Con las venas abiertas debajo de la almohada…

I Parte En un gesto simple, aunque cargado de obvias intenciones, Hugo Chávez regaló, en la pasada cumbre de Trinidad y Tobago, una copia firmada

Años atrás la curiosidad me llevó a comprar una edición de Las Venas Abiertas de América Latina del uruguayo Eduardo Galeano.
De este libro se han dicho infinidad de cosas y como cualquier obra literaria encuentra fieles seguidores y acérrimos detractores. Pero en días pasados, más que nunca tal vez, esta obra ha estado en boca de todos y todas.

I Parte 

En un gesto simple, aunque cargado de obvias intenciones, Hugo Chávez regaló, en la pasada cumbre de Trinidad y Tobago, una copia firmada a Barak Obama. Dicho gesto, por si solo, me parece un evento anecdótico. Pero la abrumadora cantidad de comentarios que vienen desde el ala conservadora del país de las barras y las estrellas y, como no, de algunas de las mentes críticas de nuestra región, me di a la tarea de dedicar algunas palabras para intentar servir de contrapeso, al concierto de descalificaciones y críticas injustificadas que se expulsan desde los focos antes mencionados.

Dentro de estas voces letradas aparece la de un profesor de la Universidad de los Andes de nombre Ángel Soto (La Nación, Opinión 26/04/09). Don Ángel argumenta que Las Venas Abiertas de América Latina es uno de los libros que más daño ha hecho a nuestra América, pues es simplemente: “un decálogo (¿?) revolucionario antiimperialista que culpa nuestro atraso primero a los españoles, luego a los ingleses y en el siglo pasado a los EE.UU”. En su extenso y puntual análisis, Soto dice además que el libro irradia odio a todo lo que sea mercado y democracia y por último que está lleno de descripciones mentirosas, interpretaciones falsas y excusas complacientes.

A través de blogs y artículos no solo el Sr. Soto ha desacreditado malintencionadamente la obra de Galeano, aduciendo que esta no tiene mayor  fundamento y que está basada en mentiras carentes de sustento. Por mencionar uno entre otros comentarios semejantes, dentro de los muchos que circulan la web; en el subversivo y progresista “Miami Herald”, Andrés Oppenheimer llega a decir inclusive que regalarle el libro a Barack Obama era el equivalente de regalarle Mein Kampf de Adolf Hitler, a un presidente israelí. (sic)

Uno esperaría que semejante comentario como el del periodista Oppenheimer se deba más a un odio desmedido o tal vez a unos tragos de más, pero en fin, es menester de este breve escrito esbozar argumentos que desmientan muchas de las críticas que se vienen dando desde hace días ya.

La mayoría de los críticos argumenta que el libro expone ideas no fundamentadas o falsas de Galeano. Pues revisando la edición que descansa en mi biblioteca (2005, Siglo XXI Editores) encontré que la obra contiene la módica suma de 431 notas al pie de página, muchas de las cuales contienen más de una referencia bibliográfica. Entre ellas encontramos referencias a datos y publicaciones de la ONU, la CEPAL, UNCTAD, FAO y el Banco Mundial, además de una serie de autores reconocidos por su trabajo como Paul Baran, Mariátegui, Darcy Ribeiro, Celso Furtado, Rosenstein-Rodan, Raúl Prebisch, André Gunder Frank e inclusive el expresidente del Banco Central Eduardo Lizano (Pág. 331 de la edición mencionada).

Aún así, habrá quienes digan que ahí también hay miles de falacias, pero se hace harto obstinado obviar o tildar de ficticios los eventos que Galeano reproduce.
Así por ejemplo, no creo que haya una persona que pueda ir a Potosí en Bolivia (o Zacatecas en México u Ouro Preto en Brasil) y negar que la minería que hubo ahí fue un saqueo, tragedia y despilfarro de las riquezas de la plata y el oro.

Deben ser pocos los tozudos que puedan argumentar que el latifundio como institución latinoamericana no mermó el desarrollo y estranguló las posibilidades de diversificación de la producción.

Negar que la guerra del Chaco entre Paraguay y Bolivia no fuera inventada por la Standard Oil Co. (como lo denunciara por aquellos años Huey Long), se hace también obstinado. De la misma manera negar que los intereses británicos fueron los que mediaron para la consecución de la masacre que fue la Guerra de la Triple Alianza (Guerra de la Triple Traición decía la presidenta argentina Cristina Fernández hace poco) contra el Paraguay, es simplemente terquedad.

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