Hace 47 años, siendo aún estudiante universitario, junto a un grupo de amigos acompañamos al Canciller cubano Raúl Roa desde el Teatro Nacional hasta el Hotel Balmoral, luego de la “expulsión” de Cuba de la OEA, decretada por los Estados Unidos y aceptada, sin chistar, por los cancilleres de una gran mayoría de países latinoamericanos, excepto tres: México, Chile y Argentina.
En esa, entonces, noche fría josefina, caminamos orgullosos al lado del locuaz Roa que había defendido con argumentos sólidos y por siempre válidos, el derecho de Cuba a su autodeterminación, a decidir por sí y ante sí, el que considerara el mejor camino para el desarrollo y la felicidad de su pueblo. Argumentos a cual más válido, entonces y ahora, para todas las otras naciones del continente.
También caminábamos con el espíritu oprimido y dolido por una mezcla de sentimientos, indignación, rabia, impotencia ante lo ocurrido, pero sobre todo, vergüenza de que ese acto, esa falta de dignidad, ese escarnio histórico hubiera sucedido en nuestro país. En ese terrible día, los representantes del gobierno costarricense se unieron a los enviados de las satrapías más asesinas y oscuras de América como Venezuela, República Dominicana o Nicaragua, para condenar, en nombre de la democracia, los sueños del pueblo cubano de un mundo mejor.
La medida tomada ese día también señaló el inicio de la gestación de una de las épocas más tenebrosas, sangrientas y antidemocráticas en la historia del Continente Americano.
Apenas un par de años después se dio el primero de muchos otros golpes de estado en diferentes países de América Latina a gobiernos elegidos democráticamente.
Pareció como si los perros de la guerra al servicio del Imperio, tuvieran siglos acumulando odio y sed de sangre. Descuartizaron, asesinaron, secuestraron, robaron, mutilaron. Ese avasallador embate del fascismo armado tuvo como objetivo primordial arrasar con cualquier vestigio de democracia, de independencia frente a los intereses económicos del imperio y de sus fieles y serviles burguesías locales.
Fue así como en 1964, los militares brasileños se encargan de dar el primer golpe de estado contra el, democráticamente elegido, presidente Joao Goulart de Brasil.
Luego siguieron Chile, Uruguay, La Argentina, Bolivia y otra vez Argentina y un doloroso etcétera.
Por eso hoy, 47 años después de que se iniciara en Costa Rica la época más oscura en la historia de nuestra América Latina, nos regocija que esta misma América, acepte y corrija su error.
Si aquel funesto día de enero de 1962 abrió las puertas a la imposición del fascismo depredador y asesino, espero que este 3 de junio de 2009, señale el nacimiento de una era de bienestar y democracia para todos los hombres y mujeres del continente.