente para autoabastecerse a sí mismo, o mejor dicho, para proveer a sus dueños de turno; para atiborrarnos de impuestos que todos sabemos adónde van a parar; de cargas y exigencias sociales que no llegan a quienes las requieren. Gobiernos ausentes cuando se trata de servir a sus administrados. Pero, desde luego, no es solo el actual; la evaporación administrativa de los deberes institucionales comenzó hace varios decenios; los presentes solo son continuadores del asombroso desconcierto.La costosísima, y pregonada en cada burocracia, «solidaridad social», termina siendo burla para el trabajador y el empresario «destinatario», quienes, por ejemplo, hacen fila corrientemente unos tres o cuatro años para recibir atención médica, porque las instituciones, «columnas vertebrales del Estado», se han convertido en insaciables devoradoras de sus salarios o exiguas ganancias, y no pueden satisfacer sus necesidades en forma privada. Instituciones que desde hace muchos años apostaron por el enriquecimiento de sus agentes, a expensas de la ruina del país, y al fin lo están logrando.
Pero hay más, el Estado hace y deja hacer a todo el mundo lo que le de la gana, de ahí el mal empleo del término “Anarquía”; eso, a pesar de contar con todos los medios coercitivos, legales y económicos, más que en cualquier otra parte, para controlar lo que debiera controlar y liberar lo que debiera liberar. Y termina de complicar el embrollo una tullida fábrica de leyes que las dispara a tontas y a locas para favorecer a los que dirigen y para hacer creer a los pueblos que están trabajando o haciendo algo por el país. Todo eso es el ultraje que se atreven a llamar «Institucionalidad».
Un hecho basta para medir el grado de torpeza y la vagabundería descomunales de todas las autoridades de este país: Las muertes por accidentes de tránsito ocasionadas por asesinos al volante confirman el inaudito desastre.
Después de que oscurece, solo por milagro se encuentra algún policía cumpliendo su deber en la calle y es cuando ocurren los accidentes y asesinatos. Los trogloditas y borrachos empiezan sus piques y ya ni siquiera requieren licencia de conducir, ¿para qué? El 911 es una broma de mal gusto; los choferes armados hasta los dientes jamás son descubiertos ¡claro! por fastidiosos retenes de 10 a 15 policías que −a pleno día, como moscas− disfrutan de una sombra importunando a los ciudadanos honrados que transitan ganándose la vida en su quehacer diario.
Todo, absolutamente todo lo relacionado con el transporte, que es el fluido económico y el camino al desarrollo del país es caótico e inmoral; desde cobardes choferes de buses que maltratan y le roban la cédula a ancianos, hasta la inconmensurable contaminación ambiental, causada por camioneros y otros dementes, es culpa institucional y nada más que gubernativa. Pagamos caro el monopolio extranjero de Riteve, pero seguimos respirando basura y quedándonos sordos, porque una vez pagado el marchamo y dizque revisados los vehículos, la supervisión de alteraciones y aplicación de la ley es inexistente. En este ámbito del transporte, la ley sin seguimiento, hecha para saquear el dinero de los trabajadores es excremento y guarida de maleantes.
¡Muy lamentable la muerte de personas inocentes en esta guerra de la calle! Todas las autoridades, hoy invisibles, debieran abocarse seriamente para tratar de corregir el desastre, ¡o hacer algo! Educación, transportes, salud, seguridad, justicia, economía, etc. Todas ausentes, pero con los sueldos y prebendas de que gozan los cobijados con los beneficios del Estado.
Para acabar con el caos,
Los desórdenes e infiernos
Que nos causan los gobiernos,
Debe el orden ser creado
Sin las mafias del Estado,
¡Por la gracia de los pueblos!