Dejando fuera imperialismos y drones, es muy pronto para recuperarnos de las desilusiones del siglo pasado. Ningún sistema cumplió sus promesas de un mundo mejor. Videla y Pinochet nos espantaron tanto como Stalin y PolPot. Parece que no hay poder político sin represión. Y si este descrédito no fuera suficiente para empujarnos al desaliento, cuando en democracia la mano de hierro viste guante de seda, es para mejor deslizarse en los bolsillos de las y los contribuyentes.
Si el socialismo real no consiguió sobrevivir al siglo XX, el capitalismo perdió toda credibilidad en la ruleta donde desaparecieron sus tan cacareadas libertades individuales: el individuo libre prometido, si no está desempleado, es un esclavo hipotecado al anonimato del capital financiero. La industria, que está agotando los recursos del planeta, y el mercado, tiene la habilidad (y los medios) de prostituir los derechos humanos. Las mejores causas son moda que las artes y la literatura ayudan a instalar en librerías, escenarios y galerías, sustituyendo los grandes temas universales por proclamas ladinamente encausadas a las ventanillas de los bancos. Lejos de haber conseguido equidad para las diferencias, pasamos a ser diferentes inequidades. ¿Y qué son los representantes del pueblo, sino representantes a comisión del capital transnacional?
Todas estas son partes de un enorme timo. No extrañe a nadie que las urnas vayan quedando vacías. ¿Desidia? Sí, claro, es indiferencia, es la aceptación de la impotencia. Pero no votar también es una opinión, un reproche y un cuestionamiento. ¿Por qué? Porque nunca se escuchan tantas mentiras como durante la contienda electoral, cuando se hacen tantas promesas falsas para conseguir votos.
El abstencionismo le advierte al nuevo gobierno que deberá enfrentar una opinión pública hostil y desconfiada. Le advierte que no debe olvidar la sociología cuando nombra al ministro de economía, y que la democracia se hace al aire libre, no en enrarecidos recintos donde abundan las manipulaciones.
El abstencionismo nos advierte, también, que en la misma medida en que se vacían las cajas, se pueden llenar las calles.