En verdad no se entiende. Todo mundo habla con un lenguaje de sesudísimo economista. No importa si se es politólogo, abogado, sociólogo, periodista, o lo que sea, la cosa es ponerle con la jerga financiera y echar para adelante como un profundo conocedor.
Y ya que se es conocedor se puede predecir de todo; desde el derrumbe inminente de occidente hasta el fin de una era. “Capitalismo financiero”, dicen; “economía real”, apuntan; “depósitos fijos” apuestan; “estimulación económica”, exclaman; “reducción de coeficiente de caja”, argumentan; “porcentaje de reservas”, explican; “recortes del 1,08%”, concretan.
A punta de palabras se crea una realidad. Nos aprietan los carrillos para introducirnos, a la fuerza, la cuchara del miedo. Nos meten esa “verdad” de la “crisis global”. “Es el fin del capitalismo financiero” se escucha. Pero las bolsas suben y bajan como ha ocurrido desde que se inventó ese simpático, e inextricable, mecanismo de hacer plata… y siguen en eso de hacer plata que si no, no continuarían funcionando. (¿Y qué será eso de “capitalismo financiero” y en qué se diferenciará de otro “capitalismo”?)
Hay para todo y sin desperdicios. Las cosas ya no crecen como antes, ahora aumentan en dígitos, “crecimientos de dos dígitos”. Ya no hay estrechez, ahora hay “contracciones en su PIB”. La gente –la que podía, claro- no compra casas, lo que pasa es que hay una “caída del mercado inmobiliario”. Las familias tienen que gastar plata porque es necesario que haya una “reactivación del consumo de los hogares”. Si esto no ocurre es peligrosísimo dado que se tendría que “entrar” en una “desaceleración respecto a un registro de expansión real”. Y sálvese quién pueda porque los “sistemas regulatorios” no “contemplarán” las “inversiones de alto riesgo” y todos sabemos que cuando eso ocurre comienza la pandemia de un “pesimismo contagioso en Wall Street” y ¡zas! damos por el suelo con nuestros “puntos enteros”. Está el índice con nombre de organización terrorista, el “Nasdaq”, frente al guapo y norteamericanísimo “Dow-Jones”…
Nadie entiende nada. Y en verdad eso es lo que necesitan los astutos banqueros. Que nadie entienda nada para que los Estados puedan darles dinero a esos financistas que preservan el maravilloso capitalismo en que vivimos. “Denme plata” gritan los acaudalados. ¿Y por qué habríamos de hacerlo? Preguntaría cualquiera. Y ellos responden: –“Porque si no es así ustedes se quedan sin sus pensiones, sus créditos, sus colegios, sus casas, su vida, su todo”- ¿Dónde está la lógica? No está, pero ante el miedo (el miedo surge cuando no se conoce) decimos, “denles dinero, que si no el diluvio”
Crisis global ¿Global? Sin embargo vemos títulos tales como “Crisis global podría alcanzar Costa Rica” (o Europa, o Asia, o lo que se les ocurra) Pero, se pregunta uno ¿No era que Costa Rica, Europa y Asia estaban en el globo? Si una crisis es mundial es porque toca el mundo ¿o no? ¿O es que el mundo es la bolsa de valores de Nueva York?
“La crisis nos comerá a todos…” si el 80% de la población mundial, en este momento, no come ¿a quién afecta esa crisis? Con las bolsas del mundo boyantes se lleva una vida inhumana en América Latina, África, Asia y grandes sectores de los países del “primer mundo”. Al miserable, al “roto”, al desdichado, ¿en verdad le importará que las bolsas se rompan y que los grandes bancos desparramen sus sacos? ¿Que míster Smith no se pueda comprar –o pagar- su casa en Idaho o en Seattle le importará a Juan Nadie? ¿Será significativo para los barrios deplorables de Lima, las villas miseria de México, las favelas cariocas o para “La Carpio” costarricense que haya una “recuperación directamente proporcional a la recuperación de los mercados de exportación y financieros globales”?
Lo evidente es que algunos ricos del mundo están dejando de percibir los insolentes márgenes de ganancias que siempre han gozado. Pero de ahí a que eso signfique que el planeta se está desmoronando, hay trecho.
Un asunto grave es que los llamados a defendernos de esta vorágine verbal entran, felices, en ella. Se regodean con el lenguaje, se consideran incluidos en un mundo de especialistas, se separan del pueblo neófito, levantan el dedo índice para opinar y ahí, a partir de ese momento, no hay quien nos protega del tsunami técnico-verbal.