Convenciones Colectivas: mecanismos para desangrar al país

Las instituciones públicas, digo las, todas, unas más o menos que otras, pero al fin todas, tienen una burrocracia que ordeña nuestros salarios.

Las instituciones públicas, digo las, todas, unas más o menos que otras, pero al fin todas, tienen una burrocracia que ordeña nuestros salarios. Digo, los salarios de todos y todas, estén donde estén, en lo privado o en lo público. La población trabajadora y quienes simulan hacerlo como suele suceder en el sector público, ineficiente e ineficaz, pagamos los caprichos de ciertos gremios enquistados en el erario de la cosa pública. Las convenciones colectivas se han tornado desde años en un saco sin fondo, donde los privilegios crecen automáticamente cual piñata para una fiesta muy privada. El país paga la fiesta en la que no participamos, quizá por inútiles, débiles, conformistas, democrá-ticos, desinformados por nuestra propia voluntad, cuando esta nos alcanza, más siempre que casi siempre, apenas para no desear realizar ese mínimo esfuerzo.

Los Sindicatos, digo los, es decir todos, pero aun ahí donde defienden una convención colectiva avasalladora del bienestar general de la población costarricense, se siente orgullosos de su maquinita de escurrir el estómago ajeno para llenar y estirar el suyo, hasta casi hacer estallar su ombligo. Defienden a capa y espada, sin argumentos más que el de atacar al no sindicalizado porque recibe los mismos beneficios que quienes lo están. Creen que los abusos legales, más no legítimos, e incluso aquellos ilegales, deben darse solo a quienes los diseñan y sus cómplices.

Peor aún, en el sector público, como en nuestras universidades, por ejemplo, donde la contribución al Producto Interno Bruto no se desea medir, se nos pagan los salarios con recursos que provienen de las actividades capitalistas del país. De los impuestos sale el salario para cada empleado (a) del sector público, pero también el mismo que nos arranca el último billetito que nos dejan. Empero, se quejan del pago de impuestos, del aumento que se nos deduce del salario así pagado, o al menos así recibido, sin querer, con el perdón de quienes no pueden, enterarse que no podemos decir que pagamos impuestos si nuestro salario se nos cancela con impuestos. Hasta aquí llega el magín, si lo usan más, puede darles derrame, que con toda duda sería cerebral.

¿Hasta cuándo dejaremos de sangrar al país, nosotros los de abajo, que estamos más arriba, actuando como hienas, quitando el sustento y el derecho a la vida digna de gente buena, honesta, trabajadora? Vamos, dejemos a un lado el egoísmo, tan privado y tirano, defendamos a ese país que el sector público y su des-gobierno sangra día a día. De qué sirve la lealtad o la fidelidad si esta es egoísta. No se vale atacar al sector privado, cuando nuestro salario viene de las actividades emprendedoras de la conjunción de sus recursos. No creamos que somos socialistas o comunistas u otras palabras gastadas (Figueres, el cerebro, si) cuando vivimos del sistema y modo de producción capitalista que tenemos en el país. ¡Es muy fácil ser comunista cuando se parasita del capitalismo!

 

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