Apariciones inesperadas: ¡Volvió Cotico!

Como parte de las invitaciones que le hacen a la Oficina Jurídica, la subdirectora de este órgano me propuso participar en una conferencia que

Como parte de las invitaciones que le hacen a la Oficina Jurídica, la subdirectora de este órgano me propuso participar en una conferencia que estaba desarrollando la unidad de PROINNOVA, en el auditorio de Ciencias Económicas. El nombre de esta conferencia era: “Innovation as an economic development engine for national economies”, a cargo del señor Marc Sedam, director de la Oficina de Innovación de la Universidad de New Hampshire. De primera entrada, el tema me pareció poco relacionado con mis faenas diarias en la oficina; sin embargo, decidí  participar.

Ese día llegué temprano. Estuve un rato en la entrada tratando de ubicar un buen lugar para sentarme, cuando, sin mucho aspaviento, lo vi: era un señor de camisa roja que llevaba estampada la figura de Albert Einstein; vestía pantalón blanco; zapatos y sombrero rojos y, guindando del cuello, como quien guinda un amuleto de buena suerte, una especie de collar hecho de mecate con un relicario de bambú. Me llamó la atención que este señor hablaba de luchas sociales, de anécdotas e historias de un pasado algo gracioso. Alguien del público le preguntó que si era el extrovertido Cotico. “Sí, lo soy”, respondió nuestro personaje.

¡Qué curioso! Hace varios días quería saber quién era el famoso Cotico. Jamás imaginé que lo vería en una actividad de ese tipo. Cuando la oratoria del expositor llegó a su fin, y se dio el espacio de preguntas, Cotico intervino con una anécdota de cuando él había ido a estudiar danza a Estados Unidos. Estando allí, la profesora de baile le dijo: “Coto, debés volar (to fly, to fly), porque talento te sobra”. “Y volé”, dijo Cotico, “tanto así que llegué a ganar las elecciones de la FEUCR en el 74”. Al final me marché con las ganas de querer hablarle. La idea de conocerlo me daba vueltas en la cabeza.

A la semana siguiente, debía ir a dar una conferencia junto con un compañero de trabajo a la biblioteca Carlos Monge Alfaro. Era para un grupo de jóvenes universitarios. En verdad me encontraba muy feliz. Como de costumbre llegué temprano, la actividad era en la sala de audiovisuales. Entré, intercambié algunas palabras con las organizadoras del evento y me dispuse a acomodar el equipo de cómputo y la presentación. A pesar de mi entusiasmo, la sala no estaba tan llena de comensales. Pero, aún así, me sentía satisfecho de estar haciendo algo agradable.

Fue en ese instante, minutos más minutos menos a empezar, cuando lo vi entrar: era nuestro amigo Cotico, esta vez con una flauta. Llevaba pantalón blanco; zapatos azules, de tela; sombrero blanco; y una camisa azul pintoresca, de esas que denotan mucho folklor. Lo saludé, le invité a sentarse adelante y empecé aquello que era más un conversatorio.

Durante el transcurso de la plática recibí algunas incorporaciones de nuestro amigo, todas, referidas a aspectos crítico-sociales, relacionados con los derechos laborales de las clases más desprotegidas. De paso tuvimos chance de hablar también sobre los despilfarros de dinero de gobiernos pasados, tema poco relacionado con el contenido del día, pero que lo abordamos para hacer más emocionante el rato. Finalmente, acabamos. Se me perdió de vista, tal vez se escabulló y decidió marcharse, pensé.

Más tarde lo encontré huyendo hacia Estudios Generales y lo atajé. Quería escuchar y aclarar algunas cosas. Le pregunté por qué se había ausentado tanto de la vida público-universitaria y a qué se debía sus visitas tan recurrentes. Me dijo que por mucho tiempo estuvo trabajando para la CCSS en la zona de Buenos Aires de Puntarenas, pero que ahora se había pensionado. Esto le permitía volver a incursionar por el pretil. Quería “despertar” a la juventud universitaria, ya que la encontraba muy dormida; aun más, quería alegrar los corazones de los estudiantes como en los 70.

Cuando posamos para una foto, sacó su flauta mágica y empezó a volar como alguna vez le dijo su profesora de danza: al son de una melodía contagiosa. La gente pasaba, lo veía y sonreía. Tal vez sin conocer, la mayoría, la historia que este personaje lleva en sus espaldas. Ciertamente, Cotico es un señor algo sui generis que sabe ganarse la simpatía de la gente. Antes lo hacía a punta de bailes, discursos en tanga y sonadas de caracol. Hoy, un poco más comedido, pero siempre con criterio crítico y simpático.

Creo que Coto “voló”, ganó y marcó una historia universitaria, una leyenda de pretil de la que abuelos, padres, tíos y amigos pueden dar fe. ¡Bienvenido Cotico!

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