Me dirijo a ustedes, estimados docentes, como compañera educadora que soy, como persona preocupada por el futuro de nuestro país. Una de las razones de nuestro paso por la vida es ser depositarios cuidadosos de la sabiduría de nuestros antepasados. La generación costarricense a la que pertenezco supo cuidar, con amor y respeto, el legado de educadores como Mauro Fernández, Roberto Brenes Mesén, Omar Dengo, Joaquín García Monge, Carmen Lyra, Emma Gamboa, Isaac Felipe Azofeifa. Ese legado ha contribuido ha conformar la Costa Rica solidaria, pacifista y respetuosa que hemos conocido.
Los maestros y las maestras, con aquella mística de ser los apóstoles de la educación, aportaron también su grano de arena para hacer de esta tierra un lugar con «..más maestros que soldados…».
Insignes han sido las batallas dadas por el Magisterio Nacional en contra de aquellos que han pretendido ensombrecer nuestra paz. El papel jugado en contra de la dictadura de los Tinoco nos marcó un modelo de educador y educadora. Hoy hacemos un llamado para que el Magisterio Nacional retome su papel protagónico en la defensa de la patria.
Ahora las dictaduras y los totalitarismos se visten de galas y se maquillan las ansias de poder y el afán de lucro con consignas aprendidas en las metrópolis del norte. La eficiencia, la competitividad, el acceso a mercados, la libertad de consumo son los lemas que recitan los soldados de un ejército invisible, pero eficaz, que viene invadiéndonos desde hace veinticinco años. El neoliberalismo es la ideología del totalitarismo del libre mercado. Y los economistas neoliberales hacen las veces de estrategas militares para avanzar, como lo hacen en otros lugares los ejércitos de ocupación, arrasando el Estado de bienestar social y sus instituciones para implantar en su lugar la ley de la selva, la ley del más fuerte: la de las grandes corporaciones transnacionales.
El Tratado de Libre Comercio, aprobado ya en Estados Unidos por apenas dos votos de diferencia, sella la suerte de Centroamérica por los próximos ¿cien? ¿doscientos? años, ya que representa una renuncia al desarrollo autóctono para el momento actual y para el futuro. Este tratado no permite que nuestro país tenga una política de desarrollo porque imposibilita ponerle condiciones a la inversión extranjera.
Lo que significa que serán las grandes transnacionales y no nosotros(as) las que decidirán qué se producirá, con qué recursos, de qué manera, para vender dónde y para satisfacer qué necesidades. Es decir, no podríamos decidir sobre nuestra producción.
Este tratado impedirá tener una política de soberanía alimentaria, porque abre las puertas al ingreso de productos agrícolas que reciben subsidios millonarios en Estados Unidos, que no pagarán impuestos de importación en nuestro país
Nuestros(as) campesinos(as) no tendrán la capacidad de competir con las corporaciones transnacionales que controlan el mercado mundial de alimentos y será imposible, ahora y en el futuro, que tengamos una política propia para garantizar la producción de alimentos. Lo esperable será, como ha sucedido en México que ya aprobó un TLC, un mayor desplazamiento de los campesinos de sus tierras y la pérdida de nuestra seguridad alimentaria.
Este tratado atenta también contra las potestades del Estado. Le exige la modificación de una serie de leyes y no permite que se aprueben, hacia el futuro, leyes que contravengan lo que dice el tratado, aunque todos(as) los(as) diputados(as) lo quieran.
Además, le arranca al Estado directamente algunos de sus servicios fundamentales, como la telefonía y los seguros, y pone en peligro otros servicios por las ambigüedades con que se protegen. En el caso de la salud, hay un efecto adicional debido a la extensión de la protección de la propiedad intelectual, que hará más difícil la producción y compra de genéricos, lo que encarecerá la compra de medicamentos para la CCSS.
En educación, la apertura al capital extranjero permitirá el control de los principales centros educativos por estos intereses poderosos. Con la llegada del capital extranjero se puede profundizar la crisis, el abandono y el desmantelamiento de la educación pública que se ha vivido en los últimos años. Pues vamos a ver lo que tanto han soñado los neoliberales: una educación privada y elitista para quienes puedan
pagarla y una educación con otros contenidos y de baja calidad para los sectores más pobres del país, quienes con suerte serán mano de obra barata. El control de los contenidos educativos se haría más difícil y se podrían perder los valores fundamentales de nuestra identidad, ya que los centros educativos privados podrían contratar personal extranjero aún en materias como historia nacional.
Lo que podemos esperar es un Estado debilitado que, por lo tanto, abandonaría aún más la ya resquebrajada política social.
Este tratado, en fin, a cambio de supuestamente garantizar el acceso de unas cuantas exportaciones, controladas por corporaciones transnacionales o por grandes empresarios nacionales, entrega todo el país: nuestra política de producción, nuestra soberanía alimentaria, nuestra política social, potestades del estado, derechos laborales, biodiversidad. Así, sería imposible el desarrollo y no quedaría sino el camino doloroso para las grandes mayorías, de quedar esclavizados y esclavizadas a las imposiciones de las corporaciones transnacionales. El Tratado de Libre Comercio es una renuncia a nuestra soberanía.
Educadoras y educadores la patria nos llama. No permitamos que la avaricia y la ambición de unos pocos hipoteque el futuro de nuestros hijos. La patria no son los políticos, los empresarios y los diputados. La patria somos todos y todas las ciudadanas y nuestras instituciones. Los himnos patrios no sólo deben ser cantados, deben ser vividos con intensidad. Hoy debemos hacer realidad las palabras de nuestro Himno Nacional y del Himno al 15 de septiembre.
*Profesora Emérita Universidad de Costa Rica