Controversia de Valladolid

Ahora bien, ese lugar puede ser discutido. En la puesta en escena, el lugar del indio es el lugar del “hermano cristiano”, reconocido en

Ahora bien, ese lugar puede ser discutido. En la puesta en escena, el lugar del indio es el lugar del “hermano cristiano”, reconocido en la fe como un igual. Es también el lugar del ser humano como poseedor de derechos inalienables: libertad, paz, seguridad. Podemos interrogarnos sobre la voluntad liberadora de Las Casas, si al fin y al cabo quiere convertir a los indios en “cristianos”, como es señalado en el texto, dicha voluntad no difiere de la de Sepúlveda. Los dos compartirían así el mismo fin, pero diferentes medios. Sin embargo, considerar que esta es la única diferencia entre los dos personajes es erróneo. Estaríamos de esta forma transformando la lucha ideológica que se da en la Controversia, por una simple cuestión de métodos: evangelización con armas o evangelización sin armas.

Incluso los críticos contemporáneos de Las Casas, aquellos que señalan su imperialismo alternativo- como Walter Mignolo- deben reconocer que su visión del otro, su observación de la realidad indígena va más allá de lo que cualquiera de sus contemporáneos haya desarrollado, estableciendo así un “pensamiento de frontera” que precede la crítica contemporánea de la Modernidad. Textos como la Apologética Historia demuestran que la voluntad de saber sobre los indios está acompañada de una voluntad de aprender de ellos y no sólo sobre ellos. Es decir, Las Casas considera que cuanto más se conozca lo que los indios son, cuanto más se sepa de su cultura, costumbres, hábitos, más reconocimiento se les puede dar, mejor comprensión puede haber entre los dos pueblos.

Es ese camino que también se ve representado en la obra. Existe en la puesta en escena una representación de lo que podríamos llamar el “último” Las Casas, aquél que afirma en sus escritos que prefiere ver perder las Indias que continuar con la colonización, aquél que sostiene que lo que debe hacer España es retirarse de dichos territorios y dejar en paz a los indios, aunque al final estos mueran infieles. Dicho pensamiento no es solamente un pensamiento ético, es decir, el grito de un cristiano avergonzado de lo que hacen sus coterráneos. Se trata de un reclamo político. Porque Las Casas es el primero en denunciar una lógica de genocidio y explotación ligada a un orden político. El no reconocer al otro, el degradar al otro, el deshumanizar al otro es el primer paso para explotarlo, humillarlo y por último matarlo. Solamente puedo asesinar legítimamente a aquellos que no son como yo, a aquellos que presento como “monstruos” o “demonios”.

De esta manera, la originalidad de Las Casas reside no en la denuncia de la violencia en sí, la cual ya había sido llevada a cabo por Anton de Montesinos. Sino en la denuncia del sistema colonial como un todo y en la transformación del otro en enemigo esencial. Es la dinámica misma del entramado colonial la que se impone para permitir el genocidio: el trabajo forzado en las minas, la repartición de los indios, el poder político de los encomenderos, la estructura misma de la encomienda como sistema de explotación, todos estos elementos son identificados y denunciados por Las Casas como parte de un orden que promueve la muerte de los indios.

No queda más que subrayar la actualidad del texto y del montaje. El debate de Valladolid es históricamente un momento más en las muchas discusiones sobre la Conquista. Sin embargo, la puesta en escena hace surgir las múltiples preguntas que se tejen alrededor del problema indiano. Se trata de una representación que interroga nuestra relación con el otro, que pone de manifiesto nuestros miedos y prejuicios. Esos indios representados por David Maleku y Airren Sánchez que se defienden y disputan en bribri, maleku, boruca y guatuso son a la vez nuestros indígenas cuya voz y presencia son humilladas por una Asamblea Legislativa desierta, cuyos territorios fueron robados y que pronto serán -quizás- inundados por una represa. Pero se trata igualmente de una condición que va más allá de la pertenencia -siempre disputada- a una etnia. El “indio” -como bien lo apunta Helio Gallardo- es una construcción histórica que parte de una desviación ideológica propia de la dominación que sufrimos. Esta Controversia es pues un espacio para interrogarse sobre esa “guerra” cercana y latente que nos envuelve y donde la amenaza es siempre el otro-indio, el otro-extranjero, el otro-inmigrante, el otro-mujer.

¿Buscaremos entonces acercarnos a las tesis lascasianas o sucumbiremos a la lógica sepulvediana que se repite y se profundiza desde hace cinco siglos?

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