Se maltrata, entiéndase esto como una calificación suave, con estas referencias tanto a Sísifo como a Camus. En la mitología griega, Sísifo fue un astuto, o tramposo, ser humano que engañó reiteradamente a los dioses. Finalmente éstos lo castigan haciéndolo subir eternamente una enorme piedra por la ladera de una colina. Antes de llegar a la cima, la piedra cae (a la llanura o al inframundo) y el condenado debe volverla a empujar hacia arriba. Camus recuerda este mito y termina así su descripción: “Hay que imaginarse a Sísifo feliz”. En líneas anteriores ha discurrido sobre las razones de esta felicidad. Quiero interpretarla así: “En la subjetividad humana (espíritu y conciencia que se autoasume como existente) ni los dioses pueden”. Se trata de una antropología que hace de los seres humanos, y de sus acciones, medida de sí mismos. Su acción es su sentido. Esta antropología se vincula con tenacidad, clarividencia y autoestima. Dice que en un universo privado de ilusiones y de luces el ser humano ha de sentirse extraño, pero también puede acometer su destino como expresión de una libertad que se sigue de sí mismo y de la relación de lo que se hace (desde otros, hacia otros).
Así, resulta curioso que Quesada Guardia titule su artículo de conmemoración “Albert Camus, un hombre sin esperanza”. Por el contrario, la lectura que hace Camus del mito de Sísifo contiene todas las esperanzas humanas y las ofrece universalmente. Sísifo enfrenta la realidad, se encarga de ella (es decir la asume éticamente) y realiza lo que es ahora no un castigo sino su tarea/proyecto eternamente, o sea como si la muerte no existiera. Al hacerlo, ofrece a los seres humanos la posibilidad de verse a sí mismos cuando todas las luces se han apagado. Le corresponde a él encenderlas y encenderse. Como escribió otro autor: la esperanza es lo último, por definitivo, que se consigue. Pero si es lo último está asimismo, como virtualidad, en su inicio. Hay que imaginarse a Sísifo feliz: el ser humano no está sólo si se esfuerza por estar consigo mismo.
Menos curioso resulta que ni Quesada Guardia ni Murillo Jiménez mencionen siquiera que Camus estuvo con el pueblo argelino en su lucha de liberación nacional contra Francia. Murillo refiere que militó en la resistencia francesa contra la ocupación alemana, durante la Segunda Guerra, lo que es cierto. Pero la carga más arriesgada de Camus es la que toma por la legitimidad de la lucha emancipatoria del pueblo de Argelia contra el colonialismo francés. No fue decisión cómoda, porque en el seno de los combatientes argelinos existían diferencias y porque la fiereza/crueldad con que combatieron ambos bandos tornaba áspera la escogencia. Pero el francés Camus eligió a sus vulnerables argelinos. Quizás pensó que la emancipación los llevaría a prender luces y a crear desde ellas.
El artículo de Quesada Guardia finaliza lamentando que Camus “haya sufrido tanto por no haber podido encontrar la paz en Dios”. Le inspira dolor y lástima Camus. Habría que decir que si el Dios que sostiene la ortodoxia cristiana le hubiese negado el Cielo a Camus, los perdedores habrían sido ese Dios y su reino. Hay que imaginar/conmemorar a Camus íntegro, lúcido y feliz.