Durante toda la historia de nuestro país, hemos mantenido como premisa la idea de que nuestra sociedad puede y debe crecer en forma indefinida, sin ningún tipo de límite físico. Nunca nos hemos planteado la necesidad de establecer límites al crecimiento poblacional, urbanístico, industrial, energético, económico y de demanda de los recursos que requiere la vida moderna.
El crecimiento ilimitado ha sido hasta ahora un tema tabú, y los que nos hemos atrevido a plantearlo en alguna oportunidad en foros, reuniones o artículos, inmediatamente se nos ha catalogado como antinatalistas, extremistas, enemigos de la libertad, etc. Las connotaciones religiosas que usualmente surgen cuando se plantea el control del crecimiento poblacional hacen que sea difícil una discusión objetiva y abierta en este tema.Tenemos que entender que los ecosistemas y los recursos son finitos, el país y el planeta son espacios finitos y por lo tanto no es posible, si se pretende un desarrollo respetuoso con la naturaleza, mantener un estado de crecimiento ilimitado. No hay sostenibilidad posible en un estado de crecimiento poblacional y de demanda de recursos siempre creciente.
¿Para qué población visualizamos el desarrollo futuro de nuestro país? ¿Para 5, 10, 20 o 50 millones de personas?, ¿cómo imaginamos a esas personas viviendo en nuestro territorio, con qué estilo y calidad de vida? Este ejercicio mental y su respuesta resultan medulares.
El crecimiento en sus diversas facetas no debería ir más allá de la capacidad de carga de los ecosistemas, de lo que se ha denominado la biocapacidad. Este debería ser un principio básico del modelo de desarrollo nacional, un principio de vida, de sobrevivencia y de armonía, que lleve al establecimiento de una política de Estado y legislación específica en este campo. Según el último Informe del Estado de la Nación, ya estamos excediendo nuestra biocapacidad en un 11%.
Se alega por parte de algunos, que no es necesario preocuparse del crecimiento poblacional porque los ecosistemas se autorregulan, fenómeno conocido como homeostasis. Por supuesto que se autorregulan, ¿pero a qué costo? Sin duda, a costa de una gran contaminación, agotamiento de recursos, hacinamiento, enfermedades, pobreza, catástrofes, muertes masivas, etc. Esto no es lo que queremos, buscamos un estado de armonía con base en una población estable, no a costa del sacrificio de las condiciones ambientales o de vida de la población.
Lo inaudito es que en estos momentos, ninguno de los programas de Gobierno de los partidos políticos que se disputan la presidencia para el 2014 ha planteado ni por asomo este tema, tampoco ha aparecido en los debates. Pareciera que el país quiere ignorar esta realidad, no discutir el tema y seguir basando nuestro modelo de desarrollo en el crecimiento ilimitado, lo cual, como se ha explicado, nos llevará en algún momento, al caos y a la insostenibilidad.
Hace falta una gran discusión nacional sobre una agenda país, lograr un gran acuerdo nacional sobre esa visión del desarrollo de largo plazo, imaginar el país que queremos para los próximos 50 años, siendo fundamental dentro de esto establecer límites al crecimiento.