Entre las dos últimas guerras púnicas surgió en Roma el político y militar Marco Poncio Catón, quien se distinguió por sus encomiables luchas en defensa de la tradición cultural de su pueblo y en contra de la ostentación y el lujo importados de oriente.
Sin embargo, sus ideales se convirtieron en una auténtica obsesión, confundiendo procedimientos con metas y estableciendo generalizaciones falaces y maliciosas, de modo que su política se caracterizó por el dogmatismo, la intolerancia y hasta la violencia. Así, por ejemplo, su misoginia llegó a provocar una manifestación pública de mujeres, para defender sus derechos ante el Senado y su crueldad llegó al genocidio como Procónsul en la Hispania Citerior. A la postre, sus luchas fracasaron rotundamente y la cultura simple y austera del Lacio se trocó en uno de los puntos más altos de la historia occidental, en cuanto a derroche y extravagancia.Ahora sabemos, gracias a Teodoro Adorno, que estos extremos de Catón el Censor corresponden perfectamente con la personalidad autoritaria, conjunto de características que predisponen hacia actitudes antidemocráticas como el dogmatismo, la rigidez ética, el rechazo a lo diferente, la discriminación y la intolerancia. Las personas con estas características tienden simultáneamente a la sumisión a figuras de autoridad, pero también a la dominación de personas más débiles. Su obsesión puede fácilmente llevarles a la irracionalidad y a acciones de gran crueldad. No es casualidad que el concepto surgiese como base para comprender el desarrollo de fascismo en el Siglo XX.
Supongo que a estas alturas muchas de las personas que leen este artículo habrán hecho ya la relación con el actual legislador casi homónimo y definitivamente homopsíquico –si se me permite el neologismo−. Porque, sin lugar a dudas, Ottón Solís muestra características muy semejantes a las del censor romano, no solo en los ideales por los que ha venido luchando, sino sobre todo por las estrategias que utiliza y por el dogmatismo y la intransigencia que cada vez más lo caracterizan.
Efectivamente, Ottón ha asumido luchas importantísimas para nuestro país y sobre todo logró crear el partido político que pudo desplazar por cuatro años a las dos agrupaciones que tradicionalmente nos gobernaban. Pero sus posiciones y sus procedimientos se han ido rigidizando cada vez más, girando inevitablemente hacia la derecha y hacia posiciones autoritarias y por ende poco democráticas. Contradictoriamente, en la actualidad se ha constituido en la principal oposición al gobierno de su partido, coincidiendo ideológica y estratégicamente con los sectores más derechistas del país. Así, no es extraño, por ejemplo, el protagonismo del que goza en el periódico La Nación.
Esta situación preocupa por la paralización que pueda estar provocando en el Poder Ejecutivo y por ende en los posibles cambios a los que aspiró el 78% de los votantes en abril. Ya Adorno había demostrado que la decepción política constituye uno de los principales caldos de cultivo para el desarrollo de la personalidad autoritaria y en nuestro último estudio desde el CIEP, esta relación queda comprobada una vez más. De modo que las actitudes de Ottón corren el peligro de reproducirse en forma masiva en una creciente población abstencionista, dogmática, rígida y agresiva, capaz de apoyar o al menos permitir extremos antidemocráticos, que redundarían en mayor corrupción, mayor injusticia social y menos libertad.