El título de ésta nota lo popularizó Noemí Justalive, vecina de Spooner, Wisconsin, EUA, en Twitter, el 13 de marzo recién pasado. Esta nieta de mexicana y argentino y padres adoptivos pakistaníes sin residencia legal, dio así su versión del latinajo “Habemus Papam” con que el protocolo vaticano informa a fieles e infieles de la elección del nuevo dirigente religioso o espiritual, según quien lo vea, del alma occidental. Según un desolado club de fans de Justin Bieber, el ¡Ay Pa! de Justalive, a quien sus tíos yemenitas apodan “Dura de matar”, superó un tuit de su ídolo (esa mañana había ingerido solo una uva en el desayuno) al conseguir 7.6 millones de seguidores en tan solo 49 minutos del 13 de marzo, contra 4.6 millones en una hora y diez del performer canadiense. “Nuestro ‘executant’ vivirá más tiempo”, fue el comentario más reiterado en este emocional intercambio.
De los casi 8 millones de tuiteros que dieron seguimiento instantáneo al ¡Ay Pa! de Noemí, un 79% correspondió a latinoamericanos. Celebraban al parecer un triunfo mundial aunque se hizo patente que los brasileños participaron poco de la euforia. El análisis de esta apatía mostró dos corrientes con muchas subdivisiones. Al parecer muchos brasileños hubiesen preferido que se eligiese a Neymar (un sector significativo incluso mencionó a Messi) y otro grupo de parecido peso y que en principio tomó el asunto con gravedad impropia sentenció que la iglesia católica era una transnacional como la Coca Cola, aunque sin su chispa, y que daba igual, o al menos vecino, que la encabezara un marciano o un cosaco del Don. En todo caso, coincidían en añorar los tiempos clásicos en que el Espíritu Santo elegía al Papa llenando de autoconciencia los votos de los cardenales o, menos discretamente, alterando sus papeletas. “Nunca El Santo Espíritu habría optado por un bonaerense”, concluyeron.
Expertos internacionales interpretaron la frialdad brasileña como que, para variar, la elección de un Papa latinoamericano, en lugar de elevar el espíritu subhemisférico (como ocurrió inicialmente entre alemanes y su Benedicto XVI) corroboraría y enfatizaría las divisiones y enfrentamientos regionales. “Este papado podría precipitar incluso un movimiento semejante al de la Reforma calvinista y luterana en Europa”, suspiró un analista radicado en Uruguay. “Y dentro de lo malo, ¡ésa sí sería buena!”. No extendió su comentario, pero agitaba con pasión brazos y manos.
En Costa Rica preocupó la versión del candidato venezolano Nicolás Maduro respecto a que el alma del difunto presidente Hugo Chavez habría hecho presión en el Cielo para que se eligiera un papa tercermundista y latinoamericano. “Sin duda una maniobra de Irán”, opinó un consternado J. Daremblum, del Centro de Estudios Latinoamericanos del Hudson Institute en Washington. “De confirmarse la versión, debe citarse a una sesión de urgencia del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, votar un apoyo irrestricto a Israel y pedir ayuda a la OTAN”.
En cualquier caso, lo seguro es que la elección de Francisco Primero no unirá a los argentinos. En eso tiene una sola ventaja. No le va ni a Boca ni a River. Es socio de San Lorenzo de Almagro, club que despierta pasiones pero no tantos odios mutuos como los existentes entre bosteros y millonarios. Las escisiones en Argentina se producirán porque Francisco I, como todo actuante humano, tiene un pasado discutible. Aclaremos que la mayoría del episcopado de ese país se divide entre conservadores feroces (expulsados del Ku Klux Klan por reaccionarios) y conservadores (a quienes se invita ocasionalmente a linchar a alguien. Algunos llegan a la fiesta). Cuando solo era el cardenal Bergoglio, Francisco el Uno pertenecía a los últimos. Es decir era del tipo de pastor interesado en las almas y no en los cuerpos (excepto los de los homosexuales, para condenarlos). En tiempos de dictaduras desaparecedoras y torturadoras, y en los espíritus de los familiares de las víctimas este tiempo argentino es hoy y, no ha pasado ni pasará, Bergoglio no es factor de unión ni integración.
En verdad, cuando Francisco I besa a un niño en la calle, no puede saber si el chico desciende de alguno de los comerciados por la dictadura que él apoyó. La humedad que acude a los ojos de ese niño puede tener fundamentos muy variados.
Como insisten los brasileños: “¡Qué tiempos aquellos en que al Papa lo ponía el Espíritu Santo!”. Por supuesto lo dicen en portugués, para que se entienda.