En trabajos finales es posible encontrar párrafos sacados de diversos textos sin citar; en documentos publicados se hallan ideas y frases de otros autores y autoras sin mencionar de dónde proceden; datos o resultados de investigación utilizados sin mencionar a sus creadores y hasta proyectos tomados por quienes se encuentran en posiciones ventajosas. En política también hay claros ejemplos: frases de campaña repetidas, logos copiados y hasta videos replicados. El programa de un curso, la metodología para realizar una investigación, los contenidos o reflexiones de un artículo, el formato o estructura completa de un informe. Lo que tienen en común estas prácticas es el uso premeditado y para beneficio personal de conocimiento que no ha sido de su creación.
Plagiar es hurtar las ideas, propuestas o el trabajo de otras personas y hacerlas pasar como propias. Implica la acción de tomarlas sin permiso, pero, además, de engañar. Su contraposición, la cita, implica el reconocimiento e incorporación del otro. Pero una forma más maquillada de plagio es el exceso de citas, aunque se disimule, son productos que se presentan como “conocimiento nuevo” y su estructura y contenido son la obra citada.
El plagio permite reflexionar sobre nuestra sociedad actual. Como decía el profesor Mariano Fernández, escribir es exponerse a la crítica, a la mirada de los otros. Más allá del “facilismo” que se muestra en copiar, lo que sorprende es la ausencia de un freno ético para actuar de esa forma. El problema de fondo es el respeto y la autonomía. La creación de textos, la expresión a través de la palabra espontánea, creativa, atreverse a crear, provoca miedo para quien, por deber o por gusto, tiene que generar un producto.
El plagio expresa elementos subjetivos de este momento histórico y sus carencias éticas. Es “justificado” por los fines que persigue: salir de la tarea, vender un documento, reconocimiento social, “ganar”. Y los medios –pasar por encima de las demás personas–, permiten evidenciar un lugar privilegiado a la individualidad, al beneficio personal y “al éxito” a costa de cualquiera.
Vivimos en una sociedad emocionada con las redes sociales, con la producción breve y temporal. Pero, no puede culparse del plagio al abundante acceso a la tecnología o a la información vía Internet.
Lo analizamos en términos de una seria lesión a la autonomía y la reflexividad. Para que una sociedad sostenga sus lazos sociales debe existir confianza entre los seres humanos, esto es un acuerdo básico de no agresión. Si se concibe al otro o a la otra como persona, no se duda en respetar su trabajo e integridad.
Pierre Bourdieu y Loic Wacquant llaman reflexividad a la necesidad de “dar cuenta” de lo que se piensa, se siente y se vive en lo que hacemos. Al ser el aprendizaje una tarea política, es urgente discutir con docentes, estudiantes y las comunidades, sobre las consecuencias cotidianas del fraude, al tomar lo que es de otras personas y hacerlo pasar como propio. Al hurtar el trabajo de otras personas, rechazamos reconocerles, por consiguiente, dar lugar al esfuerzo de quienes han aportado con su producción a la creación colectiva de conocimiento.
Reforzar estas reflexiones desde la discusión de la ética es una prioridad. Con Paulo Freire podemos concluir que la pedagogía de la autonomía es un reto para recuperar el lugar de la palabra creadora, como posibilidad para el pensamiento libre: una de las preocupaciones centrales para la educación del siglo XXI.