El pasado Informe del Estado de la Nación, año 2012, nos indicó que la democracia costarricense se encontraba en su punto más bajo de apoyo. Es decir, los y las costarricenses le quitaron la confianza que durante muchos años le tuvieron. Sin embargo, para quienes creen que en nuestro país existe verdaderamente una democracia, este dato no tiene por qué alarmarles mucho. Desde 1978 la democracia costarricense se ha mantenido en un nivel de apoyo que no ha bajado del 60%. Hasta el pasado año 2012 ese nivel de apoyo se ubicó en un 56%. En el mismo Informe se nos dice que, a lo mejor, eso se debe a que los Poderes de la República no cumplen con los mandatos constitucionales que demanda nuestra Carta Magna y, por lo tanto, el pueblo percibe esa desvinculación.
Cuatro puntos porcentuales no creo que sea algo tan significativo que vislumbre la destrucción de un sistema, supuestamente democrático, que ha hecho méritos para que en este momento, según mi percepción, gozara entre los costarricenses de un nivel de apoyo máximo de un 25%. Sin embargo, si vemos con objetividad los gráficos del Informe del Estado de la Nación sobre el nivel histórico de apoyo a la democracia costarricense, nos damos cuenta cómo desde 1983 hasta la fecha, ese índice de promedio de apoyo viene en vertiginosa picada. Sin embargo, dos razones me hacen pensar que la democracia costarricense no está en peligro de extinción. La primera razón es que no se destruye aquello que no existe y, la segunda razón, es que un sistema liberal y capitalista no es ni ha sido nunca una una verdadera democracia. En Costa Rica, y perdonen aquellos y aquellas que piensan distinto, nunca ha existido un «gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo». El poder político ha sido un privilegio de ciertos sectores de poder económico que se han arrogado la potestad de decidir por quienes carecen de recursos económicos, sociales y académicos suficientes para vislumbrar el grado de corrupción que estos grupos han logrado articular.
Pero regresemos a lo que nos interesa resaltar. ¿A que se debe que los y las costarricenses ya no respalden tanto su tan cacareada democracia centenaria? Considero que no hay necesidad de especular mucho. Desde hace muchos años para acá, yo diría que desde 1982, sectores muy cuestionados, política y económicamente hablando, se han apoderado en nuestro país de las Instituciones del Estado. Los Poderes de la República han sido un ejemplo de esta situación. Ministros, ministras, diputados, diputadas, alcaldes y alcaldesas, embajadores y embajadoras, cónsules, presidencias ejecutivas, direcciones administrativas, ciertos sectores del Poder Judicial, viceministerios y un sin fin más de sectores gubernamentales, se han encargado de socavar las bases de esta supuesta democracia costarricense. Los y las costarricenses, con un promedio mínimo de inteligencia, se dan cuenta que a esos puestos no se llega por capacidad intelectual ni moral. Menos aún por haber destacado como un líder comunal o social que buscó siempre el beneficio de los más necesitados de la sociedad. Se le nombra en puestos públicos a quien políticamente hablando ha sido más sumiso, más arrastrado, más flojo. Incluso, a veces se le nombra en un puesto de esos a quien ha demostrado ser más corrupto. Porque en una política tan baja como la que estamos viviendo, ser corrupto no es un delito, es una fortaleza.
Ejemplos tenemos muchos. Sobre todo en la Asamblea Legislativa. Es que uno se pregunta cómo llegarán ahí ciertos personajes, que más bien avergüenzan a la sociedad costarricense. Y cuando digo personajes me refiero tanto a hombres como mujeres. ¿Es que los partidos políticos no hacen una verdadera valoración de estos representantes populares? ¿O será acaso que tal es el nivel de desprecio por el pueblo costarricense que les importa un pito quién los represente? Considero que a la Asamblea Legislativa llegan algunos «representante populares» que más bien deberían estar tras las rejas y no usurpando puestos políticos. Incluso hay un diputado que tiene un prontuario delictivo que se lo desearía cualquier capo de la droga. Pero esto no nos debe desvelar, después de las experiencias vividas, para casos como CCSS-Fischel, ICE-ALCATEL o la Trocha 1856, nadie va a tener en esos puestos a la Madre Teresa de Calcuta o a Mahatma Gandhi. Se necesita tener delincuentes, sobre todo de cuello blanco, para alcanzar intereses tan funestos.