La historia de la humanidad es la historia de las migraciones. En la época recolectora y cazadora, los hombres y las mujeres tenían que caminar grandes distancias en busca de alimento. En esa época no existían los pasaportes, las únicas fronteras eran las naturales y la tribu nómada debía desarrollar fuertes vínculos de cooperación para garantizar la seguridad de todo el grupo.
Dos millones de años después, una enorme masa humana, aterrorizada y con hambre, abandona sus hogares y emprende un peligroso viaje para llegar al continente que tiene tanta fama de civilizado. La culta Europa los recibe con vallas de alambre navaja, balas, piedra y fuego. Ni sus pomposas prédicas sobre los derechos humanos ni su experiencia en dos guerras mundiales la sensibiliza, y quienes creen haber escapado del terror caen en otro peor.
¿Quién es el bárbaro? La imagen del horror que da vuelta al mundo sugiere, además, otras preguntas. ¿Quién creó el Estado Islámico, principal causante de este éxodo masivo, y quién financia los barcos y los coyotes que trafican con los desembarcados?
Entre tanta demencia, tímidamente, el mundo da pequeñas señales de un poco de cordura. La solidaridad despierta en las calles europeas y el aporte voluntario colabora, para paliar el sufrimiento al margen de las decisiones políticas. En Islandia la gente ofrece sus propias casas. Quizá su ejemplo en esta crisis migratoria nos haga entender que podemos habitar este planeta con el mismo espíritu cooperativo que teníamos cuando nos alimentábamos de bayas silvestres y corríamos detrás del mamut.
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